Capítulo 6

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 La sala en la que nos habían colocado era fría y estéril, un lugar que parecía más un túnel de metal que un refugio. Las paredes, lisas y de un gris metálico, no ofrecían ningún consuelo, y el silencio era interrumpido solo por el eco de nuestros propios pensamientos y el ocasional sonido de pasos alienígenas que parecían retumbar en el aire, recordándonos que estábamos a merced de ellos.

Me senté en el suelo, abrazándome a mí misma, mientras el recuerdo de la separación de Jazz seguía martillando en mi mente. El terror y la impotencia se mezclaban en mi pecho, formando un nudo que no podía deshacer. Mi corazón se sentía como si estuviera hecho de piedra, un peso insoportable que no me dejaba respirar con facilidad. La desesperación era una constante que me rodeaba, y el miedo a lo que podría pasarle a Jazz me mantenía en un estado de angustia interminable.

Todo había ocurrido tan rápido... Solo pude ver sus ojos llenos de desesperación, y ni siquiera tuve la oportunidad de decirle adiós.

En medio de este mar de desesperación, vi a una mujer sentada cerca de mí, con la cabeza baja y las manos temblando. No estaba sola en este sufrimiento, y algo en su apariencia reflejaba la misma desolación que sentía. Me acerqué lentamente, intentando no hacer ruido para no atraer la atención de los guardias Wrellyn.

—Hola —dije, tratando de sonar lo más tranquila posible—. ¿Cómo te llamas?

La mujer levantó la vista lentamente, sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero había una chispa de curiosidad y, quizá, algo de esperanza en ellos.

—Alicia —respondió, su voz era suave pero quebrada—. ¿Y tú?

—Agatha —contesté, esbozando una sonrisa débil. Era un intento de ofrecer algo de consuelo en medio de la tormenta emocional.

Nos miramos en silencio durante un momento, y luego Alicia se acercó un poco más, como si necesitara estar cerca de alguien en este pozo de desolación. A pesar de no decir nada al principio, su presencia me brindaba una calma inesperada. A nuestro alrededor, otras mujeres lloraban, algunas en silencio y otras con gritos desesperados, y el eco de sus angustias se sentía como un espejo de nuestro propio dolor.

—No sé qué va a pasar —dijo Alicia finalmente, con la voz temblorosa—. Los Wrellyn... nos han separado de nuestras familias. ¿Cómo sobreviviremos a esto?

No tenía una respuesta, pero entendía su angustia. Yo misma estaba atrapada en un laberinto de pensamientos oscuros, preguntándome si Jazz estaba bien, si estaba sufriendo tanto como yo, y si algún día volvería a verla.

—Lo único que podemos hacer ahora es mantener la esperanza —le dije, intentando infundir optimismo, aunque yo misma me sentía al borde del abismo—. Si estamos juntas, quizás podamos encontrar una manera de salir de aquí.

Alicia asintió, aunque la desesperanza seguía nublando sus ojos. Empezamos a hablar de nuestras vidas antes de la invasión, de nuestras familias, de los pequeños momentos felices que ahora parecían tan lejanos. A medida que compartíamos nuestras historias, el peso en mi pecho se alivió un poco, y me sentí menos sola. Aunque fuera por un breve momento, sentí un destello de humanidad en este infierno.

De repente, el ruido de pasos pesados se acercó. Me tensé, esperando lo peor. La puerta se abrió, y un Wrellyn, con su imponente figura y piel grisácea, entró en la sala. Mi corazón se aceleró, y Alicia y yo nos miramos, aferrando nuestras manos en busca de consuelo.

El Wrellyn nos observó, sus ojos ámbar reflejando una intensidad que parecía casi humana, pero fría y sin emoción. Entonces comenzó a murmurar en un idioma desconocido, pero su tono era de una autoridad aplastante. Sentí una extraña presión en mi mente y entendí que no solo estaba hablando: se estaba comunicando telepáticamente.

—¿Qué quieren de nosotras? —pregunté, mi voz temblando de desesperación.

El Wrellyn pareció escuchar, y con movimientos lentos, empezó a hacer señas con las manos. Luego se inclinó hacia un rincón de la sala, donde recogió un pequeño dispositivo del suelo y comenzó a limpiarlo con una tela fina. Era un gesto tan meticuloso y cuidadoso que me resultó desconcertante.

—¿Qué está haciendo? —susurró Alicia, mirando con incredulidad.

—Parece que están cuidando el lugar —dije, perpleja. Observaba la manera en que el Wrellyn trataba el dispositivo, como si fuera algo preciado. Era un detalle extraño, pero en medio del caos, cualquier acto de control o estructura era algo a lo que aferrarse.

El Wrellyn terminó su tarea y nos dirigió una última mirada antes de salir. Cuando se fue, la sensación de inquietud persistió en el aire, pero también quedó un rastro de curiosidad. Me pregunté si quizá, en algún rincón de sus corazones, los Wrellyn también eran capaces de entender la desesperación que nos envolvía.

Alicia y yo seguimos sentadas en el suelo, nuestras voces se convirtieron en un murmullo reconfortante mientras intentábamos dar sentido a lo que habíamos presenciado. La compañía de Alicia era un bálsamo en medio de la agonía, y aunque el futuro se perfilaba incierto, al menos teníamos la una a la otra para enfrentarlo.

Nos aferramos a esta nueva conexión, esta amistad nacida del sufrimiento, como si fuera un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Sabíamos que la lucha por nuestra libertad, por nuestros seres queridos, apenas comenzaba. Y aunque el camino parecía implacable, juntas podríamos encontrar la fuerza para enfrentarlo, paso a paso.

Apolo ArsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora