Capítulo 17: Padre e hija

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Desde la mañana, Erina parecía estar más pegada a su padre de lo habitual

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Desde la mañana, Erina parecía estar más pegada a su padre de lo habitual. Shigaraki apenas había terminado de levantarse cuando la pequeña ya estaba encaramada sobre él, agarrándose de su sudadera como si su vida dependiera de ello.

—¿Qué pasa hoy? —murmuró, rascándose el cuello como siempre lo hacía cuando estaba un poco incómodo—. ¿No quieres jugar un rato por tu cuenta?

Erina negó con la cabeza con un gesto rápido y aferró sus brazos más fuerte alrededor del cuello de su padre. —No, papá. Quiero estar contigo —respondió en voz baja, apoyando su pequeña cabeza en su hombro.

Shigaraki suspiró, aunque no podía ocultar la leve sonrisa que se asomaba en sus labios. Claro, no estaba acostumbrado a tantas muestras de cariño, pero ver a su hija tan cerca, confiando plenamente en él, le daba una extraña sensación de paz. Aun así, el día avanzaba y él tenía cosas que hacer.

—Erina, tengo que moverme, sabes. No puedo quedarme aquí todo el día sentado —dijo, intentando mover sus brazos para continuar organizando los papeles que tenía frente a él.

—No me voy a bajar —dijo la niña con firmeza, como si esa fuera la decisión final.

Dabi, que pasaba por allí, no pudo evitar soltar una carcajada. —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? El gran Shigaraki, reducido a ser un caballito humano. Nunca pensé verte tan... domesticado.

—Cállate —gruñó Shigaraki, mirando a Dabi con una mezcla de fastidio y resignación.

—No te molesto más —se burló Dabi, levantando las manos en señal de paz—. Solo estoy diciendo que parece que la niña tiene más poder sobre ti que cualquier otro en esta base.

—Dije que te calles —repitió Shigaraki, aunque sin demasiada convicción, mientras Erina seguía aferrada a su cuello.

La pequeña simplemente ignoraba la conversación de los adultos, completamente feliz y cómoda en los brazos de su padre. Cada vez que Shigaraki intentaba bajarla, ella se resistía con una fuerza sorprendente para su tamaño. No gritaba ni lloraba, pero su tenacidad era inquebrantable.

A lo largo del día, Shigaraki intentó seguir con sus tareas, siempre con una pequeña sombra colgada de su espalda o en su regazo. Fue a la cocina a buscar algo de comer, y ahí estaba Erina, sujetándose como si fuera parte de su cuerpo. Intentó revisar algunos planes con Kurogiri, pero su hija no mostró signos de querer bajarse. Incluso cuando intentó descansar un poco en el sillón, ella se acomodó encima de su pecho, abrazándolo con fuerza.

Finalmente, mientras la tarde comenzaba a caer, Shigaraki se dio por vencido. —Está bien, pequeña lapa —murmuró, acariciándole el cabello—. Supongo que hoy estarás pegada a mí todo el día.

Erina levantó la cabeza y lo miró con una sonrisa brillante. —¿Eso está mal? —preguntó inocentemente.

—No —respondió Shigaraki, suspirando con una mezcla de resignación y cariño—. No está mal.

𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐣𝐚 𝐕𝐮 || ˢʰᶤᵍᵃʳᵃᵏᶤ ᵗᵒᵐᵘʳᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora