La Frontera del Miedo

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El cuerpo de Bogum yacía inmóvil en el suelo, la sala impregnada de una mezcla de sangre y muerte. La quietud que siguió al último aliento de Bogum llenó la casa de campo como un eco sin fin. Yeji, con la cara pálida, temblaba, sentada en la esquina, incapaz de comprender por completo lo que acababa de suceder. Sus ojos estaban abiertos de par en par, llenos de un terror incontrolable que no podía borrar.

In Guk la observaba con calma desde el centro de la habitación, saboreando su victoria. Ya no había obstáculos. Bogum estaba muerto, y con él, cualquier esperanza de que alguien pudiera rescatarla. Pero, incluso en su victoria, In Guk notaba algo diferente en Yeji. Aunque su cuerpo estaba destrozado emocionalmente, había algo en sus ojos, un brillo tenue que no se había apagado por completo.

—¿Te das cuenta ahora? —preguntó In Guk, su voz suave pero llena de control—. Esto es lo que sucede cuando alguien intenta interponerse entre nosotros. Nadie más te va a proteger. Nadie más puede salvarte. Ahora, solo quedamos tú y yo.

Yeji no respondió. Apenas podía procesar las palabras que él decía. Su mente se tambaleaba entre el horror de lo que acababa de presenciar y el miedo paralizante de lo que podía venir. Pero algo dentro de ella, enterrado profundamente bajo capas de terror, comenzó a crecer. Era un pequeño germen de resistencia, una llama diminuta que se negaba a extinguirse del todo.

In Guk dio un paso hacia ella, sus ojos perforando su alma. Se agachó frente a Yeji, extendiendo su mano para acariciar su cabello. Ella apartó la cabeza instintivamente, lo que hizo que una sonrisa oscura se formara en los labios de él.

—Tienes que aprender, Yeji —susurró, tomando su mentón y obligándola a mirarlo directamente—. Aceptar que este es tu lugar ahora. No tienes otra opción.

Ella cerró los ojos con fuerza, tratando de escapar de esa realidad, aunque fuera por un breve momento. Sentía el peso de la mano de In Guk en su rostro, pero al mismo tiempo, su corazón latía con una mezcla de rabia y pánico. No podía gritar, no podía pelear... pero sabía que, de alguna manera, tenía que sobrevivir. Aunque su voluntad estaba hecha pedazos, su instinto de sobrevivir no la dejaba rendirse.

In Guk soltó su mentón y se levantó, dándole la espalda mientras caminaba hacia la puerta.

—Voy a dejarte aquí sola por un rato —dijo, su tono casi casual—. Tienes que pensar en lo que vas a hacer de ahora en adelante. Nadie vendrá a buscarte, así que deberías empezar a aceptar tu nuevo lugar conmigo.

Mientras él abría la puerta, el frío de la mañana inundó la habitación, y con él, una sensación aún más helada de desolación. Sin decir más, In Guk salió de la casa de campo, dejando a Yeji sola, con el cuerpo sin vida de Bogum a su lado.

El silencio volvió a dominar la habitación, pero esta vez, no era simplemente el vacío. Era un silencio lleno de posibilidades oscuras, de decisiones que Yeji sabía que tenía que tomar pronto.

Yeji respiró hondo, su mente luchando por aferrarse a algo, cualquier cosa que le diera fuerza. Se levantó lentamente, sus piernas temblando, pero sus ojos no dejaron de mirar el cuerpo de Bogum. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad.

Finalmente, su mirada cayó sobre la puerta por la que In Guk había salido. Tenía que hacer algo. No podía quedarse allí, esperando a que él volviera. Con cada minuto que pasaba, la pequeña chispa de resistencia dentro de ella crecía un poco más. Sabía que la única forma de sobrevivir era encontrar una manera de escapar, pero hacerlo requeriría paciencia... y astucia.

Se acercó a la ventana, mirando hacia afuera. El auto de In Guk seguía estacionado a cierta distancia, pero él estaba lejos, caminando por el bosque. No tenía mucho tiempo antes de que regresara. Volvió la mirada hacia la puerta que la mantenía cautiva y supo que, aunque sus posibilidades eran mínimas, no podía rendirse sin luchar.

La batalla no había terminado aún. Y en ese preciso instante, Yeji decidió que encontraría la manera de salir de ese infierno, aunque tuviera que esperar el momento adecuado.

Porque por primera vez en días, algo en su interior comenzó a florecer: esperanza.

PYSHOPATHIC FEAR | MIEDO PSICOPATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora