Capítulo 32: El Peso de las Decisiones

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Después de la partida de Jaime, el silencio en la casa era absoluto. Marta y Fina permanecían abrazadas en la sala, sintiendo el eco de la conversación aún vibrar en el aire. Fina acarició suavemente la espalda de Marta, tratando de calmarla. Sentía la tensión en los hombros de Marta, pero también algo más: una mezcla de alivio y tristeza que la hacía comprender la profundidad de los sentimientos de su compañera.

Marta se separó suavemente y miró a Fina a los ojos, intentando reunir fuerzas para lo que venía. Sabía que había dejado claro su amor, pero el precio que pagaba era alto. No solo se trataba de un matrimonio roto; su relación con Jaime estaba entrelazada con los negocios de la familia, y cualquier repercusión tendría un impacto directo en la pastelería y en su posición en la comunidad.

—¿Estás bien? —le preguntó Fina, mirándola con preocupación mientras le tomaba las manos.

Marta sonrió suavemente, aunque sus ojos estaban aún nublados.

—Lo estaré, pero esto... esto será complicado, Fina. Jaime y yo hemos compartido más que una vida, también es parte de la vida de mi familia, de la historia de la pastelería. Y me temo que... él no lo dejará pasar tan fácilmente.

Fina asintió, comprendiendo la situación. No solo era una ruptura amorosa, sino un posible quiebre en el equilibrio familiar y profesional que Marta había construido con tanto esfuerzo. Sin embargo, Fina estaba decidida a no dejar que Marta enfrentara todo esto sola.

—Lo sé, Marta. Pero, sea como sea, estoy contigo. Y no pienso irme.

Al oír estas palabras, Marta sintió una renovada fuerza y agradecimiento. La presencia de Fina la ayudaba a recordar que había tomado la decisión correcta, por difícil que fuese. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el timbre de la casa sonó de manera inesperada.

Ambas intercambiaron una mirada de sorpresa, y Marta se dirigió hacia la puerta con cierta aprensión. Al abrirla, se encontró con Amelia y Luisita, quienes, visiblemente preocupadas, entraron de inmediato.

—¿Estás bien, Marta? —preguntó Luisita, abrazándola con fuerza mientras Fina les ofrecía un asiento.

—Nos encontramos a Jaime en el camino, salía furioso de aquí —explicó Amelia, mirándola con atención—. ¿Qué pasó?

Marta tomó aire, comprendiendo que no podría ocultar mucho más tiempo la verdad de lo que había ocurrido.

—Lo sabe, chicas. Jaime lo sabe. Todo. —Marta miró a Fina, quien le devolvió una mirada de apoyo.

Luisita y Amelia intercambiaron una expresión de sorpresa y preocupación. Sabían cuánto había arriesgado Marta al elegir vivir su amor con Fina. La reacción de Jaime era algo que todas temían, y las posibilidades de cómo eso afectaría la vida de Marta eran inciertas.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Amelia con suavidad.

Marta suspiró, sabiendo que tendría que planificar cada paso con cautela.

—Lo primero es la pastelería. Todo está en mi nombre y mi padre me apoya, pero... Jaime también tiene intereses. No quiero que esto escale hasta un punto en el que todo lo que he construido corra peligro. Tengo que hablar con mi padre y ver la forma de proteger lo que nos pertenece a nosotras, a mí y a Fina.

Fina miró a Marta con una mezcla de admiración y preocupación, reconociendo la fuerza que Marta estaba mostrando.

—Sea lo que sea, Marta, no tienes que hacerlo sola —dijo Fina con firmeza, lo que arrancó una sonrisa de Marta.

—Gracias, Fina. De verdad.

—Sabes que puedes contar con nosotras también —afirmó Amelia—. No solo con la pastelería, sino para lo que necesites. Nosotras también sabemos lo difícil que es vivir algo que los demás no aceptan.

En ese momento, Marta sintió el profundo respaldo de sus amigas, algo que nunca había valorado tanto como ahora.

Los días pasaron en un vaivén de emociones intensas, entre la incertidumbre por la reacción de Jaime y las dificultades de llevar su relación con Fina en un entorno donde todo el pueblo estaba al tanto de sus vidas.

Una mañana, Marta recibió una llamada de su padre. Le pidió que fuera a su casa de inmediato. Marta llegó a la gran casa familiar con Fina a su lado, pues ambas habían acordado enfrentarlo todo juntas. Al entrar en la sala, su padre las recibió con una expresión grave.

—Marta, Fina —saludó él con una leve sonrisa—. Creo que ambas saben que esto es un asunto serio.

—Lo sabemos, padre —respondió Marta, tomando la mano de Fina con delicadeza.

—Jaime vino a verme. Y, francamente, no es un hombre fácil de tratar en este momento. Está dispuesto a tomar medidas legales si es necesario. Quiere una compensación, y no precisamente pequeña, para mantenerse al margen del negocio.

Marta sintió un nudo en el estómago. Sabía que Jaime buscaría una salida favorable, pero no esperaba que llegara tan lejos.

—Padre, la pastelería es nuestro trabajo, es nuestra vida. ¿Qué podemos hacer para protegerla? —preguntó, sintiendo el peso de cada palabra.

El padre de Marta la miró con comprensión y cariño.

—Marta, he hablado con nuestros abogados. Podemos pelear para evitar cualquier reclamo de Jaime, pero eso implicará una disputa pública, y él parece decidido a exponer su versión de los hechos si no obtiene lo que quiere.

Marta miró a Fina, quien le ofreció una sonrisa de apoyo, mientras su padre continuaba.

—Quiero que ambas sepan, que las apoyo. Siempre. Pero si tomamos este camino, puede que no haya vuelta atrás.

Marta tomó aire, procesando la situación. Por primera vez en su vida, comprendió que la decisión que tomaba no solo definía su futuro con Fina, sino también el legado de su familia y su propia libertad.

Fina, percibiendo la tensión, se acercó y le susurró al oído.

—Estamos juntas en esto. Y pase lo que pase, lo enfrentaremos.

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