Capítulo 2

113 13 0
                                    


El sol apenas comenzaba a asomarse, pero el aire pesado de la zona 17 seguía siendo opresivo. Me levanté de la cama improvisada, con el cuerpo tenso y el corazón acelerado. No había dormido casi nada. Aún podía sentir el temblor de mi hermana, Jazz, aferrada a mí durante toda la noche, temerosa de lo que nos esperaba.

Mientras las demás chicas comenzaban a despertar, el silencio de la mañana fue roto por la voz de un guardia.

—Todas de pie —ordenó con frialdad—. Tienen cinco minutos para alistarse. Los controles comenzarán pronto.

Miré a Jazz, quien seguía profundamente dormida. La desperté suavemente, acariciando su cabello oscuro.

—Jazz, es hora de levantarse —le susurré con dulzura—. Los guardias están aquí.

Abrió los ojos lentamente, y lo primero que hizo fue aferrarse a mi brazo. Estaba más asustada que la noche anterior. Algo en el ambiente se sentía diferente. Pude notar el miedo en los ojos de las otras chicas y en la forma en que sus cuerpos se movían torpemente al levantarse.

—Hermana... no quiero estar aquí, por favor, vámonos a casa —me suplicó, con la voz quebrada.

La abracé con fuerza, tratando de darle un poco de consuelo, aunque en el fondo sabía que no había palabras suficientes para calmar su miedo.

Los guardias comenzaron a inspeccionar la habitación, como lo hacían todas las mañanas. Revisaban que ninguna de nosotras estuviera enferma o intentara escapar. Pero ese día, algo en su comportamiento era diferente. Estaban más nerviosos, más apresurados. Uno de ellos, un hombre alto con el uniforme desgastado, se acercó a nosotras. Apenas nos miró mientras nos hacía señas para que nos levantáramos.

—Rápido, no tenemos todo el día —gruñó, desarmando nuestra cama.

Sentí una oleada de enojo, pero me la tragué. En tiempos como estos, mostrar resistencia era un peligro. Me levanté, ayudando a Jazz a hacer lo mismo.

—¿Qué sucede? —preguntó Marta, la niña de rizos dorados, con la voz temblorosa.

El guardia no respondió de inmediato. Miró a su compañero, como si no supiera qué decir. Finalmente, soltó una palabra que me heló la sangre.

—Ellos están cerca.

Toda la sala quedó en silencio. Los murmullos y las risas nerviosas de las chicas cesaron de inmediato. Todos sabíamos quiénes eran "ellos". Los Wrellyn. Los cazadores.

—¿Cerca? ¿Qué tan cerca? —preguntó otra chica en un susurro tembloroso.

El guardia apretó los labios, como si evaluara cuánto debía decirnos.

—Algunos han sido vistos en las afueras de la ciudad —contestó, como si disparara palabras al vacío—. Están buscando... algo.

Mi estómago se revolvió. Sabía lo que estaban buscando. Sabía que, tarde o temprano, vendrían por nosotras.

—¿Nos van a mover? —preguntó Jazz, con el miedo impregnado en su voz.

El guardia negó con la cabeza.

—No. Las mantendremos aquí. Es más seguro que afuera. —Su voz no reflejaba seguridad, pero era todo lo que teníamos.

Cerré los ojos por un momento, tratando de calmar mi mente. Los Wrellyn estaban más cerca de lo que había imaginado.

—Hermana... ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Jazz, sus ojos llenos de lágrimas.

No tenía respuestas. Todo lo que podía hacer era aferrarme a la esperanza de que, de alguna manera, sobreviviríamos. Pero en el fondo, sabía que la caza había comenzado. Y escapar no sería nada fácil.

Pasaron las horas, y el ambiente en la zona 17 se volvía cada vez más pesado. Los guardias parecían tensos, revisando las cámaras y comunicándose por radio sin cesar. Algo se estaba gestando, y las chicas lo sabían. A cada minuto que pasaba, el miedo en sus miradas se intensificaba.

Finalmente, cerca del mediodía, un fuerte ruido se escuchó afuera. Un zumbido agudo y penetrante, como el de una nave espacial al aterrizar. Todas nos miramos, paralizadas por el miedo.

—No puede ser —murmuró Marta, acercándose a la ventana.

Corrí hacia la pequeña abertura en la pared y vi lo que temía: en el cielo, descendiendo lentamente, una nave Wrellyn. Los guardias se movilizaron rápidamente.

—Están aquí... —susurré, sintiendo que mi corazón se hundía en mi pecho.

Jazz corrió hacia mí, temblando, y la abracé con fuerza. Sabía que no podíamos hacer nada más que esperar. Pero también sabía que nuestras vidas cambiarían para siempre. Los Wrellyn no se detendrían hasta encontrarnos.

La caza había comenzado, y la batalla por su libertad apenas estaba por empezar.



Apolo ArsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora