Capítulo 22: Inocencia

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Era un día tranquilo en la base

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Era un día tranquilo en la base. El sonido de las charlas de los villanos se mezclaba con la risa de Erina mientras jugaba en el suelo. Shigaraki estaba sentado en un rincón, intentando concentrarse en su juego en línea, pero el ruido de la pequeña era inconfundible. De repente, la niña se detuvo y, con su rostro lleno de curiosidad, miró a Dabi, quien estaba a su lado.

—Dabi, ¿de dónde vienen los bebés? —preguntó, inclinando la cabeza mientras sus ojos brillaban con inocencia.

Dabi, sorprendido por la pregunta, se quedó callado un momento. No estaba seguro de cómo responder. Tenía muchas ideas en mente, pero ninguna parecía apropiada para una niña pequeña. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar las palabras, su rostro se iluminó con una sonrisa traviesa.

—Bueno, hay varias maneras de decirlo... —comenzó, preparándose para dar una respuesta directa.

Sin embargo, antes de que pudiera continuar, Shigaraki levantó la mirada de su juego, interrumpiendo a Dabi con un tono autoritario.

—¡No! —exclamó, mientras se acercaba rápidamente—. No le digas eso, Dabi.

Dabi arqueó una ceja, sintiéndose un poco ofendido. —¿Qué? ¿No quieres que le diga la verdad?

—¿La verdad? —Shigaraki lo miró con desdén—. No puedes simplemente explicarle eso a una niña. Necesitamos encontrar una manera menos... gráfica.

Erina, confundida por la repentina interrupción, los miró con curiosidad. —¿Qué están hablando?

Shigaraki tomó un respiro profundo, pensando en cómo explicarlo de manera simple. Finalmente, se le ocurrió algo. —Erina, hay un cuento sobre eso. —Se agachó un poco para estar a su nivel—. Se dice que los bebés son traídos por las cigüeñas.

La niña frunció el ceño, claramente sin entender. —¿Cigüeñas?

—Sí —continuó Shigaraki, sintiéndose un poco más seguro—. Las cigüeñas son aves grandes que vuelan por el cielo y, cuando los padres quieren tener un bebé, las cigüeñas vienen y se los traen.

Dabi, sintiéndose frustrado por la falta de honestidad, se cruzó de brazos. —Pero eso no es cierto, Tomura. Los bebés no vienen de las cigüeñas...

—¡Cállate, Dabi! —lo interrumpió Shigaraki, antes de volver a centrarse en Erina—. Así que, Erina, siempre que quieras un hermanito o una hermanita, solo recuerda que las cigüeñas son las que lo traen.

Erina, entusiasmada con la idea de las cigüeñas, sonrió ampliamente. —¡Eso es genial! ¡Quiero ver una cigüeña!

Dabi, todavía un poco escéptico, decidió seguirle la corriente a la pequeña. —Tal vez algún día, si vas a un lugar donde haya muchas aves, puedas ver una.

Shigaraki, sintiéndose aliviado de haber evitado una conversación incómoda, le sonrió a Erina. —Exactamente. Así que, si alguna vez ves una cigüeña, asegúrate de que les digas que quieres un bebé.

La niña asintió con determinación, ya completamente inmersa en su imaginación. Mientras tanto, Dabi no podía evitar reírse por lo bajo, pensando en lo divertido que era tratar de proteger a Erina de la dura realidad.

A pesar de la confusión, el momento se convirtió en uno más de esos recuerdos sencillos que los unían, y Shigaraki sintió que, de alguna manera, estaba haciendo lo correcto al cuidar de Erina y mantenerla alejada de los aspectos más complicados de la vida.

Mientras Erina regresaba a sus juegos, Shigaraki y Dabi intercambiaron miradas. Aunque sus métodos eran diferentes, ambos tenían un interés genuino en la pequeña. Era un trabajo en equipo extraño, pero de alguna manera, funcionaba.

El día había sido largo, y Shigaraki sabía que era hora del baño de Erina. La pequeña había estado jugando sin parar, y ahora estaba cubierta de manchas de tierra y un poco de chocolate de la merienda que había compartido con Dabi. Con una sonrisa cansada, Shigaraki llevó a Erina al baño, llenando la bañera con agua tibia y asegurándose de que estuviera a la temperatura perfecta.

Erina se metió en el agua, sonriendo mientras las burbujas flotaban a su alrededor. Shigaraki se sentó en el borde de la bañera, con una esponja en la mano, listo para ayudarla a lavarse. Mientras comenzaba a limpiar su cabello, la niña lo miró con una expresión pensativa.

—Papá —comenzó Erina, su voz suave y curiosa—, quiero un hermano.

Shigaraki dejó de frotar la esponja por un momento, sorprendido por la solicitud. —¿Un hermano? —repitió, tratando de entender de dónde había salido esa idea.

—Sí —asintió Erina, jugando con las burbujas—. Como las cigüeñas traen bebés. Quiero un hermanito o una hermanita.

Shigaraki frunció el ceño, recordando la conversación que habían tenido antes sobre las cigüeñas. Aunque le gustaba la idea de que Erina estuviera tan llena de imaginación, sabía que no era tan simple. Se inclinó un poco más cerca de ella, con un tono serio.

—Erina, las cigüeñas no pueden traer un bebé. —Suspiró, tratando de encontrar las palabras correctas—. Además, en realidad, no hay cigüeñas que puedan hacer eso. No soy el tipo de papá que puede tener más bebés.

La pequeña lo miró con ojos grandes y brillantes, confundida. —¿Por qué no, papá?

Shigaraki sintió una punzada en su corazón. Sabía que no quería herir los sentimientos de Erina, así que se tomó un momento para reflexionar antes de responder. —Porque solo tengo amor para una princesa, y esa princesa eres tú. —Dijo con sinceridad, sonriendo para hacer que la conversación fuera más ligera.

Erina sonrió, aparentemente satisfecha con la respuesta. —¿Y si quiero jugar con un hermanito?

—Podemos jugar con los juguetes que ya tienes. —Shigaraki acarició la cabeza de la niña, sintiendo el calor de la conexión que compartían—. Siempre serás mi única princesa.

—¿Prometes que siempre serás mi papá? —preguntó Erina, con un brillo de emoción en sus ojos.

—Siempre, —aseguró Shigaraki, sintiendo que ese vínculo se fortalecía cada día más—. No importa lo que pase, siempre estaré aquí para ti.

Erina parecía estar feliz con la respuesta, y comenzó a chapotear en el agua, creando más burbujas mientras reía. Shigaraki observó, sintiéndose un poco más ligero.

Mientras terminaba de bañar a Erina, no pudo evitar pensar en lo que había dicho. Tal vez no podía ofrecerle un hermano, pero sí podía brindarle un hogar lleno de amor y seguridad.

Cuando terminaron el baño, Erina salió de la bañera envuelta en una toalla grande que la envolvía como si fuera una pequeña momia. Shigaraki la secó y la llevó a su habitación, donde la ayudó a vestirse con su pijama favorito.

Esa noche, mientras Erina se acurrucaba en su cama, Shigaraki se sentó a su lado y le leyó un cuento, disfrutando de la calma que los envolvía. Aunque sus días estaban llenos de caos y desafíos, momentos como este le recordaban que había algo valioso en su vida: la sonrisa de su princesa y la alegría que traía a su mundo.

 Aunque sus días estaban llenos de caos y desafíos, momentos como este le recordaban que había algo valioso en su vida: la sonrisa de su princesa y la alegría que traía a su mundo

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𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐣𝐚 𝐕𝐮 || ˢʰᶤᵍᵃʳᵃᵏᶤ ᵗᵒᵐᵘʳᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora