Capítulo 37: Blake

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Esa mañana de domingo pensé que aún estaba soñando cuando abrí lo ojos y me removí entre las sábanas y un pequeño cuerpo descansaba como un ángel encima de mí.

Por primera vez en mucho, mucho tiempo, sentía el mismo vacío en mi pecho despierto que durmiendo. No un vacío en el sentido de que no hubiese forma de colar ningún sentimiento dentro de él, sino en el sentido de que sí que lo había. Sí que lo había, ¡Joder! En mi pecho había tanto espacio que hasta mi puto Range Rover cabía dentro.

Me di cuenta de ello en el momento en el que intenté respirar profundamente y mis pulmones se llenaron por completo. Esa mañana, podían recoger todo el aire que quisieran sin tener que luchar contra esa bola de mierda que los llevaba oprimiendo durante tanto tiempo. Podían inspirar con la misma tranquilidad que lo hacían cuando me metía en mi cama y dormía durante días. Podían percibir cómo la sangre los bombeaba y les ofrecía una nueva oportunidad, un nuevo día lleno de estímulos de los que no me había percatado antes.

Esa mañana, me apetecía despertarme y vivir más que nada en el mundo.

La luz que entraba por el gran ventanal de encima de la cama no me provocaba dolor de cabeza, ni me hacía desear meterme debajo del edredón durante todo el fin de semana. De hecho, como si el tiempo se hubiera alineado con la situación, parecía que ante mis ojos se encontraba el primer día soleado desde principios de verano. Al girar la cabeza y subir la vista, observé que todas las nubes que habían sido testigos de lo que había pasado la noche anterior habían desaparecido por completo.

Sonreí cómo un idiota.

Me encontraba en el mismísimo cielo.

Intenté no despertar a Sam cuando me moví con cuidado para levantarme e ir a por un vaso de agua. No sabía si habría sido por las lágrimas, o por el alcohol y el sushi que había engullido cómo si no hubiera comido en años, pero sentía que necesitaba beberme una piscina entera. Mientras cogía un vaso de la encimera y abría el grifo me fijé en cómo ella seguía durmiendo sin inmutarse de absolutamente nada, cómo un bebé durante la mejor siesta de verano. ¿Debería considerarme egoísta por haber pensado que quería ver esa imagen durante el resto de mis mañanas? Porque de repente, esa era la única idea que parecía tener sentido completo en mi cabeza. Mientras la miraba fijamente, con su pelo enmarañado y su piel blanca resaltada por los rayos de sol, me llegó a pasar por la cabeza uno de esos pensamientos, que, si no fueran tan solo pensamientos y pudieran reproducirse a todo volumen por toda la ciudad, podrían crear una tercera guerra mundial.

La quería.

Joder.

Me ardía el corazón con tan solo estar en la misma habitación que ella.

¿Se podía querer a una persona con tanta rapidez?

¿A una chica que tan solo me había dedicado unas horas de su preciado tiempo?

¿Podía considerarme una persona cuerda si hubiera dado cada pedacito de mi ser por hacerla feliz?

¿Si lo hubiera mandado todo a la mierda, la música y la guitarra incluidas, por ella?

Tenía que ser imposible.

Eso o me había vuelto completamente loco.

Sí, debía ser eso. Entre ese sentimiento abrumador que me recorría cada poro de la piel, lo liviano que se sentía mi pecho y los flashbacks de todo lo que había pasado la noche anterior, mi vida parecía más surrealista que nunca.

Ni siquiera podía apreciar al cien por cien si todo lo que recordaba que había pasado o dicho en el club era real o no. Me había sumido en tal estado de shock que se sentía cómo si me hubiera despertado de una de esas pesadillas interminables que tienes cuando eres pequeño, y que se repiten noche tras noche sin tú poder hacer nada para evitarlo.

Espérame en CamdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora