Capítulo 35: Nuevas Decisiones

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La conversación con Jaime dejó una mezcla de alivio y agotamiento en Marta y Fina, pero también la sensación de que un capítulo importante de su vida finalmente se estaba cerrando. Mientras regresaban a la pastelería, ninguna hablaba; ambas estaban inmersas en sus pensamientos. Aún quedaba la duda de cómo Jaime reaccionaría realmente con el tiempo, pero por ahora, las palabras finales de la conversación ofrecían algo de paz.

Al llegar, encontraron a Amelia y Luisita terminando de organizar el mostrador, con la tienda ya abierta al público. Al verlas entrar, Amelia les dirigió una mirada curiosa y preocupada, como si percibiera la tensión en el ambiente.

—¿Todo bien? —preguntó Amelia, observando a Marta con cautela.

Marta asintió y sonrió con suavidad.

—Sí, Amelia. Creo que hemos dado un paso necesario. Con suerte, ahora podemos enfocarnos de lleno en la tienda y en todo lo que tenemos por delante.

Luisita, quien había estado en la parte trasera, salió y notó el ambiente algo tenso. Decidió romper la tensión con una de sus sonrisas encantadoras.

—Bueno, ¿qué tal si brindamos con un buen café por el futuro de la pastelería y por nosotras? —propuso.

Las demás rieron y aceptaron la propuesta. Entre bromas y comentarios, la atmósfera comenzó a relajarse, y los rayos de sol que se filtraban por las ventanas parecían aportar una calidez especial.

Pasaron las horas y la clientela comenzaba a aumentar. Marta y Fina se movían entre los clientes con la sincronía de siempre, mientras Amelia y Luisita se encargaban de la caja y los pedidos. A medida que el día avanzaba, la conversación con Jaime se sentía cada vez más lejana, y una renovada sensación de esperanza se instalaba en Marta.

Sin embargo, un nuevo cliente llamó su atención cuando cruzó la puerta. Era un hombre de mediana edad, vestido elegantemente, que entró observando cada detalle de la pastelería con interés. Tenía una presencia imponente, y algo en su mirada denotaba que no estaba allí por casualidad. Amelia notó la presencia del hombre y susurró a Marta, quien se acercó con cautela.

—Buenos días. ¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Marta con una sonrisa cordial.

El hombre la observó por un momento antes de responder.

—Buenos días. ¿Usted es la dueña de este establecimiento? —preguntó con una voz grave pero cortés.

—Así es, junto con mi socia —respondió Marta, echando un vistazo a Fina, quien también observaba la situación desde la distancia.

El hombre asintió lentamente y extendió una tarjeta.

—Soy Daniel Sandoval, abogado. Vengo en representación de un cliente que podría estar interesado en adquirir algunos negocios en el pueblo, entre ellos, este lugar.

El corazón de Marta dio un vuelco, y Fina se acercó con discreción, escuchando la conversación.

—Le agradezco la oferta, señor Sandoval, pero este negocio es algo más que una simple inversión para nosotras. No está en venta —respondió Marta con firmeza.

Sandoval sonrió, aparentemente acostumbrado a esta reacción.

—Entiendo. Pero le aconsejaría que lo piense. Mi cliente es… persuasivo y tiene interés en desarrollar la zona para atraer una clientela más exclusiva.

Fina intervino, con una nota de desconfianza en su voz.

—Este lugar ha pertenecido a la familia de Marta desde hace generaciones, y no está en venta. Hay cosas que ni todo el dinero puede comprar.

El abogado levantó las manos en señal de paz.

—Comprendo. Mi intención no es presionarlas. Solo quería hacerles saber que la oferta está sobre la mesa, y que si en algún momento deciden considerarla, pueden ponerse en contacto conmigo.

Tras dejar su tarjeta en el mostrador, Sandoval asintió y salió del lugar, dejando una sensación de inquietud en el aire. Marta y Fina se miraron, sintiendo una mezcla de preocupación y alerta.

—¿Crees que esto tenga algo que ver con Jaime? —preguntó Fina, todavía mirando hacia la puerta.

Marta frunció el ceño y suspiró.

—No lo sé, pero me parece demasiada coincidencia. No tengo idea de qué cliente podría estar detrás de esta oferta, pero es obvio que buscan un negocio establecido. Y no puedo evitar pensar que alguien está tratando de mover las piezas para desestabilizarnos.

Luisita, que había escuchado la conversación, se acercó también.

—¿Queréis que investigue un poco? Quizá pueda averiguar algo sobre ese tal Daniel Sandoval y su cliente. Mi cuñado es abogado, tal vez lo conozca y pueda darme algo de información.

Marta sonrió agradecida.

—Te lo agradecería, Luisita. Algo me dice que estamos por enfrentar algo más que una simple oferta de compra.

Las siguientes semanas pasaron en calma aparente. Marta, Fina y las chicas siguieron trabajando en la pastelería, aunque la sombra de la propuesta del abogado continuaba rondando en la mente de Marta. Finalmente, un día, recibieron una visita inesperada: Jaime.

Entró a la pastelería con una expresión serena, pero a Marta le bastó una mirada para detectar una especie de satisfacción oculta. Jaime, al verlas, se dirigió directamente a Marta con una sonrisa enigmática.

—Marta, pensé que vendrías a mí para reconsiderar la propuesta de ese cliente —dijo con tono casual, mirando a su alrededor como si estuviera inspeccionando el lugar.

Marta lo miró con desconfianza.

—¿Cliente? ¿Te refieres al abogado que vino a ofrecernos comprar la pastelería? —preguntó Marta, cruzando los brazos con una mezcla de firmeza y determinación.

Jaime sonrió, fingiendo inocencia.

—Oh, entonces ya lo conociste. Mira, Marta, no quiero interferir en tus decisiones, pero parece que has atraído la atención de personas influyentes. Sería una pena rechazar una oferta tan generosa.

Marta sintió cómo el enfado comenzaba a hervir en su interior.

—Jaime, si piensas que una oferta generosa me hará cambiar de opinión, estás muy equivocado. Este lugar significa mucho más que cualquier cifra. Y si estás detrás de esto, espero que desistas, porque no funcionará.

Jaime la observó, y su expresión cambió a una de frialdad calculada.

—Es una pena, Marta. Pensé que podrías ver el potencial de expansión que alguien como Sandoval podría ofrecer. Pero, si decides quedarte estancada en este pequeño pueblo, no seré yo quien te saque de aquí.

Con eso, Jaime dio media vuelta y se fue, dejándolas con una mezcla de enfado e inquietud. Fina se acercó a Marta, apoyándola con una mano en su hombro.

—No vamos a ceder, Marta. Este lugar es nuestro, y lo defenderemos juntas —le dijo con firmeza.

Marta, agradecida por el apoyo de Fina, asintió. Sabía que enfrentarían más obstáculos, pero la presencia de Fina a su lado la hacía sentirse más fuerte y determinada.

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