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Capitulo 33: "Home"

Jenna estaba tumbada en el sofá de su casa en Italia, mirando fijamente el techo, pero sin realmente verlo. Las últimas semanas habían sido un torbellino de emociones, pero nada la había preparado para el dolor que sentía ahora. La temporada de Fórmula 1 había entrado en el parón de verano, ese breve respiro entre carreras, pero para Jenna, no había descanso. El caos que había sido la última parte del calendario se sentía como una tormenta constante en comparación con el vacío absoluto que ahora llenaba su vida.

La muerte de su madre había llegado de repente, sin advertencia. Un segundo estaba corriendo en Silverstone, luchando por una victoria, y al siguiente su mundo se había derrumbado. Desde ese día, todo lo que le recordaba a su madre parecía amplificado, como si el universo entero se hubiera colapsado en un solo punto de dolor. Las cartas que su madre le enviaba mientras competía en F3, repletas de palabras de aliento, ahora estaban tiradas en el suelo de su habitación, manchadas por las lágrimas que no podía detener. Fotos de ellas dos juntas en su infancia, momentos felices congelados en el tiempo, esparcidas por la cama sin orden ni sentido. El collar, ese pequeño karting de plata con una "J" grabada, el último regalo que su madre le había dado, colgaba pesado alrededor de su cuello. Todo dolía.

Jenna apenas comía. Una vez al día, si acaso, y cada bocado se le hacía insoportable. Su sueño estaba hecho pedazos, despertando a mitad de la noche con la almohada mojada de lágrimas, sin saber si los recuerdos eran sueños o pesadillas. Las llamadas perdidas en su teléfono eran muchas: Lando, Max, amigos y familiares que intentaban llegar a ella, que querían ayudar. Pero Jenna no quería hablar con nadie, ni siquiera con Max. Él tampoco había insistido mucho. Tal vez sabía que no podría decirle nada que la hiciera sentir mejor. Y su padre, Jos... ni una llamada, ni un mensaje. Por alguna razón, eso tampoco la sorprendía.

Habían pasado ya dos días desde el entierro. Dos días de un silencio asfixiante. Jenna había pensado que tal vez estar sola le permitiría procesar lo que había ocurrido, pero lo único que sentía era que se hundía más y más en un abismo. No quería ver a nadie. No quería escuchar las palabras de consuelo que todos parecían tener preparadas, como si supieran lo que estaba pasando por su cabeza. Nadie lo sabía.

El timbre de la puerta sonó, rompiendo el silencio sofocante de la casa. Jenna no reaccionó al principio, quedándose quieta en el sofá, con la mirada perdida. El timbre volvió a sonar, esta vez más insistente. Se obligó a levantarse, arrastrando los pies por el suelo frío, sin molestarse en arreglarse el cabello o limpiar las lágrimas que aún brillaban en sus mejillas. Ni siquiera sabía quién estaba detrás de la puerta, pero tampoco le importaba. ¿Qué importaba ya?

Cuando abrió la puerta, su mirada cansada se encontró con un rostro que no esperaba ver. Franco Colapinto, su mejor amigo desde los tiempos del karting, estaba allí, con la misma expresión de preocupación que todos los demás. Jenna se quedó paralizada por un momento, sin decir nada, demasiado sorprendida para reaccionar. Franco la miró con suavidad, sin saber bien qué decir.

— Hola, Jenna —dijo suavemente, su rostro reflejando el dolor que sentía por ella—. ¿Cómo estás?

Ella lo miró, incapaz de articular una respuesta coherente. Estaba pálida, con ojeras marcadas y una expresión que combinaba la tristeza más profunda con el agotamiento. Pero finalmente lo envolvio en un abrazo, lo habia extrañado. Franco sonrio y Jenna sintio un alivio.

— No bien —murmuró finalmente, mientras apartaba la vista y dejaba la puerta abierta para que él entrara.

Franco entró en la casa y cerró la puerta detrás de él. Miró alrededor; las fotos, las cartas, todo desordenado y cubierto de una tristeza palpable. Jenna se dejó caer en el sillón, rodeada de los recuerdos de su madre, y Franco se sentó a su lado, sin decir nada al principio. Él siempre había sido su roca, el amigo que la conocía desde los tiempos en los que ambos soñaban con carreras más grandes.

— Sabía que las cosas estaban mal, pero no así —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Jenna, esto no es justo para vos. No podés seguir así.

Ella lo miró con los ojos vidriosos.

— No sé qué hacer, Franco —susurró—. Todo... todo me recuerda a ella. Las cartas, las fotos, el collar... Y ya ni siquiera puedo comer bien, no tengo ganas de nada. Todos me llaman, pero yo no quiero hablar con nadie. Ni siquiera con Max.

Franco suspiró, intentando mantener la calma mientras la escuchaba. Sabía que ella estaba completamente rota por dentro, y que ninguna palabra podía arreglar eso. Pero también sabía que tenía que intentar ayudarla a levantarse, aunque fuera poco a poco.

— Lo sé, Jen. Sé que duele —dijo, poniendo una mano en su hombro—. Pero tenés que salir de acá. No podés quedarte encerrada en esta casa, te está consumiendo.

Jenna negó con la cabeza, apartándose un poco.

— ¿Y qué querés que haga? —respondió, su voz rompiéndose—. No tengo fuerzas ni para salir a la calle. No puedo... no puedo manejar todo esto, Franco. Me supera.

Franco la miró con tristeza y se acercó más, tomándole las manos.

— No tenés que manejarlo sola. Estoy acá para vos, siempre lo estuve. Y hay gente que te quiere, que se preocupa. Max, Lando... Todos intentaron llamarte, pero vos los evitaste.

— No quiero ver a nadie —contestó Jenna, bajando la mirada—. No quiero que me tengan lástima. No quiero ser esa persona que todos ven y piensan: "Pobre Jenna, perdió a su mamá."

Franco apretó sus manos con más fuerza, obligándola a levantar la vista.

— Jenna, nadie te tiene lástima. Te quieren, te admiran. Sabés que sos fuerte, incluso cuando no lo sentís. Pero no te podés hundir sola en todo esto. Yo estoy acá, y no me voy a ir. No voy a dejarte enfrentar esto sola, ¿entendés?

Jenna tragó saliva, sintiendo cómo las lágrimas volvían a acumularse en sus ojos.

— No sé si puedo hacerlo —murmuró—. No sé si soy lo suficientemente fuerte.

Franco la abrazó, un abrazo firme, como si quisiera sostenerla y evitar que se rompiera en mil pedazos.

— Claro que podés —susurró en su oído—. Siempre lo hiciste. Y esta vez no es diferente. Tenés a tu gente, y te tenés a vos misma. Si querés llorar, llorá. Si querés gritar, gritá. Pero no te rindas, porque sé que no sos de las que se rinden.

Jenna se aferró a él, llorando silenciosamente sobre su hombro, mientras todas las emociones que había estado reprimiendo salían a la superficie. Franco no la soltó ni un segundo, dándole el espacio que necesitaba para liberar su dolor.

Después de un rato, Jenna se separó y lo miró, sus ojos todavía húmedos, pero algo más claros.

— Gracias por venir, Fran —dijo en voz baja—. No sabía cuánto lo necesitaba.

— Siempre, Jenn. Para eso estamos los amigos —respondió él, sonriéndole suavemente—. Y ahora, ¿qué te parece si comemos algo? Porque no me voy de acá hasta que no te vea mejor y encima tengo una lija.

Jenna dejó escapar una risa ligera, la primera en lo que parecía ser una eternidad.

— Está bien —asintió—. Pero no me vas a obligar a cocinar, ¿verdad?

— Nunca haría eso —respondió Franco con una sonrisa—. Pizza, lo que quieras. Solo... vamos a salir un poco de este lugar oscuro.













The greatest | A Lando Norris F1 fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora