Capítulo 21: Cuando un potro ama a otro potro

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Al parecer, Sombra no era el único que había hecho cosas extra antes de la cena. Cuando subieron a la habitación esta estaba iluminada por las tenues llamas de una multitud de velas y la cama había sido cubierta con pétalos de rosa falsos perfumados, no eran ni de lejos como los de verdad pero por lo menos no mancharían las sabanas con la fricción.

Sombra dejó lo que había comprado sobre la mesilla, una bolsa repleta de cajetillas de preservativos del tamaño adecuado para ambos. Braeburn rió al verlos, sabía que Sombra era responsable con cualquier cosa que pudiera llegar a pasar, pero al ver tantos por su mente pasaría la idea de que el grandullón querría gastarlos todos esas misma noche y probar sus límites, pero eso podría llegar a ser demasiado para una primera vez.

Ambos estaban de pie, frente a la cama. Hacía rato que se habían deshecho de sus ropas y se miraban fijamente a los ojos. Ninguno se atrevía a pronunciar alguna palabra, Braeburn se pararía en dos patas para poder alcanzar los labios de su semental a quien besó tiernamente. El beso le dio a Sombra la oportunidad perfecta para sujetar a su pequeño amante con uno de sus cascos, brindándole apoyo extra. También aprovecharía para hacer su movimiento, iniciando una batalla de lenguas en el interior de sus cavidades bucales. Irónicamente, el antaño general, iba perdiendo la batalla dejándose llevar por las nuevas sensaciones que recorrían su cuerpo, a su vez usaba su magia para estimular el pene de Braeburn que dejaría ir unos cuantos gemidos de placer.

Braeburn fue quien rompió el beso, no porque le molestara lo que su compañero le estaba haciendo, sino porque sus pulmones se habían vaciado. Sombra retiró su casco de la espalda de Braeburn, haciendo que este perdiera el equilibrio y callera sobre la cama, lo que le permitió a este tener una mejor vista de lo que el granjero tenía que ofrecer. El gigantesco ser se arrodilló ante aquel gran trozo de carne que se mantenía en vertical gracias a su magia.

Con visible rubor, observaría y analizaría aquel gran miembro que a muchos les sorprendería encontrar en un cuerpo tan pequeño como el de un poni. Casi 60 centímetros, eso mucho más de lo que cualquier otro poni tendría. Poco a poco fue acostumbrándose a lo que veía y decidió que era el momento de sorprender a su novio, que por el momento lo observaba divertido.

El monarca abriría su boca, mostrando sus afilados colmillos, pero esto no asustó al vaquero que después de tanto tiempo los veía como algo tierno y lindo de él. Más pronto el amarillo sintió un sudor frio y un escalofrío cuando el negro extendió la totalidad de su lengua, dando como resultado un metro veinte de lengua que de no haberse contenido habría llegado más allá de los pulmones del poni. El susto fue sustituido por placer cuando aquel húmedo músculo se enrollo alrededor del pene del poni que, poco después, vería desaparecer en las fauces del umbrum que movería su cabeza a lo largo del imponente miembro.

Sombra había dejado el miedo y los nervios tras de sí hacía rato. Un curioso pero agradable sabor inundaba su boca mientras él seguía dándole mimos a su novio, quien soltaba agudos gemidos de placer en intervalos cada vez más y más cortos, lo cual excitaba al semental que también se estaba poniendo duro como roca.

Así estuvieron un buen rato hasta que el pequeño semental no aguantaría más y dejaría salir todo en la boca del grande. Este no podía apartarse pues los cascos del potro lo sujetaban fuertemente, pero pronto sería liberado cuando la vorágine de placer dejó de sacudir el espinazo del compañero. Era otro extraño sabor más que había descubierto, salado y amargo, con un toque ácido. No lo volvía loco, pero sí sería capaz de acostumbrarse. El poni de color azufre indicaba a su amante que podía escupirlo mientras le ofrecía una escupidera para ello, pero negándose a desperdiciar de esa forma la semilla de los Apple, el terco corcel tragó y abrió la boca para demostrarle al pequeño que no estaba de broma.

El poni reparó entonces que el umbrum también tenía su miembro extendido, verlo fue posible porque, el de color carbón, se había levantado en uno de sus intentos de zafarse de su agarre. El poni, se movería con gracia bajo las altas patas de su pareja, a quien se negaba a dejar desatendido por lo que le devolvió el favor con algo de dificultad. Al contrario que él, el mayor, que tenía una longitud que muchos envidiarían, era un poco menos prominente pero, en cambio, tenía mayor grosor.

Sombra era quien gemía esta vez debido a esos cortos pero constantes pinchazos de placer que subían a lo largo de su lomo. El tamaño de la boca del poni no le permitía tomar demasiado de él y, en su mente desbocada, podía imaginarse a si mismo sujetando al poni contra su pene, o moviendo sus caderas llegando a profundidad. Ambas eran ideas que trataba de reprimir con la poca cordura que le quedaba pues, con su tamaño y peso, podía dejarlo invalido, o, peor aún, matarlo.

La inexperiencia del más grande se hizo visible en cuanto, con mucha diferencia en cuanto a duración, una sensación de placer indescriptible que jamás había sentido le hizo soltar el relinchar más potente y fuerte de su vida mientras su compañero, debido a una menor capacidad bucal, se veía forzado a tragar una y otra vez. Cuando por fin se detuvo, el granjero lo miraría como reprochándole que no lo hubiera avisado con tiempo. No solo tenía la cara llena de la blanca esperma del rey, su estómago parecía haber crecido un poco, como si hubiera tenido una copiosa comida. Este lo miraba con una mezcla de vergüenza y pena, tanto por lo de su compañero, como por el fuerte grito.

El poni le indicaría al umbrum que se tumbara en el suelo, pues era imposible que llegara a hacer nada si este se apoyaba en la cama. Luego procedería a ponerse uno de los preservativos y colocarse tras él. Hubo varios intentos, pero no entraba, un milenio de cierre, había acabado haciendo mella, pero el poni no se rindió, sacando una botella con un líquido lavanda que sería aplicado en el mayor, para volver a intentarlo. Esta vez bastaron tres intentos para conseguirlo. El grande lanzó un quejido, pues el pequeño había entrado de más para un primer contacto. Braeburn lo calmaría sujetando su mentón para besarlo, le dijo que sacarla en ese momento sería igual, o peor, que meterla más profundo, que tendría que esperar a que se acostumbrase a él y le prometió que no se movería.

Cuando por fin dejó de doler, Braeburn retrocedió. Luego abrazó a Sombra, quien aun estaba algo adolorido, disculpándose por eso y reconociendo que no era necesario ir tan rápido, menos siendo una primera vez. Sombra, le dijo que no le habría importado seguir, que confiaba en su experiencia, pero la cosa acabaría ahí. Apagaron las velas, guardaron la bolsa en el armario y se fueron a dormir.

Sombras sobre el manzanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora