Capítulo 39: Blake

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Una sonrisa en mis labios me sorprendió mientras conducía hacia mi casa de la playa en Hastings. Las primeras notas de Start Me Up hacían vibrar todo el puto Range Rover y a pesar de que fuera invierno e hiciera un frío de cojones, el olor del mar ya empezaba a colarse a través de la ventanilla.

Me había pasado el viaje cantando y repicando con las manos en el volante, intentando marcar el ritmo de todas las canciones y creyéndome Will en el concierto de la noche de Halloween. Cómo os podréis imaginar, no me había acercado lo más mínimo. La guitarra y el piano se me daban de puta madre, pero ser capaz de tocar la batería era estar a otro nivel.

Estaba de muy buen humor.

La playa siempre me había puesto de muy buen humor.

Escuchar el sonido del mar mientras dormía o despertarme con el agua casi a los pies del porche de la casa me alegraba el ánimo. No podía esperar a tomarme un café mientras veía salir el sol por las mañanas, o darme una vuelta por el centro y explorar las viejas tiendas de música que solíamos visitar cuando venía el abuelo.

Y me daba absolutamente igual que no fuera verano, que no hubiera el mismo ambiente, o ni siquiera el hecho de estar completamente solo. Estar ahí me iba a hacer feliz y pensaba tomarme esas vacaciones como el retiro espiritual que llevaba tanto tiempo necesitando.

Al reconocer la carretera principal de la ciudad saqué un brazo por la ventana y acaricié la brisa suavemente con la mano.

Hastings se sentía igual que siempre. Cómo una película antigua, cómo un helado de limón después de un día caluroso, cómo una canción de los ochenta.

Hastings me daba el aire que Londres me quitaba.

Sorprendentemente hacía un día completamente soleado y la temperatura casi llegaba a los diez grados. No estaba tan mal para ser el Reino Unido en diciembre.

La casa de mi familia era la que hacía esquina en una enorme hilera de casas blancas que se extendía a escasos metros de la playa. Al parecer unos amigos se la iban a vender y obligados a sucumbir a la gran capacidad de persuasión de Colin Hemsley, se la ofrecieron a mis padres por una mísera cantidad de dinero. El director general y propietario de Hemsley Bank pensó que sería una gran idea poseer un lugar en el que poder reunirse con los socios del sur del país en verano. Por supuesto, no era nada comparado con la villa lujosa que solían alquilar en las Mauricio, ni tampoco estaría jamás al nivel de la cabaña de los Alpes.

Esa casa siempre les había sobrado.

Cómo yo.

Por eso mismo me abrían sus puertas el primer día de vacaciones y me desatendían durante todo el verano mientras yo me dedicaba a construir castillos de arena o a hacer amigos que jamás iba a volver a ver.

Para un niño normal, el hecho de pasar las vacaciones de verano a solas podría haber derivado en un perfecto trauma infantil. Por suerte, para mi perder de vista a mis padres se había vuelto un completo alivio con los años, y si el abuelo se dejaba caer por ahí alguna que otra semana, yo me convertía en el niño más feliz de mundo.

La casa del abuelo y la casa de la playa siempre habían sido los únicos dos lugares en los que me sentía a salvo, en los que podía ser quién yo quisiera.

Aunque ahora ya nada fuera igual, seguía teniendo la misma sensación cuando ponía un pie en Hastings. Cada esquina de esa ciudad me mostraba a un niño de ocho años cargando un helado de dos bolas y suplicándole al universo que no se deshiciera antes de llegar a casa. Cada tienda de antigüedades le abría sus puertas a un señor y a su nieto, y esperaba con ansias a que se llevaran esos vinilos viejos que ya nadie quería. Cada ráfaga de viento tarareaba la canción favorita del abuelo y acarreaba con ella esa frase que solía repetir en bucle cada verano.

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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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