Capítulo 9

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El sábado había llegado y con él los problemas.

Esa noche, Erika cenaba con su familia tranquilamente cuando su padre se puso pálido de pronto.

-No me siento bien - fue lo que dijo el hombre.

-¿Arnold? ¿Qué tienes? - preguntó su madre preocupada poniéndose de pie.

Arnold rápidamente se agarró de los costados de su torso y comenzó a quejarse del dolor, comenzó a sudar y Erika estaba allí, parada sin saber que hacer mientras veía como su padre dejaba salir unas lágrimas. Solo cuando su madre le gritó desesperada fue que Erika recobró el sentido.

-¡NO TE QUEDES AHÍ! ¡ERIKA! ¡LLAMA A UNA AMBULANCIA! - chilló Sally tratando de ayudar a su marido con desesperación.

Erika tomó el teléfono y llamó a emergencias. A los pocos minutos la ambulancia llegó y se llevaron a su padre mientras ella junto con su madre subían a un taxi para seguirlos.

Esa noche durmieron en la sala de espera del hospital mientras llevaban a su padre al quirófano y le hacían unas pruebas. Erika no podía creer que eso estuviera pasando, los doctores habían afirmado que se encontraba de maravilla hace poco menos de dos meses y también recordó que decían que las probabilidades de que tuviera una recaída eran una en un millón.

Estaba triste y de vez en cuando se despertaba llorando para abrazar a su madre, ambas estaban rezando en la pequeña capilla del hospital para que él estuviera bien. En ese mismo instante, Erika se preguntó qué tan mala era su suerte.

Amaneció el domingo y el doctor salió a eso de las 7:30 a buscarlas, las llevó a su consultorio y les pidió que tomaran asiento.

-¿Cómo se encuentra él, doctor? - preguntó su madre casi de inmediato nerviosa.

-Su esposo está bien, logramos estabilizarlo y lo tendremos en cuidados especiales por un tiempo - afirmó el hombre con la bata blanca y estetoscopio en el cuello.

La madre de Erika suspiró aliviada y sonrió contenta pero la niña miraba a aquel doctor fijamente porque el tono había usado no era para estar alegre.

-Pero - dijo este y Sally tomó la mano de su hija -, su riñón falló, tiene más de 35 piedras que no podemos extraer porque sería muy riesgoso, la sangre de su esposo es AB negativo y es más difícil poder encontrar un riñón compatible por eso... pero no es imposible, no hay que perder la fe.

Erika dejó de escuchar a aquel hombre, cerró los ojos con fuerza y dejo caer una lágrima.

Se suponía que las posibilidades de que recayera eran una en un millón..., se repetía en la cabeza.

En ese momento comprobó lo mala que era su suerte.

La pelinegra sintió como comenzaba a marearse, sentía que se desmayaría en cualquier momento. ¿Qué tal si su padre se sintió mal antes de ayer y como ella no estaba en casa no lo supo? Tal vez sus padres no querían preocuparla, tal vez si lo hubiera sabido hubiese llamado al médico, tal vez, tal vez, tal vez... era lo único que pensaba. Aún estaba estupefacta con la noticia que acababa de recibir, no quería creerlo, no podía y no quería.

-Bueno, doctor. Gracias - escuchó Erika decir a su madre mientras esta se levantaba de la silla y estrechaba la mano del doctor.

Erika se levantó y sin decir nada a nadie se fue del consultorio, caminó deprisa y bajó por los pasillos hasta llegar a la entrada de la clínica, solo entonces fue consciente de que su madre la estaba llamando a gritos para que dejara de correr... y ni siquiera se había dado cuenta de que había comenzado a correr.

Baila, Mariposa - ESP (Version 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora