Capítulo 7

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El aire en la sala seguía siendo tan frío como las paredes metálicas que nos rodeaban, pero la presencia de Alicia a mi lado hacía que la oscuridad dentro de mí se sintiera un poco menos sofocante. No sabíamos si llevábamos horas, días o semanas allí; el tiempo parecía desvanecerse en esa prisión sin ventanas ni relojes. Sin embargo, lo que parecía pesar más que el paso de los minutos era el vacío que dejaban nuestras pérdidas.

Alicia y yo nos habíamos sentado juntas, buscando algo de consuelo en el calor que nuestras almas aún conservaban. Estábamos atrapadas en nuestro propio infierno emocional, pero cada tanto nos mirábamos, buscando en los ojos de la otra un destello de fuerza o un asomo de esperanza.

—Extraño tanto a mi familia —murmuró Alicia, con la voz apenas un susurro—. No sé si están vivos... o si los volveré a ver alguna vez.

El peso de sus palabras resonó en mí como un eco. El recuerdo de mi hermana Jazz era una herida abierta, tan dolorosa y punzante que apenas podía soportarla. Lo último que vi fue su mirada llena de terror mientras nos separaban, y ni siquiera tuve la oportunidad de despedirme.

—Mi hermana... —dije finalmente, tragando con dificultad—. La perdí en la confusión. Ni siquiera pude decirle adiós. Solo vi su cara, sus ojos, antes de que la apartaran de mí.

Alicia me miró, con lágrimas que no intentó detener. Fue un momento crudo, sin pretensiones, en el que ambas abandonamos cualquier intento de fingir fortaleza. De alguna manera, compartir nuestra tristeza hacía que el peso fuera un poco menos insoportable.

—Tengo un hijo —dijo Alicia después de un rato—. Mateo. Tiene ocho años... No sé qué le ha pasado. Cada día intento convencerme de que está bien, de que alguien lo protegió cuando los Wrellyn llegaron, pero... —Su voz se quebró, y un sollozo se escapó de sus labios—. No lo sé, Agatha. No lo sé...

Su dolor me desgarraba por dentro. Me acerqué y le tomé la mano, aferrándonos la una a la otra como si de esa manera pudiéramos sostener las esperanzas que aún sobrevivían.

—Tienes que aferrarte a la idea de que está bien —le dije, aunque las palabras sonaban vacías incluso para mí—. Quizá... todavía hay algo de humanidad en ellos, en los Wrellyn. Quizá hay una chispa, aunque sea pequeña.

Alicia asintió, pero sus ojos reflejaban la duda que yo misma sentía. Habíamos visto la brutalidad con la que los Wrellyn habían invadido nuestro mundo, separando familias y destrozando vidas. Sin embargo, el recuerdo del Wrellyn limpiando el suelo aún me hacía cuestionar si podría haber algo más detrás de su aparente frialdad.

—¿Qué crees que les pasó a los demás? —preguntó Alicia, su mano apretando la mía con más fuerza—. ¿Y si los...?

—No podemos pensar en eso —la interrumpí, con un tono más duro de lo que pretendía—. Si comenzamos a imaginar lo peor, no vamos a sobrevivir. Necesitamos mantener la esperanza, aunque solo sea por un hilo.

Mis palabras eran más una súplica para mí misma que para ella. Alicia asintió, secando sus lágrimas con la manga de su desgastada camisa. Nos quedamos en silencio, cada una inmersa en sus pensamientos. Pero ahora, al menos, no estábamos solas. La desesperación que ambas sentíamos seguía ahí, pero compartiéndola, se hacía un poco más ligera.

—Agatha —dijo Alicia de repente—, ¿cómo era tu hermana?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero agradecí la oportunidad de hablar de Jazz. Mi hermana había sido mi fuerza, y ahora, hablar de ella era mi única manera de mantenerla cerca.

—Era... increíble —dije, esbozando una leve sonrisa al recordarla—. Valiente, fuerte. Siempre protegía a los demás, incluso cuando no sabía si podía protegerse a sí misma. Jazz siempre encontraba la manera de hacerme reír, incluso en los momentos más oscuros.

Alicia asintió, y pude ver cómo mis palabras parecían reconfortarla también, tal vez recordándole a Mateo y a los momentos felices que compartieron antes de que todo se viniera abajo.

—Quiero pensar que Jazz está buscando una manera de encontrarme —murmuré, con la voz baja—. Lo siento en mis huesos. No sé cómo explicarlo, pero sé que está ahí afuera, luchando por mí, como siempre lo ha hecho.

—Espero que tengas razón —dijo Alicia—. Porque si tu hermana está luchando, eso significa que Mateo también podría estar bien.

Nos quedamos sentadas en el suelo, con la espalda apoyada contra las frías paredes de metal, y aunque el frío no desaparecía, ya no se sentía tan insoportable. Nos teníamos la una a la otra, y aunque el mundo que conocíamos se había desmoronado, la semilla de una nueva amistad comenzaba a crecer en medio de la desesperación. Era un lazo formado en la tormenta, pero en ese momento, era suficiente para darnos un poco de consuelo.

Apolo ArsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora