Capítulo 22: Sam

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Cuando la luz del sol me hizo abrir los ojos y observar con claridad lo que había a mi alrededor, esbocé una sonrisa siendo consciente de que esta vez sabía perfectamente donde me encontraba.

Y no pude estar más agradecida.

Porque no pensaba olvidarme jamás de todo lo que había pasado en las últimas horas.

Medio dormida aún, me froté los ojos con la mano que me quedaba libre y que no estaba aplastada bajo el enorme cuerpo de Blake. Después, lamentando el hecho de tener que despegarme de su cálido cuerpo semidesnudo, me levanté lentamente y con cuidado para ir al baño.

El albornoz con el que había dormido se había quedado algo suelto y ahora caía por mis hombros dejando ver el comienzo de mis pechos. Blake se había pasado la noche acariciándome de arriba abajo y no me extrañaría que el intento de retirarme el albornoz hubiera sido cosa suya.

No me podía creer que hubiéramos dormido toda la noche en la misma posición.

Me había pasado horas en sus brazos, reposando la cabeza en su torso y escuchando el sonido de los latidos de su corazón. Al notar el calor de su pecho trasladándose hacia mi mejilla me había quedado completamente dormida.

Hacía tiempo que no me sentía tan en paz, tan relajada, tan... despreocupada.

Porque Blake me hacía sentir de todo y absolutamente nada a la vez.

Y eso estaba bien.

Blake me hacía sentir demasiado bien.

Sinceramente, la idea de estar a solas con él en una habitación de hotel me había dado demasiado respeto desde el primer momento, y más después de lo que había pasado en la recepción. Aunque al entrar por la puerta y ver como su expresión cambiaba por completo al tener que hablar sobre sus padres, me había prometido a mí misma que, durante el tiempo que estuviéramos juntos, iba a hacer todo lo posible para que pasara un buen rato y pudiera olvidarse de todo aquello de lo que no quería hablarme.

Al fin y al cabo, yo también necesitaba olvidarme de demasiadas cosas.

Blake y yo no éramos tan diferentes como me pensaba.

De alguna forma me comprendía, lo había sabido desde esa tarde en Camden, y ahora parecía que yo también empezaba a entenderle a él un poquito más.

Definitivamente Blake no era el chico que todos decían, ni la imagen que todo el mundo se había creado de él. No era la estrella del rock que veías relucir en el escenario, ni mucho menos el capullo engreído que se creía superior a los demás o que se había tirado a media universidad. No era ese chico que parecía que solamente le importaba como brillaba su guitarra en sus conciertos o cuánta gente había venido a verle. No era el idiota que me había tirado la cerveza encima sin disculparse, avergonzado en medio del campus o ignorado completamente durante todo un día simplemente por hacerle una cobra.

Esa noche, Blake tan solo había tenido que pestañear para poder leerle mejor que a mí misma.

Blake era la personificación de la palabra sensibilidad.

Blake guardaba con candado un tarro lleno de emociones que nunca había podido abrir, y no porque no hubiera querido, sino porque la única persona a la que le hubiera dado la llave se había ido para no volver. La única persona que había conseguido hurgar en su interior y darle un motivo y una oportunidad para ser alguien más que lo que seguramente le había tocado ser en su familia, ya no estaba. Ya no existía.

Blake era un niño frágil y vulnerable al que su único apoyo y referencia en la vida le había abandonado.

Y ahora se encontraba completamente solo y perdido.

Espérame en CamdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora