Albus Dumbledore caminaba por los oscuros corredores de Hogwarts, su mente inmersa en pensamientos profundos. Desde que Umbridge despidió a Sybill Trelawney en 1995, la profesora de Adivinación había caído en una profunda depresión. Aunque Dumbledore la había permitido quedarse en el castillo, era evidente que no era la misma. Su ojo interior, que había sido su orgullo, se había cerrado y eso obligó a Dumbledore a contratar al centauro Firenze para que tomara su lugar en las clases.
Pero en los últimos meses, Albus había notado algo peculiar en Sybill. Estaba más decaída de lo habitual, sus movimientos eran torpes y sus ojos, normalmente desenfocados, ahora parecían casi vacíos. Tres veces por semana, Dumbledore la visitaba para tomar el té con ella, fingiendo una preocupación que iba más allá de la mera cortesía. Había una razón mucho más importante detrás de sus visitas. Había notado los mismos síntomas que había visto en Sybill antes de que pronunciara la profecía del niño que vivió. Estaba convencido de que algo similar estaba por suceder.
Esa tarde, Dumbledore caminaba hacia la torre norte, donde la ex profesora de Adivinación pasaba la mayor parte de su tiempo. Tocó la puerta suavemente y esperó.
"Adelante" dijo una voz temblorosa desde el interior.
Dumbledore empujó la puerta y entró en la habitación. La luz era tenue, apenas lo suficiente para iluminar la mesa donde Sybill había dispuesto el té.
"Buenas tardes, Sybill" saludó Dumbledore con una sonrisa cálida. "Espero que no te moleste que me una a ti una vez más."
Sybill levantó la vista, sus ojos detrás de las gruesas gafas parecían aún más grandes y tristes que de costumbre. "Oh, Albus... claro que no, eres siempre bienvenido."
Se sentaron juntos, y mientras Dumbledore servía el té, observaba cuidadosamente a Sybill. La conversación fue liviana, pero Dumbledore estaba atento a cualquier señal de cambio. Sybill parecía distraída, sus manos temblaban levemente mientras sujetaba la taza.
Entonces, de repente, Sybill dejó caer la taza. El sonido de la porcelana rompiéndose resonó en la habitación, pero ella no reaccionó. Sus ojos se volvieron vidriosos y su cuerpo comenzó a temblar. Dumbledore se inclinó hacia adelante, atento.
Sybill se irguió y cuando habló, su voz era profunda, grave y ajena a ella.
"El destino cambió" profetizó. "Ya no será el niño que vivió el responsable de acabar con la amenaza sino que ahora será la tarea del niño que sobrevivió. Pero eso solo es el principio del fin. Pronto, la oscuridad se enfrentará a algo semejante y de las cenizas de guerra surgirá una nueva era, que cambiará la historia para siempre. Pero ese cambio, para que sea positivo, es de suma importancia que el otro niño debe intervenir de forma prioritaria para que haya esperanza, todo depende de él."
Dumbledore se quedó inmóvil, sus ojos fijos en Sybill mientras las palabras resonaban en su mente. La profecía se completó y Sybill se desplomó en la silla, agotada y sin recordar lo que acababa de suceder. Dumbledore se acercó a ella, colocando una mano sobre su hombro.
"Sybill, querida" dijo con suavidad. "Creo que es hora de que descanses."
Ella asintió débilmente, sin comprender realmente lo que había ocurrido. Dumbledore la ayudó a levantarse y la acompañó a su dormitorio, asegurándose de que estuviera cómoda antes de salir de la habitación.
Al cerrar la puerta detrás de él, Dumbledore se detuvo por un momento, sus pensamientos girando en torno a la nueva profecía. Si bien las palabras eran ambiguas, su significado era claro para él. Había un nuevo jugador en el tablero, alguien cuyo papel sería crucial en los eventos que estaban por venir. Y sabía que debía prepararse para lo que fuera que el futuro deparara.
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Harry Potter: La casa Noble y Ancestral Zoldyck
De TodoDespués de una tragedia que cobra la vida de dos hermanos, una deidad misteriosa les ofrece una segunda oportunidad para renacer en un nuevo mundo. Dotados con habilidades mágicas de otro mundo, intentarán cambiar la historia ya escrita hacia una má...