18.

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No tengo idea de qué hora es cuando abro los ojos, pero lo primero que siento es el abrazo de Adam. Me sobresalto un poco, casi sin poder respirar. ¿Cuándo me abrazó? Con cuidado, intento apartarme, aunque una parte de mí necesita este contacto. Sus brazos están alrededor de mí, y no sé cómo sentirme. Mientras me muevo, él murmura algo en sueños, mi nombre, y por un segundo, no puedo evitar sonreírle. Pero esa sonrisa desaparece rápidamente cuando un dolor punzante me atraviesa la cabeza. Todo lo que pasó anoche me viene de golpe y me pregunto si es de tanto llorar.

Me levanto lentamente, y camino hacia el baño. Cuando me veo en el espejo, no puedo creer lo que veo. Las marcas en mi cuello... parecen más graves a la luz del día. ¿Cómo puedo ocultar esto? Me lavo la cara rápidamente y me cepillo los dientes, intentando ignorar la imagen en el espejo, pero es imposible. Las marcas rojas me siguen. Suspiro, salgo del baño y me dirijo al vestidor para buscar algo que pueda cubrirme el cuello. De paso, agarro mi diario y me siento en la silla para escribir sobre lo que pasó anoche. Necesito sacar todo esto de mi cabeza.

De repente, alguien toca la puerta. Me sobresalto y rápidamente corro a abrirla antes de que Adam se despierte. No puedo mirarlo a la cara ahora. No después de lo de anoche. Abro la puerta y me encuentro con Leila.

— Es hora de desayunar, señorita —dice en un susurro.

—¿Por qué no me has despertado antes para ayudarte? —le pregunto, sintiéndome culpable.

—La señora Jamila me dijo que no hacía falta.

—¿La señora Jamila? ¿Estás segura? —pregunto, sorprendida, mientras Leila asiente. Luego, noto cómo sus ojos se posan en mi cuello. Me doy cuenta de lo que está viendo y rápidamente lo cubro con mi mano.

—Señorita, ya sé que no es de mi incumbencia, pero... ¿qué le ha pasado? ¿Puedo ayudar en algo?

—Estoy bien, Leila. Intenté ponerme un collar que me quedaba pequeño, eso es todo. No te preocupes. Ah, y sobre el desayuno... prefiero que me lo traigas aquí. No quiero bajar hoy.

Leila me mira con preocupación.

—Señorita, usted y yo sabemos perfectamente lo que pasó anoche —hace una pausa, mirándome fijamente—. Fue la señorita Hannah.

—¿Qué hizo Hannah ahora? — Adam pregunta mientras se levanta de la cama.

Me tenso y me adelanto antes de que Leila pueda responder.

—Hannah... eh... mandó a Leila para que nos despertara —digo rápidamente, lanzando miradas a Leila para que no diga nada.

Adam se acerca a la puerta y se dirige a Leila:

—¿Hannah?

—Así es, señor Adam. Pero la señorita Azraa me ha pedido que traiga el desayuno aquí. —responde ella, antes de darse la vuelta y marcharse.

Adam me mira, notando cómo sigo cubriéndome el cuello.

—¿Por qué te tocas el cuello? —me pregunta con el ceño fruncido.

—No es nada —le digo, nerviosa—, solo estoy pensando en ir a ver a Nadia hoy.

—¿Cuando piensas te agarras el cuello? No estarás ocultando algo, ¿no? —pregunta, con un tono sospechoso.

—Que no, pesado —digo, molesta, y me dirijo rápidamente al vestidor para coger mi diario. Si ve lo que he escrito, todo mi plan se irá a la basura. Pero... es extraño. ¿Jamila me dejó dormir hoy?

—Azraa, sobre lo que pasó anoche... ¿me vas a contar qué te ocurrió?

Sigo sin mirarlo, apretando mi diario contra mí y cubriendo mi cuello. Busco una toalla, intentando mantenerme ocupada.

Mi alma en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora