Capítulo 03: Humanidad

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Shigaraki caminaba rápidamente por los oscuros callejones de la ciudad, las sombras ocultando sus pasos mientras sus ojos fríos analizaban cada movimiento a su alrededor

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Shigaraki caminaba rápidamente por los oscuros callejones de la ciudad, las sombras ocultando sus pasos mientras sus ojos fríos analizaban cada movimiento a su alrededor. El plan era simple: entrar, robar lo necesario y salir sin ser detectado. Aunque era más que capaz de destrozar el almacén si quería, no necesitaba llamar la atención, al menos no hoy.

Se había visto obligado a recurrir al Internet, buscando algo de información sobre cómo cuidar a una niña. No había tenido ni idea de cómo alimentarla; todo lo que sabía era que tenía hambre. Una rápida búsqueda le mostró que los niños pequeños usualmente usaban biberones. Shigaraki no había dudado más y, con eso en mente, se dirigió al almacén más cercano.

Una vez que localizó la sección de bebés, su mirada se posó en los biberones de diferentes colores y tamaños. Tomó uno al azar, el más simple, y luego se dirigió a la sección de lácteos, buscando leche. No tenía ni idea de cuál sería la mejor opción, pero decidió llevar una botella de leche de vaca, suponiendo que no podía ser tan complicado.

Con los objetos robados escondidos bajo su chaqueta, salió del almacén y regresó rápidamente a la base de la Liga. Se aseguró de no haber dejado rastros, como siempre lo hacía. Al llegar, encontró la pequeña cocina que rara vez usaban y comenzó a calentar la leche en una olla, observando cómo burbujeaba lentamente.

Nunca había hecho algo así. Cuidar de alguien, menos aún de una niña pequeña. Pero mientras agitaba la leche con torpeza, no podía dejar de pensar en la mirada hambrienta y desesperada de Erina. A pesar de su indiferencia general hacia la mayoría de las personas, algo en esa niña lo había conmovido lo suficiente como para no poder ignorarla.

Cuando la leche estuvo lista, vertió el líquido caliente en el biberón. Miró el resultado un momento, sin estar completamente seguro de si lo estaba haciendo bien, pero al menos parecía razonable. Se dirigió al cuarto donde Erina descansaba.

Al entrar, la niña abrió los ojos lentamente. Sus ojos rojos, llenos de cansancio, se iluminaron un poco cuando vio el biberón en las manos de Shigaraki.

—Toma, niña. —Se acercó y le ofreció el biberón, un tanto incómodo con la situación, pero sin mostrarlo. Sabía que ella necesitaba alimentarse.

Erina, sin dudarlo, tomó el biberón con ambas manos pequeñas y comenzó a beber con avidez, como si no hubiera comido en días. Shigaraki se sorprendió por la intensidad con la que bebía, sus pequeñas manos temblaban mientras trataba de sujetarlo con fuerza.

—Despacito —murmuró sin pensar, observando cómo la leche desaparecía rápidamente. No estaba seguro de si esa era la forma correcta de hacerlo, pero por la forma en que bebía, supuso que no había tenido mucho alimento últimamente.

La niña no levantaba la mirada, concentrada en el biberón, pero Shigaraki notó cómo su cuerpo se relajaba lentamente a medida que el hambre comenzaba a ceder. Había algo inquietante en la imagen: él, el símbolo de la destrucción, dándole de comer a una pequeña niña herida y asustada.

Cuando finalmente terminó, Erina dejó el biberón caer de lado, sus ojos medio cerrados por el sueño y la satisfacción de haber comido. Un pequeño suspiro escapó de sus labios mientras su cuerpo se acurrucaba de nuevo en las mantas. Shigaraki la observó en silencio, su mente aún tratando de entender por qué había hecho todo esto.

A pesar de todo, no se arrepentía.

Shigaraki caminaba por la base de la Liga de Villanos, sintiendo una extraña presencia detrás de él. Cada vez que se daba la vuelta, ahí estaba: la pequeña Erina, gateando detrás de él como una sombra. Había aprendido rápidamente a seguirlo a todas partes, como si él fuera su único punto de seguridad en ese mundo caótico.

Aunque la niña podía caminar, lo había visto con sus propios ojos, ella prefería moverse gateando. Cada vez que intentaba ponerse de pie y caminar, se quejaba de un dolor evidente, sus ojos rojos llenándose de lágrimas. Shigaraki, al principio, había pensado que era solo debilidad o cansancio, pero luego había comenzado a notar un patrón. El dolor no era cualquiera.

Lo sabía. Sabía de dónde provenía. Y eso lo hizo sentir una ira tan profunda que no sabía cómo controlarla. No era solo dolor físico; era algo más, algo oscuro y asqueroso. Una sombra del horror que Overhaul había impuesto sobre ella.

Shigaraki nunca había lidiado con ese tipo de daño, mucho menos en alguien tan frágil como una niña. No sabía qué hacer. Los dolores físicos, las heridas externas, todo eso tenía alguna solución, incluso si él no era un experto en ello. Pero lo que ella había sufrido... era de una crueldad que lo enfurecía.

La miró gatear a su lado, jadeando levemente por el esfuerzo. Sus rodillas y manos estaban sucias por arrastrarse constantemente por el suelo polvoriento de la base. Shigaraki se detuvo, observándola con una mezcla de frustración y algo que no podía identificar del todo. ¿Qué demonios hacía con una niña así?

—Erina, para —dijo con su voz ronca, agachándose frente a ella. La niña levantó la cabeza, sus ojos grandes y húmedos mirándolo con un brillo confuso. Aún estaba demasiado asustada, demasiado acostumbrada al dolor como para confiar completamente en él.

La tomó con cuidado y la levantó en brazos, sintiendo lo liviana que era. Cada vez que la tocaba, podía notar lo frágil de su cuerpo, casi como si fuera a romperse en cualquier momento. Erina no se resistió, solo se acurrucó contra él, buscando consuelo en ese gesto inesperado.

Shigaraki suspiró pesadamente. No era bueno en estas cosas. Nunca había sido bueno para lidiar con personas, y mucho menos con niños. Se dirigió a la pequeña sala donde la había dejado antes, pensando en cómo aliviar al menos el dolor físico que ella sentía.

La dejó suavemente sobre las mantas y se arrodilló a su lado. La niña se quedó quieta, observándolo con sus ojos aún llenos de incertidumbre.

—¿Qué voy a hacer contigo...? —murmuró más para sí mismo que para ella.

Erina no respondió, obviamente. Pero sus pequeñas manos se aferraron al borde de su camisa, como si temiera que se fuera. Shigaraki la observó un momento más, sin saber cómo reaccionar. Sabía que debía hacer algo por esos dolores, pero cualquier solución que pudiera ofrecerle parecía insuficiente.

La verdad era que no sabía cómo aliviar ese tipo de sufrimiento. No era un médico, ni un héroe. Y, en cierto sentido, estaba tan perdido como ella.

—Malditos... —murmuró Shigaraki con los dientes apretados, sintiendo la ira regresar. Aunque no podía cambiar lo que le habían hecho, sí podía asegurarse de que no volviera a suceder. Si Overhaul o alguno de sus hombres volvía a acercarse a Erina, no dudaría en destruirlos con sus propias manos.

Mientras Shigaraki se perdía en sus pensamientos, sintió que la niña tiraba de su camisa con un poco más de fuerza. Miró hacia abajo y, por primera vez, vio una pequeña sonrisa tímida en su rostro. Quizás no entendía todo lo que había pasado, pero en ese momento, parecía encontrar algo de alivio en su presencia.

—Ya... estás a salvo ahora, Erina —murmuró, sorprendiéndose a sí mismo por decir esas palabras. Aunque no sabía si realmente podía protegerla del mundo, estaba decidido a intentarlo.

 Aunque no sabía si realmente podía protegerla del mundo, estaba decidido a intentarlo

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𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐣𝐚 𝐕𝐮 || ˢʰᶤᵍᵃʳᵃᵏᶤ ᵗᵒᵐᵘʳᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora