Los fines de semana se habían convertido en un ritual familiar en la casa de Hermione y Pansy. Astrid, Leon, Sophia, y Ethan llevaban a Lila y Felix para pasar tiempo con sus abuelas, y la casa se llenaba de risas y bullicio, como en los viejos tiempos cuando Astrid y Leon eran niños.
Una tarde, mientras Pansy y Hermione estaban sentadas en el jardín, observando a Lila y Felix correr alrededor de los árboles, Pansy miró a Hermione y sonrió.
-¿Alguna vez imaginaste que llegaríamos aquí? -preguntó suavemente, sus ojos reflejando una mezcla de asombro y gratitud.
Hermione, tomando la mano de Pansy, negó con la cabeza y sonrió.
-Nunca lo habría imaginado. Pero no puedo pensar en una vida mejor. Hemos construido una familia maravillosa.
Pansy apretó la mano de Hermione, y ambas se quedaron en silencio, disfrutando del momento. A pesar de los desafíos que habían enfrentado a lo largo de los años, sabían que todo había valido la pena. Su amor, que había comenzado en un momento inesperado, había crecido y florecido, formando raíces profundas que ahora se extendían a través de generaciones.
Mientras Lila y Felix jugaban bajo el sol, corriendo y riendo, Pansy y Hermione se dieron cuenta de que su legado no era solo el amor que compartían, sino el impacto que habían tenido en sus hijos y ahora en sus nietos. Habían creado un hogar lleno de amor, y ese amor seguiría creciendo en sus nietos, y más allá.
-¿Sabes lo que es lo mejor de todo esto? -preguntó Pansy, mirando a los niños.
-¿Qué? -respondió Hermione, con curiosidad.
-Que aún tenemos tantas aventuras por delante. Con Lila y Felix, esto es solo el comienzo.
Hermione sonrió, sabiendo que Pansy tenía razón. Con sus nietos, la vida siempre estaría llena de nuevas experiencias, nuevos descubrimientos y, sobre todo, mucho amor. Y con ese pensamiento, ambas abuelas se relajaron en sus sillas, observando cómo la próxima generación de su familia crecía feliz y segura en el mundo que habían construido juntas.