Capítulo 38: Monólogo hacia la libertad.

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En la plaza del ayuntamiento de Ponyville todo parecía una enorme fiesta. Había música, comida y un escenario en el que, según el vocero del pueblo, la princesa Twilight Sparkle iba a dar una importante noticia. Todos los ponis, y no ponis, del lugar festejaban ajenos a lo que su princesa les iba a anunciar.

Llegado el momento, la conocida como DJ-P0N3, disminuyó el volumen de la música a un nivel que casi imperceptible cuando la princesa subió al entarimado y pidió la palabra.

— ¡Ponis, dragones, griffins, cambiantes y demás criaturas amigas! — Dijo desde su atril mientras era vitoreada por los mencionados — Hoy quiero presentaros la culminación del último proyecto que las princesas Celestia y Luna decidieron llevar a cabo para con el bien futuro del reino. — En su todavía inocente ignorancia, todos los presentes clamaron vítores en honor de las salientes monarcas — Este trabajo, como es obvio, no lo podían llevar a cabo en persona, primero, por sus riesgos; y, segundo, por sus tareas reales en Canterlot y el secretismo con el que querían tratar todo para que no cundiera el pánico. — En ese momento, el público lanzó una exclamación de confusión ante las últimas palabras — Han sido dos años y medio de trabajo duro, y mucho amor, ¿para qué mentir? Me honra presentaros, ahora como un amigo, a alguien que muchos no esperarías volver a ver, — al mismo tiempo que hablaba, las sombras de los presentes, empezaron a alargarse y retorcerse hasta confluir en un punto en mitad del escenario. Allí se elevaron como una columna de humeante oscuridad de la cual salió un enorme unicornio ceniza y melena negra haciendo una reverencia mientras llevaba puesto su conjunto de vaquero — el anteriormente llamado rey, ¡Sombra Apple, el héroe de Appleloosa!

La música, que de por sí, ya casi no se podía oír, se detuvo al instante con el inesperado sonido de un disco arañado. Los habitantes e invitados miraban al enorme corcel con horror e incredulidad. Lo último que creyeron saber de él fue que había muerto desintegrado en la sala del trono de Canterlot, pero no, estaba ahí de verdad, en carne y hueso, confirmando, a quienes creyeron haberlo alucinado en la mañana, que estaba vivo y en un muy buen estado físico.

— Sombra. — Llamó su atención al semental — Sé que no te había pedido que preparases un discurso, pero ¿Querrías decir algunas palabras, tipo un saludo, agradecimiento o algo? — Lo invitó a hablar ofreciéndole el micro.

Él iba a declinar la oferta de forma amable, pero el dispositivo ya estaba frente a él. Nervioso, miró a la multitud, no estaba preparado para esto, no sabía qué decir. La última vez que había hecho algo similar estaba dando órdenes de atacar la capital. Fue entonces que lo vio, al fondo del todo, dándole ambos cascos arriba y una sonrisa de orgullo que no le cabía casi en el rostro. Sus nervios se fueron, y una tierna sonrisa apareció en su rostro, y se preparó para hablar.

— Hola, ya sé, que para muchos, soy el último ser que quisieran ver, por lo que trataré de ser breve. Ni siquiera yo me esperaba que sería rehabilitado, pero todo cambió cuando conocí a un ángel, este no tenía alas o un halo, pero no lo necesitaba. — Dijo ante la mirada de desagrado e incredulidad de la turba — Hace dos años y medio, la vida me dio una lección: hasta el más aterrador de los monstruos tiene miedo a morir. Seis meses después de ser desintegrado casi hasta la muerte, débil, hambriento y desorientado, caí Celesta sabrá dónde. Había estado sobrevolando Equestria sin rumbo. ¿Por qué sin rumbo? No lo sé, esta vez yo era el que estaba aterrado, no quería ser detectado. — Comentaba mientras empezaba a ir de un lado a otro — Cuando desperté, no estaba sobre un duro suelo de tierra, o un colchón de espinos, como lo sentí al caer. En su lugar, estaba tumbado sobre un cómodo colchón. El doctor me examinó, corroboró mi estado deplorable, pero añadió algo más: número uno, mi magia había desaparecido, era poco menos que un poni terrestre malnutrido con una larga, curvada y puntiaguda protuberancia en la cabeza; — Algunos dragones y griffins rieron ante las palabras — y, número dos, para colmo, el fogonazo literalmente convirtió mis ojos en dos pequeños guijarros secos, así es estaba completamente ciego y no me podía mover. Para mi buena suerte, mi ángel guardián, no se movió de mi lado, ¿Cómo se lo pagué entonces? Con una mentira, y el inicio de un plan de venganza inconcluso... — Confesó — Con él tiempo, depender de él para todo, me hizo verle de otra forma. Quiero decir, seguía siendo el unicornio gruñón y testarudo de siempre, pero con una venda en los ojos y una soga atada al cuello para no perderme en caso de salir de casa. Tal era mi dependencia que literal era él quien me bañaba. — Fue a un lado del escenario, colocó el micro en alto, y escenificó la situación — Imaginen: la ducha, arriba; yo, que mido 1.98 de largo por 1.70 de ancho, encajado en lo que era un barreño de 50x50, apretado y agachado para que me pudiera alcanzar; él posiblemente con la sonrisa más amplia del mundo y diciendo "ha que dado un día tranquilo. Hoy recogí no sé cuantas manzanas, llevé una carreta cargada de pacas de heno a no sé dónde..."; y, yo ahí, — puso la cara más amargada que podía, algunos ponis empezaron a reír por lo bajo — pensando en cómo recuperar mi magia, y que él sería mi sirviente personal cuando conquistase todo. La cosa se repitió, cada semana, hasta que un día, de la nada, "¡Plás! Ya estás listo, Blacky" de gratis me llevo una nalgada. ¿Pero y eso? ¿A santo de qué?

Sombras sobre el manzanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora