Capítulo 5: La Carta de Jaime

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El día de la inauguración de Cielos de Azúcar estaba llegando a su fin. El bullicio que había llenado la pastelería durante todo el día empezaba a calmarse, y el suave tintineo de la campanilla de la puerta anunciaba la partida de los últimos clientes. Marta, agotada, pero feliz por el éxito de su apertura, estaba detrás del mostrador organizando los últimos detalles cuando la puerta se abrió una vez más. El cartero del pueblo entró con su habitual sonrisa amistosa y una carta en la mano.

—¡Buenas tardes, Marta! —dijo el cartero, extendiendo la carta hacia ella—. Parece que tienes algo importante de parte de tu marido.

Marta se quedó inmóvil por un segundo, sorprendida. No esperaba una carta de Jaime ese día. Con una sonrisa agradecida, tomó la carta, pero decidió no abrirla de inmediato.

—Gracias, me la guardo para más tarde —dijo Marta, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo, mientras deslizaba la carta en el mostrador, entre las bandejas de bollos suizos que ya estaban casi vacías.

Sabía que, fuera lo que fuera, no quería interrumpir el cierre del local con posibles malas noticias, o incluso decepciones. Así que decidió esperar hasta el final del día para leerla.

Luisita y Amelia se acercaron, ya que estaban recogiendo las mesas y barriendo el suelo, mientras Fina cerraba con cuidado las ventanas del local. El lugar empezaba a sentirse más tranquilo, un silencio acogedor llenaba el aire. Finalmente, cuando el trabajo estuvo hecho, Marta se permitió un respiro.

—Venga, Marta —dijo Amelia con una sonrisa, acercándose a la mesa donde ya habían servido café—. Ahora que ya hemos terminado, ¿no quieres ver qué pone en la carta?

Marta sonrió con un toque de resignación. ¿Qué puede ser? Pensó, tratando de mantener el optimismo. Se sentó con ellas alrededor de una mesa pequeña, el café humeante entre sus manos. Sin más dilación, cogió la carta que había guardado antes y la abrió con cuidado. La mirada curiosa de Amelia no pasó desapercibida.

—¿Qué pone? —preguntó Amelia, sin poder contenerse.

Marta, sintiéndose cómoda entre sus amigas, decidió leerla en voz alta, esperando que fueran buenas noticias, quizás un mensaje de apoyo o incluso una sorpresa por parte de Jaime. Desdobló el papel y comenzó a leer con una sonrisa que rápidamente se fue desvaneciendo:

"Querida Marta, lamento mucho no poder estar contigo en este día tan importante. He tenido que quedarme a atender una urgencia y no puedo dejar mi trabajo así como así. Sé lo mucho que este día significa para ti, y lo siento de corazón, pero no puedo asistir. Te prometo que te recompensaré de alguna forma. Espero que todo salga bien. Te quiero, Jaime."

El silencio que siguió fue palpable. Marta dejó caer la carta sobre la mesa, su sonrisa apagada. Amelia, siempre directa, soltó un suspiro exasperado.

—¡Ya me lo imaginaba! —dijo, sin disimular su frustración—. ¡Jaime siempre hace lo mismo! —Amelia sacudió la cabeza, mientras lanzaba una mirada compasiva a Marta—. Es que parece que se casó contigo solo por tener una esposa, no por amor, Marta. ¿Qué urgencia puede ser más importante que apoyarte en un día como hoy?

Marta no dijo nada. Estaba decepcionada, sí, pero también resignada. No era la primera vez que algo así sucedía. En el fondo, siempre había sabido que Jaime ponía su trabajo como doctor por encima de todo. Ella lo había aceptado desde hacía mucho tiempo, pero esa aceptación no hacía que doliera menos cada vez que él no estaba presente en momentos importantes.

Luisita, viendo que Amelia estaba empezando a ponerse demasiado dura, intervino con una voz suave, intentando levantar el ánimo de su amiga.

—Marta, no te preocupes por eso ahora. A pesar de que Jaime no esté aquí, nosotras sí estamos contigo. Tus amigas nunca te van a fallar, siempre vamos a estar a tu lado.

Luisita colocó su mano sobre la de Marta, sonriéndole con ternura. A su lado, Amelia, aunque seguía molesta, se dio cuenta de que quizá había ido demasiado lejos con sus palabras, así que también intentó suavizar su tono.

—Es verdad —admitió Amelia, con una leve sonrisa—. Y además, ¡has tenido una inauguración increíble! Mira toda la gente que vino hoy. Este lugar será un éxito, con o sin Jaime.

Fina, que había permanecido en silencio todo el tiempo, observando la escena, estaba sorprendida. Nunca había escuchado hablar de Jaime, y la manera en que Marta se había quedado sin palabras le resultaba desconcertante. Con algo de timidez, decidió preguntar lo que rondaba en su mente.

—¿Quién es Jaime? —preguntó Fina, rompiendo el silencio.

Marta, todavía conmovida y decepcionada, no encontró las palabras para responder. Parecía que el dolor de otra ausencia más por parte de su marido la había dejado muda. Fue Amelia quien respondió, como si la situación ya le resultara demasiado familiar.

—Jaime es el marido de Marta —dijo Amelia, con un ligero toque de molestia—. Es doctor, y pasa más tiempo en su barco que en casa. Desde que se casaron, parece que su trabajo siempre ha sido su prioridad, no Marta. Nunca me cayó bien, para ser honesta. No entiendo cómo alguien puede ser tan ciego y no estar aquí, en este día tan importante para ella.

Luisita frunció el ceño ante el tono brusco de Amelia y rápidamente cambió de tema, intentando aliviar la tensión.

—Bueno, Marta, lo importante es que estás rodeada de quienes realmente te apoyan. Nosotras estamos aquí, y aunque Jaime no haya podido venir, ¡has tenido un día fantástico! Mira todo lo que lograste hoy. —Luisita apretó la mano de Marta con más firmeza, intentando transmitirle su apoyo.

Fina, que había escuchado con atención todo lo que decían, se sintió conmovida por la situación. Sin pensarlo demasiado, llevó su mano hacia la de Marta, que descansaba sobre la mesa. La calidez del gesto sorprendió a Marta, quien levantó la vista, encontrándose con los ojos de Fina. Durante unos segundos, el mundo pareció detenerse. Marta miró la mano de Fina que la agarraba con suavidad, y luego sus ojos, llenos de comprensión. Era una mirada que transmitía apoyo, sin necesidad de palabras.

Marta sostuvo la mirada de Fina, buscando en ella algo que parecía inalcanzable. Aunque apenas se conocían, había algo en la forma en que Fina la miraba que le daba una sensación de seguridad, como si, en ese momento, todo estuviera bien, aunque fuera solo por unos segundos.

—No estás sola, Marta —susurró Fina, finalmente—. Tienes a tus amigas. Y ahora, también me tienes a mí.

Marta sintió una oleada de emociones recorrerla. Sin saber por qué, en ese preciso instante, se sintió más comprendida que en mucho tiempo. Soltó un pequeño suspiro, y aunque no dijo nada más, agradeció en silencio el gesto de Fina, el calor de su mano que parecía disipar parte de la decepción que llevaba en su corazón.

Amelia y Luisita, siempre observadoras, se miraron entre sí con una sonrisa cómplice. Tal vez Fina había llegado a la vida de Marta en el momento justo, de la manera más inesperada, para ser el apoyo que necesitaba, más allá de los bollos, los pasteles y las inauguraciones.

Y aunque Jaime no estaba allí, en ese instante, con sus amigas a su lado y una nueva conexión naciendo entre ellas, Marta sintió que no todo estaba perdido. Algo nuevo, algo más sincero y real, estaba comenzando. Y eso, pensó, era más importante que cualquier carta.

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