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El ambiente en la base de la Liga de Villanos era usualmente sombrío, pero ese día, una pequeña chispa de vida llenaba el lugar. Erina, con sus manos pequeñas y entusiastas, se encontraba sentada en el suelo, rodeada de crayones y hojas de papel que Shigaraki le había regalado. Su cabello celeste caía sobre sus hombros mientras se concentraba en su creación.
Habían pasado unos días desde que había regresado a casa después de su visita al médico. Su salud había mejorado, y aunque aún estaba un poco delicada, su energía infantil comenzaba a volver. Shigaraki, observando la forma en que la pequeña había comenzado a explorar su curiosidad por el dibujo, había decidido darle un regalo simple pero significativo: un pequeño set de crayones y algunas hojas de papel. Erina había reaccionado con una sonrisa que iluminó todo su rostro.
Sentada en el suelo de la sala común, Erina se inclinaba sobre una hoja en blanco, dibujando con un enfoque total. Utilizaba colores brillantes, los que más le gustaban: celeste, rojo y morado. Había algo casi hipnótico en la forma en que sus manos pequeñas movían los crayones, creando figuras que solo ella entendía del todo.
Shigaraki, apoyado contra una pared, la observaba en silencio. Era una escena extraña para él, algo que no se habría imaginado en su vida como villano. Ver a esa niña tan concentrada, tan feliz con algo tan sencillo, lo hacía reflexionar sobre el rumbo que había tomado su vida. Nunca se había visto a sí mismo cuidando de nadie más que de sus propios intereses, y mucho menos de una niña. Pero ahí estaba, comprando crayones y papel, y observando cómo ella se entretenía con algo tan simple.
Erina levantó la vista por un momento, notando la presencia de su "papi". Sonrió levemente antes de volver a su dibujo. Shigaraki se acercó con pasos lentos, mirando de reojo lo que la pequeña había estado creando.
—¿Qué estás dibujando? —preguntó con su habitual tono serio, aunque en su interior había una suavidad que no solía mostrar.
—Nosotros —respondió Erina, señalando con el dedo sus figuras torcidas y coloridas—. Aquí estoy yo… y aquí estás tú.
Shigaraki observó el dibujo con más atención. En medio de la hoja había una figura que representaba a una niña de cabello celeste y otra, más alta, con lo que parecía ser un cabello blanco y rojo. Sabía que eso lo representaba a él. No era el mejor dibujo, claro, pero había algo encantador en la simplicidad y el esfuerzo que Erina había puesto en su trabajo.
—Hiciste que mi pelo se vea raro —dijo, intentando disimular una sonrisa.
Erina se rió suavemente y miró su crayón rojo, luego el blanco, y volvió a dibujar algunos trazos más en la figura de su padre.
—Ahora está mejor —dijo con orgullo.
Shigaraki se agachó a su lado, inclinando un poco la cabeza para verla más de cerca. La niña le miró con ojos brillantes, llena de emoción por compartir su arte.