Capítulo 158

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El sol estaba oculto tras un velo de nubes grises mientras Albus Dumbledore se desplazaba rápidamente a través de los cielos europeos montado en un Thestral. Su corazón latía con una mezcla de ansiedad y tristeza, sus pensamientos enredados en el pasado y el presente.

La noticia de la destrucción de la ciudad natal de Gregorovitch por Voldemort lo había alarmado profundamente. Sabía que el Señor Oscuro estaba rastreando la varita de saúco y su próximo destino probablemente sería Nurmengard, por lo que Dumbledore no podía permitirse quedarse de brazos cruzados.

Mientras avanzaba hacia Austria, una inquietud persistente lo acosaba. Nadie debía saber que Grindelwald estaba prisionero en Nurmengard. La mayoría de los magos creían que Dumbledore había matado al anterior señor oscuro en su legendario duelo, pero la verdad era muy distinta. No se había atrevido a matar al hombre que una vez había amado.

El paisaje se volvía cada vez más sombrío a medida que se acercaba al imponente castillo de Nurmengard. Al aterrizar, sus ojos se abrieron de par en par y su aliento se quedó atrapado en su garganta. El castillo estaba en ruinas, destruido por el fuego demoníaco cuando detectó señales de magia caótica. El aire aún olía a azufre y cenizas, y el suelo estaba cubierto de restos calcinados.

Dumbledore se acercó lentamente; su corazón pesaba. A cada paso, el dolor se intensificaba. Se dio cuenta de que había llegado demasiado tarde. Los prisioneros, incluido Grindelwald, estaban muertos. Se arrodilló entre los escombros, dejando que algunas lágrimas silenciosas recorrieran sus mejillas.

Mientras observaba el escenario de devastación, los recuerdos de su duelo con Grindelwald se acumularon en su mente. Había hecho algo en ese duelo que le aseguró la victoria, algo de lo que nunca se había podido perdonar. Había obtenido todo su estatus y poder a costa de esa victoria, pero nunca tuvo la oportunidad de disculparse, de explicar sus razones.

"Espero que puedas perdonarme, Gellert..." susurró con su voz quebrándose. "Nunca quise que terminara así."

El viento susurraba entre las ruinas, llevándose consigo sus palabras, mientras Dumbledore se despedía de la manera que nunca hubiera querido. Con una última mirada melancólica, se levantó, sabiendo que ese adiós era definitivo. El peso de la culpa y el arrepentimiento lo acompañarían para siempre, recordándole el precio de sus decisiones y la soledad de su victoria.

Dumbledore empezó a regresar a Gran Bretaña con la mirada sombría preguntándose cuándo comenzó a desviarse del bien común. Ciertamente ese sueño que tuvo alguna vez de dominar a los muggles no se había ido del todo como creyó, más bien evolucionó de manera sutil y producto de ello hizo algo de lo que no se sentía para nada orgulloso, ni siquiera Grindelwald hubiera hecho eso para asegurarse la victoria y ahora nunca tendría la oportunidad de disculparse.

"Ya he llegado demasiado lejos como para arrepentirme a mi edad, debo seguir adelante o todo lo que he hecho habrá sido en vano" pensó con amargura.

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Una semana después, Arnold y Daphne estaban una vez más en la sala de los menesteres. Desde hace un tiempo estaban intentando crear un hechizo que sería en palabras de Arnold, la técnica suprema o el hechizo más poderoso en el arsenal de la heredera Greengrass aprovechando su afinidad a la magia elemental de hielo.

Por meses estuvieron poniendo en práctica los dos años de aritmancia que habían aprendido trazando el camino para desarrollar un nuevo hechizo que tenía como objetivo superar al ya muy poderoso ~Glacius Tria~ que se le consideraba hasta la fecha como el más fuerte dentro de la categoría de magia elemental de hielo.

No fue nada fácil, hubo mucho ensayo y error con ocasiones en donde ya no sabían qué hacer para seguir. Pero tanto el Shogun como la futura Lady Slytherin tenían algo en común: eran muy tercos.

Harry Potter: La casa Noble y Ancestral Zoldyck Donde viven las historias. Descúbrelo ahora