Parte sin título 18

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Débora estaba sentada en una cascada pensando sobre todo lo que había pasado en ese día. Era una locura.

No entendía nada y mientras más lo pensaba menos lógica tenía, lo único seguro en ese momento era que posiblemente la hayan declarado un peligro.

Se rió en voz baja, al final habría resultado la más fuerte como para provocar ese miedo.

—Te escuché —dijo lanzándose sobre lo que estaba husmeando entre unos arbustos.

Quedó atrapada en una dimensión, posiblemente los hechiceros habían aprovechado el agua para hacer una.

Dentro había muchos que parecían de alguna banda criminal o ex convictos que escaparon de una prisión, pero no importaba, podría desquitarse con ellos que se veían muy confiados al ser más y estar en una dimensión.

Mientras mataba a los delincuentes pensaba aún en esas dos mujeres, el estilo de pelea de Miranda parecía haber mejorado, al igual que el poder de Kami, seguramente como ella ninguna había dejado de entrenar. Pero tampoco podía deducir tanto ya que nunca las había visto pelear en serio.

Su experiencia posiblemente iguale la de ellas y aunque le gustaría saber cómo sobrevivieron a la ejecución y que les sucedió, el deseo de vencerlas era más fuerte.

Miranda la hizo frustrarse en batalla y detectó sus intenciones mucho más rápido que la capitana que aún quería evitar su muerte. La institutriz siempre pareció ser la más fría.

Cuando terminó de asesinar a todos los atacantes se quedó parada en medio de los cadáveres; estaba un poco desaliñada y salpicada con sangre debido a la batalla, así que decidió desvestirse y lavarse en el río, luego comería y por último dormiría para al otro día pensar en que rumbo tomar.

La mano de Miranda se marcaba levemente en su antebrazo, tuvo suerte de poder zafarse por la distracción de Kami.

Comenzó a lavar todo su cuerpo debajo de la cascada que caía con una gran potencia, pero no la suficiente para no tolerarla, incluso el dolor que sentía se le hacía agradable.

—Parece que no estuvieron a la altura de las circunstancias —susurró alguien detrás de ella.

No lo había detectado, por lo que mandó sus dos armas a comenzar la pelea y desapareció de la vista de la persona, aunque si no lo detecto debía ser un demonio.

Ese día parecía que no tendría descanso y debería luchar más de lo planificado, pero no había nada que le gustase tanto como pelear y podría seguir desquitándose por el enojo del día.

De otro lado salió una mujer similar a Desvidia a golpearla con un puño que parecía absorber las cosas a su alrededor.

Asumió que era un demonio, al igual que otro más que apareció atacándola generando que todo a su alrededor sea de oro.

Comenzó a pelear contra los dos demonios sin importarle que estuviera totalmente desvestida y al no tener una armadura no podría hacer que absorba sus golpes. Pero no estaba en sus planes morir ese día.

Esquivaba y devolvía sin dejar que el otro piense siquiera en otro ataque, se dividió entre sus armas y con la lanza se protegía mientras que la espada los atacaba.

Gracias a que el terreno se había convertido, no podía usarlo del todo, así que de un salto para atrás, reviso el lugar buscando algo no afectado.

Las rocas del río comenzaron a elevarse para confundir a sus enemigos y comenzar a golpearlos, tratando de crear una estrategia.

Si bien podía parecer un ataque inofensivo, al estar potenciados por Débora, eran como pequeños asteroides chocando contra ellos.

Ese día estaba recibiendo una paliza bastante particular, hacía tiempo no sentía tanto dolor físico y la motivaba mucho más; podía saber que cambiar y que no, donde estaban más marcadas sus debilidades y en que podía mejorar sus fortalezas.

—Alto. —Se escuchó desde los árboles y los dos demonios que la atacaron bajaron al suelo por la presión que comenzó a sentirse.

Si bien Débora también la percibía no era lo suficiente para arrodillarse.

«Qué flojitos» pensó.

El que se acercaba parecía mucho más poderoso que esos dos, y comenzó a dudar si podía pelear contra los tres juntos, pero si no quedaba otra tendría que comenzar a crear una estrategia diferente.

Un hombre esbelto y con un traje negro hasta los pies que parecía un vestido apareció delante de ella, encontraba similitudes con Desvidia, pero él estaba más tapado.

Sus ojos eran de color rojo y parecían brillar en los de ella, que solamente lo miraba con expresión de cansancio mental y hartazgo.

—Así que tú fuiste la que venció a nuestro compañero. —Comenzó a explicarse mientras se acercaba a ella.

Tomó la camisa de uno de los demonios que la atacó y se la tiró para que se vista, oferta que Débora no rechazó.

—¿Desvidia? —preguntó mientras sacaba su pelo de debajo de la ropa.

—Así es, sé que piensas que venimos a vengarlo —Débora no entendía a que iban sino era para eso—, pero en realidad, quiero que estés con nosotros.

—¿Por qué estaría con seres que quieren destruir a los humanos siendo yo una?

El demonio sonrió y luego se rió con sonido, era realmente tan interesante como lo había visto desde los ojos de Desvidia, no, incluso más.

Para él era una experiencia que no había vivido en muchos años, presenciar una humana como aquella: con una altura que casi igualaba la suya, un cuerpo que tenía marcado el tiempo y dureza de su entrenamiento.

Sus ojos se clavaban en él como si tuviera la verdad absoluta, lo miraba de la misma forma que a Desvidia.

—Irónico siendo que tú también los destruyes. —Ambos mantenían la distancia, mientras los otros dos seguían arrodillados.

—No es lo mismo, yo no lo hago por querer ver morir a los humanos, sino porque ellos dudan y retan mi fuerza. —Se justificó.

—Tengo algo que puede llegar a ser de tu agrado, podríamos crear una sociedad. —Débora lo observaba.

No sabía si debía confiar en ese tipo, pero en ese momento era la única salida que tenía, sino quedaría condenada a vagar por el mundo sin un rumbo hasta encontrar alguno.

Lo único que sabía era que quería ser la hechicera más fuerte, pero no había nada más detrás, pudo usar a Dimas para escalar y convertirse en general, pero luego de eso no tenía idea como seguir.

Tanto había criticado la mediocridad de su maestro y superiores en su momento, sobre la razón de tener tanta fuerza y no usarla. Ahora ella se encontraba en el mismo debate.

Desde que Desvidia le había preguntado la razón por la cual peleaba le daba vueltas en la cabeza, realmente no sabía que más quería aparte de ser la más fuerte.

—Te escucho. —Aceptó Débora pasando por al lado a escasos centímetros para sentarse en una piedra.

Desde el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora