23.

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Estoy en nuestra habitación , sentada en la silla junto a la cama, ayudándo a Adam de comer. Le sirvo un bocado de macarrones con salsa blanca y queso. A pesar de que Adam apenas puede moverse con ese brazo vendado, me mira con una sonrisa tranquila, esa que me hace dudar sobre cómo llegamos a este punto. Siento que es el momento de hablar, de confesar lo que llevo guardando.

—Adam, tengo que decirte algo —empiezo, pero antes de poder continuar, me interrumpe.

—Hannah... ella me amenazó —empieza a decir, su voz baja y tensa—. Dijo que le contaría a la prensa sobre mi pasado en el centro de menores si no rompía contigo.

Siento cómo la ira empieza a hervir dentro de mí. Esa bruja. Siempre metiéndose en nuestras vidas, siempre causando problemas.

—Esa... esa bruja —digo entre dientes, apretando el tenedor con más fuerza de la que pretendía—Sobre lo que siento por ti... No lo puedo negar más. He intentado evitarlo, pero la verdad es que siento lo mismo que tú por mí —digo, finalmente liberando esas palabras que han estado atrapadas en mi pecho.

Suspiro, bajando la mirada por un segundo, buscando las palabras. Lo miro de nuevo, con valentía.

Adam se queda en silencio, procesando lo que acabo de decir. De repente, una sonrisa se extiende en su rostro, y antes de que pueda reaccionar, se inclina hacia mí y me da un beso corto en los labios.

—¡Adam! —digo, sorprendida, apartándome un poco.

—Repite eso de nuevo —responde, aún sonriendo, esta vez con esa mirada traviesa que siempre pone cuando sabe que ha ganado.

—¿El qué? —respondo, nerviosa.

—Lo que me acabas de decir —replica, sin borrar su sonrisa burlona.

—Si no cambias esa cara, no te lo voy a repetir —le digo, tratando de disimular mi vergüenza mientras señalo el plato—. Además, tienes que acabar de comer.

Adam se pone más serio, bajando el tenedor que iba a usar para otro bocado.

—Azraa, ya deja de huir. Acepta lo que sientes por mí de una vez, por favor. ¿Qué pasaría si vuelvo a tener otro accidente? —me dice, su tono más suave pero lleno de significado.

Lo miro fijamente. Me estremece pensar en eso.

—¡Astagfirullah! Que Allah no permita eso. No digas esas cosas —le digo, fulminándolo con la mirada.

Nos quedamos en silencio por un momento, mirándonos. Luego, sin pensarlo dos veces, me acerco a él y lo abrazo con fuerza. Adam se queja, y me doy cuenta de que he tocado su hombro herido.

—Perdón, no quería hacerte daño —digo, soltándolo de inmediato.

Adam se levanta de la cama con una sonrisa en el rostro.

—¡Vámonos! —dice, decidido.

—¿A dónde? —pregunto, extrañada.

—Al cine —responde con una seguridad que me desconcierta.

—Sabes que no me gustan los lugares públicos —le digo, recordándole lo que siempre he evitado.

—Eso no es excusa. Ya estuviste en uno el día de mi partido, ¿recuerdas? —dice con una risa burlona.

Suspiro, frustrada, pero él sigue con su plan.

—Además, ¿quién te ha dicho que no tengo un cine privado? —me guiña un ojo, y no puedo evitar sonreírle.
***

Es de noche,me he puesto un pijama bonito, esperando que Adam lo note. Quiero hacer las cosas bien, demostrarle que estoy aquí, que lo quiero.

Adam sale de la ducha, secándose el cabello, y al verme, me silba.

Mi alma en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora