Parte sin título 4

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Miranda y Débora iban con el cuerpo del hombre flotando a su costado en un silencio póstumo. Parecía que las dos tenían su mente ocupada en algo.

—¿Cómo crees que llevó a la gente hasta ese lugar? —preguntó la menor observando el bosque sobre el que estaban pasando.

—Por donde entraste fue un brazo creado por la misma lava que saco de la cámara magmática, estoy segura que no trabajó solo —comenzó a responder Miranda—. Noté que la zona estaba revuelta donde los esperamos, así que alguien le generó ese espacio y luego él llevó a la gente.

—¿Por qué harían eso? ¿Qué ganarían? —Se preguntó más a ella misma pero fue escuchada por su superior.

—Eso averiguaremos... bueno, en realidad lo harán los caballeros, hasta aquí nuestra labor.

La capital desde el cielo tenía forma de una flor, realmente estaba diseñada tan bien que de todos los ángulos era hermosa.

Bajaron en la entrada de un enorme palacio con grandes columnas y muchos hechiceros cuidando la puerta que parecían no querer recibirlas.

Miranda le explicó de mala gana lo que había sucedido a un guardia que con el mismo ánimo le mostró el camino e indicó que esperen a llamar al maestro médico para evitar que muera el delincuente.

Débora vio como entraban los dos de luna creciente que estuvieron en su misión junto con otro hombre delante de ellos que parecía pertenecer al mismo gremio.

Casi por instinto de supervivencia se pegó a la falda de Miranda que estaba parada de brazos cruzados mirando un pasillo por el cual tendría que salir el general.

Estaban en la sede central de los caballeros quienes se encargaban de proteger el reino completo e investigar agrupaciones y otros reinos que quieran atacarlos.

Eran un rango más alto que los hechiceros ya que ellos se encargaban de cuidar solamente algunas zonas y avisar a los caballeros para que hagan el trabajo más pesado y metódico.

Solamente los maestros de los gremios estaban al mismo nivel y se encargaban de hacérselos saber a los demás constantemente.

En el momento que Débora se pegó a Miranda, los tres hombres ingresaron al establecimiento y el aire parecía que podía cortarse con tijera; sin duda el tercero que ella no conocía generaba eso.

Tenía una capa plateada y una luna creciente como broche en el medio, su cabello era casi blanco y sus ojos de un gris profundo, si la luna tendría forma de humano estaba segura que sería como él.

Todos mostraron un profundo respeto hacia ese hombre agachando su cabeza y llevándose la mano derecha al pecho, todos excepto una persona: Miranda.

—Si seguís mirándolo así te va a cobrar. —Advirtió la mujer que no quitaba la vista del pasillo.

Débora entendió que parte de la presión también la generaba su superior que no mostraba ni un ápice de respeto por quien acababa de entrar.

—Parece un rey —susurró la menor que luego siguió diciendo cosas en un tono bajo sin modular, inentendible para todos.

Miranda a medida que trataba de escucharla su cara se iba desfigurando cada vez más.

—¿Qué estás diciendo? —La sacó de su burbuja.

—Solamente que parece ser que es un hombre muy fuerte y que deduzco que debe ser maestro del gremio, o aprendiz para ocupar tal puesto, su magia se siente hasta aquí... —comenzó a explicar muy rápidamente, casi temblorosa y continuó diciendo sus deducciones de forma aterradora y rápida.

Desde el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora