PYSHOPATHIC FEAR | MIEDO PSICOPATA

La Captura Inesperada

La adrenalina corría por las venas de Yeji mientras corría a través del bosque, con cada paso alejándose de la casa de campo y de In Guk. Sin embargo, en un giro inesperado del destino, el sonido de ramas rompiéndose la hizo detenerse en seco. Su corazón se detuvo al darse cuenta de que no estaba sola.

—¡Yeji! —la voz de In Guk resonó detrás de ella, cargada de furia y desesperación.

No tuvo tiempo de reaccionar. Él apareció como una sombra, tomando su cabello y su brazo con una fuerza desmedida. En un instante, Yeji se sintió impotente, atrapada entre la desesperación y el terror.

—¿Dónde creías que ibas? —gritó él, arrastrándola de vuelta hacia la casa de campo. La rabia en su voz era palpable, y su agarre no dejaba lugar a la duda de que no había piedad en su corazón.

—¡No! ¡In Guk, suéltame! —gritó Yeji, tratando de zafarse de su agarre, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. Él no la escuchaba, estaba cegado por la ira.

Mientras avanzaban, el sonido de sus pasos resonaba en el bosque. A lo lejos, el murmullo de sirenas comenzaba a hacerse más fuerte. La policía se estaba acercando. La detective Kim y su equipo habían recibido información sobre la casa de campo, y cada vez estaban más cerca de resolver el misterio de las desapariciones.

—¡Suéltame! —repitió Yeji, pero la furia de In Guk la envolvía como una tormenta.

Él la empujó hacia la entrada de la casa, y Yeji sintió el frío de la puerta de madera en su espalda. Con cada movimiento, su mente estaba trabajando rápidamente, intentando encontrar una forma de escapar nuevamente. Pero ahora estaba atrapada, y la angustia la abrumaba.

In Guk cerró la puerta con un golpe, asegurándose de que nadie pudiera entrar ni salir. El silencio que siguió fue ensordecedor, pero pronto fue interrumpido por el sonido de sirenas que se acercaban.

—No puedes hacer esto. ¡No puedes encerrarme aquí! —le gritó Yeji, la voz llena de desesperación.

In Guk la miró con desdén, el brillo de locura en sus ojos.

—Esto es por tu propio bien, Yeji. No entiendes lo que hay en juego —dijo, su tono ahora más frío, casi clínico.

Mientras él se movía por la habitación, Yeji se dio cuenta de que tenía que actuar rápido. El sonido de las sirenas se volvía más intenso, y aunque la situación era desesperada, aún había una chispa de esperanza.

—In Guk, por favor, escúchame. Puedo ayudarte. Si dejas que esto termine aquí, tal vez podamos resolverlo —dijo, intentando apelar a cualquier parte de él que aún pudiera escuchar.

Pero en ese momento, la determinación de In Guk era más fuerte que cualquier palabra. En su mente, no había forma de perder a la única persona que creía que podía tener control.

Mientras tanto, afuera, la detective Kim y su equipo llegaban a la casa de campo, listos para entrar. Sus corazones latían con fuerza, conscientes de que podían estar a punto de encontrar a Yeji, pero también de que cada segundo contaba. La tensión era palpable.

—Estamos cerca, sigan buscando —dijo Kim, mirando a su alrededor con atención, lista para entrar en acción. La suerte de Yeji podía depender de cada movimiento que hicieran en ese momento crítico.

Dentro de la casa, Yeji se sentía cada vez más atrapada. La furia de In Guk se desataba en forma de gritos, pero ella sabía que no podía rendirse. 

Las sirenas afuera eran su única esperanza.

—¡No dejaré que te lleven! —gritó In Guk, ignorando por completo el ruido exterior.

Yeji, sintiendo que el tiempo se estaba acabando, reunió todas sus fuerzas y decidió que tenía que luchar, no solo por su libertad, sino por su vida. La confrontación estaba a punto de estallar, y las vidas de ambos estaban al borde de un precipicio que podría cambiarlo todo.

En un instante, todo se alineó: el sonido de la policía, la lucha de Yeji por liberarse, y la furia de In Guk. La batalla por el control se libraba no solo en la casa de campo, sino también en el corazón de Yeji, que ya no podía seguir siendo una prisionera del miedo.