Capítulo 5

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El refugio subterráneo era un laberinto de túneles oscuros y húmedos, una red de pasadizos improvisados que apenas parecían lo suficientemente sólidos como para mantener a raya a los Wrellyn. A medida que avanzábamos, el pánico se volvía una especie de manto opresivo, tan denso que parecía envolvernos, robándonos el aliento y la poca esperanza que nos quedaba.

El comandante hizo su mejor esfuerzo para asegurar la entrada, pero, viendo las caras de las demás, era evidente que sabíamos que todo podía ser en vano. Nos guiaron a una sala más amplia, supuestamente más segura, pero el miedo seguía allí, perforando cualquier intento de calma. Traté de mantener la compostura, pero el eco de pasos lejanos que resonaban en los túneles me hizo estremecer. Pronto, las sirenas comenzaron a sonar de nuevo, y el terror se apoderó de nosotras cuando vimos aparecer a los primeros Wrellyn en el pasillo. Cada uno de sus movimientos parecía calculado, como si disfrutaran del pavor que causaban.

—¡No pueden estar aquí! —gritó el comandante, su voz cargada de desesperación—. ¡Debemos proteger a las mujeres!

Pero sus órdenes fueron ahogadas por el caos que se desató. Las mujeres comenzaron a gritar, a correr sin rumbo fijo, chocando entre ellas mientras trataban de encontrar una salida en la oscuridad. Yo me aferré a Jazz, mis manos temblaban, pero intentaba darle algo de seguridad. Sabía que debíamos mantenernos juntas, que separarnos significaría perder cualquier posibilidad de sobrevivir.

Y entonces lo vi. Una figura imponente, un Wrellyn, parado en la entrada de la sala. Su piel grisácea parecía absorber la poca luz que había, y sus ojos ámbar parecían atravesarnos. Se movía con una calma aterradora, como si supiera que nada ni nadie podría detenerlo.

—¡Separación por edades! —ordenó con una voz fría y cortante. No había emoción, ni rastro de humanidad en sus palabras, solo una eficacia brutal y desalmada.

Nos empujaron a formar filas, separándonos en grupos. Sentí cómo el miedo se transformaba en desesperación cuando vi que llevaban a Jazz a otro lado. Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que explotaría, pero aun así la agarré, intenté resistir.

—¡Jazz! —grité, mi voz apenas un susurro en el caos. Vi el terror en sus ojos, y el desgarrador grito que soltó me rompió en mil pedazos.

Alguien me detuvo. Intenté zafarme, pero la fuerza del Wrellyn que me sostenía era como un yunque, inamovible. Mis pensamientos iban y venían en medio de la confusión, atrapada en un torbellino de miedo y frustración. Nos empujaban hacia una sala aún más profunda en el refugio, un lugar que se sentía más como una prisión que un refugio. Cada paso que daba era un recordatorio de la brutal realidad en la que estábamos atrapadas.

Finalmente, nos arrojaron en una sala grande y fría. Las paredes de metal parecían absorber cualquier vestigio de calidez, dejando solo el sonido de llantos y sollozos. Me senté en el suelo, en un rincón, abrazando mis piernas. Todo se sentía tan irreal, como si el mundo se hubiese vuelto un borrón, y lo único que me mantenía anclada era el recuerdo de Jazz. Cerré los ojos, aferrándome a esa imagen, a la esperanza de que de alguna manera, algún día, podría reunirme con ella.

No podía dejar que el miedo me consumiera, no podía darme por vencida. Por Jazz, y por mí, tenía que encontrar la forma de seguir adelante. El verdadero desafío apenas comenzaba. La lucha por nuestra libertad y nuestra supervivencia era una batalla interna tanto como externa, y aunque me sentía pequeña y perdida, también supe, en ese instante, que no estaba completamente sola. El amor por mi hermana, esa chispa en medio de la oscuridad, me daba la fuerza para enfrentar lo que estaba por venir.

Apolo ArsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora