Capítulo 3

113 11 0
                                    


Finalmente, cerca del mediodía, el pesado silencio de la sala se vio brutalmente interrumpido por un zumbido penetrante. Era un sonido agudo y vibrante, de esos que te atraviesan los huesos y te dejan en shock. Al instante, todos contuvimos el aliento. Pude ver el miedo reflejado en los ojos de las demás, una sombra oscura e ineludible.

Sentí que mi corazón se detenía por un instante, como si cada célula de mi cuerpo entendiera que algo terrible estaba por ocurrir.

—No puede ser... —murmuró Marta, su voz apenas un susurro, mientras se acercaba temblorosa a la pequeña ventana.

Miré por encima de su hombro y allí estaba. Una nave Wrellyn, descendiendo lentamente, enorme y perturbadora. Su superficie, lisa y brillante, reflejaba una luz siniestra, y sus formas curvadas parecían desafiar toda lógica y sentido común. Parecía flotar en el aire, imponente, como si fuera un mal presagio hecho realidad.

Los guardias, visiblemente alterados, comenzaron a moverse frenéticamente. Sus rostros estaban pálidos, y sus manos temblaban. A pesar de sus intentos por mostrarse firmes, el terror estaba escrito en sus expresiones. Incluso ellos, que se suponía debían protegernos, parecían completamente fuera de control.

—Están aquí... —murmuró una mujer, escondida detrás de una pared cercana, su voz cargada de miedo.

Sentí a Jazz temblar a mi lado, sus pequeños brazos aferrados a mí con una fuerza desesperada. La abracé con fuerza, queriendo protegerla de todo esto. No podía permitir que viera lo que estaba por venir. Aunque yo misma estaba aterrada, tenía que aparentar tranquilidad. Mi única misión en ese momento era mantenerla a salvo, a cualquier costo.

El zumbido de la nave cesó de repente, dejando un silencio que resultaba aún más inquietante. Los guardias se quedaron paralizados, mirando la puerta con una mezcla de desesperación y resignación. Finalmente, el pesado portón se abrió con un chirrido metálico que sonaba como una sentencia de muerte.

Contuve el aliento cuando la primera figura Wrellyn apareció en el umbral.

Lo que entró no era lo que había imaginado. No era una criatura deforme ni un monstruo aterrador, sino algo mucho más perturbador. El Wrellyn era colosalmente alto, con una piel grisácea que brillaba de manera extraña bajo la luz tenue. Sus rasgos eran demasiado perfectos, como si estuvieran diseñados para ser hipnotizantes, y su cabello oscuro caía en ondas sobre sus hombros. Sus ojos, de un ámbar intenso, recorrían la sala con una mezcla de curiosidad y depredación.

Las chicas a mi alrededor lo miraban con una mezcla de terror y fascinación. Incluso Marta, que parecía hipnotizada, comenzó a avanzar hacia él con pasos vacilantes. A pesar de la atracción que ese ser podía provocar, yo permanecí inmóvil, aferrándome a Jazz. El instinto protector que sentía por mi hermana sobrepasaba cualquier otra emoción. Mi única prioridad era mantenerla a salvo, sin importar cuán seductor pareciera ese ser.

Jazz se aferraba a mí, temblando. Sentía sus brazos pequeños rodeando mi cintura, buscando seguridad en mí. Me incliné hacia ella y susurré:

—No te acerques a ellos —le dije con la voz firme, aunque me temblaba por dentro. Sabía que, a pesar de su apariencia, no podíamos confiar en esos seres. Mi misión era clara: proteger a Jazz.

El Wrellyn nos miró por un breve instante, y en sus ojos había un brillo inquietante. Antes de que pudiera hacer o decir algo, un guardia humano irrumpió en la sala, sosteniendo un arma con manos temblorosas.

—¡Atrás! —gritó, su voz quebrada por el miedo. Sonaba más como una súplica desesperada que como una orden.

El Wrellyn ni siquiera parpadeó. En cambio, una sonrisa fría se dibujó en sus labios antes de desvanecerse. Su mirada era de alguien que disfrutaba del juego que estaba por comenzar, de alguien que sabía que la caza ya había comenzado y que nada ni nadie podría detenerla.

Sentí cómo una ola de terror helado se apoderaba de mí. En ese momento, comprendí que la verdadera pesadilla acababa de empezar. Las reglas habían cambiado, y el juego se había vuelto mortal. La caza había comenzado, y nosotras éramos la presa.

Apolo ArsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora