ᴠɪᴠɪᴇɴᴅᴏ ʟᴀ ᴀᴅᴏʟᴇꜱᴄᴇɴᴄɪᴀ

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Negai, a sus quince años, aún estaba aprendiendo a sobrevivir en las calles. Mientras otras chicas de su edad experimentaban la adolescencia en un entorno más seguro, ella se la arreglaba como podía en los rincones oscuros de la ciudad. No había tiempo para pensar en cosas como los cambios hormonales o el florecimiento de la juventud; sobrevivir era su prioridad diaria.

Ese día, Negai se encontraba sentada en la esquina de un callejón sucio, abrazando sus rodillas mientras esperaba a que Dabi regresara. Había pasado un rato desde que él se había ido a buscar algo de comida, y aunque ella estaba acostumbrada a esas esperas, algo en su cuerpo la inquietaba. Sintió una punzada sorda en su abdomen, no lo suficientemente fuerte como para hacerla reaccionar de inmediato, pero lo suficiente para recordarle que su cuerpo no era inmune al agotamiento. Trató de ignorarlo, concentrándose en las voces lejanas que se escuchaban al otro lado de la calle y en el sonido constante de las gotas que caían desde alguna tubería rota.

Sus piernas temblaron ligeramente. "Debe ser el frío" pensó, mientras cruzaba los brazos sobre su pecho en un intento por abrigarse un poco más. Pero entonces, al intentar cambiar de posición, notó algo diferente. Se incorporó apenas un poco, mirando hacia abajo, y ahí estaba: una mancha de sangre en medio de sus pantalones.

Al principio, no supo cómo reaccionar. La sorpresa la dejó inmóvil. No era sangre de una herida; lo sabía porque no había sentido ningún corte ni golpe. Tragó saliva, ¿y si se estaba desangrando? ¿y si se moría..?

Nunca había tenido una platica sobre la menstruación. Había ido a clases, sí, pero por Dios, en ese entonces era solo una niña de ocho años y esos temas no le interesaban. Y su madre... quien se había distanciado emocionalmente durante sus primeros años de adolescencia no tuvo las fuerzas ni los ánimos suficientes para entablar una conversación seria como esa con su hija.

Negai se sentó de nuevo en la esquina del callejón, con el rostro pálido por la confusión y la incomodidad. Su mente intentaba procesar la nueva realidad que acababa de enfrentar, pero todo parecía un enredo de información que no podía descifrar. Las conversaciones que había escuchado de algunas vagabundas en la calle empezaban a resonar en su cabeza, pero los detalles eran vagos y fragmentados.

¿Tampones? esa cosa entra por... no, debe ser doloroso. Recordaba haber oído esas palabras de mujeres en la calle, pero la idea de usar algo que se insertara en su cuerpo le resultaba abrumadora.

¿Toallas sanitarias? bueno, ¿y como se supone que las conseguiría? La tienda más cercana estaba cerrada, y no tenía dinero ni forma de conseguir lo que necesitaba.

El pensamiento de los cólicos y los cambios de humor era un nubloso recuerdo de esas charlas en las que las mujeres hablaban entre sí. Sabía que esos términos estaban relacionados con lo que estaba experimentando, pero no comprendía del todo qué significaban ni cómo debía manejarlos. La idea de sentir dolor sin poder hacer nada al respecto la asustaba.

Mientras se abrazaba a sí misma, intentando obtener algo de consuelo, los cólicos comenzaron a hacerse sentir con más intensidad. Era un dolor sordo que se intensificaba, y se dio cuenta de que no podía simplemente ignorarlo. Cada punzada era una recordatoria cruel de su vulnerabilidad.

Negai cerró los ojos, tratando de concentrarse en su respiración para calmar el dolor. La desesperación se apoderaba de ella al pensar en cómo iba a resolver su situación. Mientras esperaba a que Dabi regresara, se sintió sola y abrumada, deseando desesperadamente que él apareciera para ofrecerle alguna ayuda.

Negai se acurrucó en la esquina del callejón, el dolor de los cólicos intensificándose con cada minuto que pasaba.

─Me voy a morir...─ murmuró, la voz quebrada y llena de desesperación. ─Estos son mis últimos momentos de vida. No puede ser... Todos van a verme aquí, muerta en medio de la basura...

𝐈𝐍𝐂𝐋𝐔𝐒𝐎 𝐒𝐈 𝐌𝐄 𝐓𝐑𝐀𝐈𝐂𝐈𝐎𝐍𝐀𝐒 | HawksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora