Luisita caminaba rápidamente por las calles del pueblo, con una pequeña mancha de chocolate en la camisa que la hacía sentir incómoda. Mientras se dirigía a su casa para cambiarse, decidió aprovechar el tiempo para hacer una parada en el bar de su abuelo y hacer una llamada a Amelia. Marcó su número y esperó a que contestara.
—¡Amelia! —exclamó Luisita cuando respondió al teléfono—. Tengo que contarte algo. Marta me ha dicho que quiere contratar a una nueva trabajadora en la pastelería y que ha pensado en la hija de un tal Isidro, un amigo de la familia, al parecer le dijo que había regresado de París y buscaba trabajo. Me ha pedido que le diga algo si la conozco o si puedo hacer algo para contactarla. ¡Por favor, ve a ver a ese hombre y averigua quién es su hija!
Amelia no pudo evitar reírse a medida que Luisita hablaba. Miró a Fina, que estaba sentada frente a ella, tomando el último sorbo de su café, completamente ajena a la conversación. Era irónico, casi como si el destino estuviera moviendo hilos invisibles a su alrededor.
—No te lo vas a creer, Luisita... —respondió Amelia, aun riéndose—. Pero ya sé quién es esa chica, y creo que tú también la conoces muy bien.
Luisita se quedó en silencio por un momento, intentando asimilar las palabras de Amelia.
—¿De qué estás hablando, Amelia? —preguntó finalmente.
—De Fina —contestó Amelia, casi con una carcajada—. ¡La hija de Isidro es Fina! Marta ni siquiera lo sabía. Fina es la que ha vuelto de París, y parece que el destino la está empujando directamente a la pastelería.
Luisita soltó una exclamación de sorpresa y, tras un breve intercambio de comentarios sobre lo inesperado de la situación, se despidió, con la promesa de que hablarían más tarde. Amelia colgó el teléfono y miró a Fina con una sonrisa divertida.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Fina, levantando una ceja mientras dejaba la taza sobre la mesa.
Amelia sacudió la cabeza, todavía riendo, y empezó a contarle a Fina lo que le había dicho Luisita por teléfono. A medida que hablaba, Fina notaba cómo sus mejillas comenzaban a arder de la vergüenza. La idea de que Marta estuviera considerando contratarla en la pastelería le provocaba una mezcla de emoción y nerviosismo. Trabajar junto a Marta todos los días... No pudo evitar que su imaginación se desatara, visualizando mil escenarios posibles de lo que podría suceder.
Amelia, por supuesto, no dejó pasar el detalle de la pequeña sonrisa que se formaba en los labios de Fina mientras escuchaba la historia. La observó con una mirada pícara y, sin pensarlo dos veces, soltó:
—De verdad, Fina. ¿Me vas a seguir negando que no pasa nada entre vosotras? O al menos, entre tú y los miles de pensamientos que claramente tienes sobre ella. Porque, vamos, se te acaba de iluminar la cara cuando dije su nombre.
Fina, sorprendida y un poco nerviosa, intentó disimular lo mejor que pudo. Soltó una risa forzada y negó con la cabeza.
—Anda ya, Amelia. Pero ¿qué dices? ¡Qué películas te montas en la cabeza! —exclamó, intentando sonar convincente—. En todo caso, si termino trabajando allí, solo me interesa aprender más sobre pastelería y ganar algo de dinero. Eso es todo. Está claro, ¿no?
Amelia la observó por unos segundos en silencio, evaluando su respuesta, y luego soltó una carcajada que resonó por todo el café.
—Claro, claro, Fina —dijo Amelia mientras se levantaba de la mesa, con una sonrisa divertida—. Solo pastelería y dinero, nada más, ¿verdad?
Fina intentó mantener su fachada seria, pero la risa de Amelia la desarmó, y terminó sonriendo también. Amelia se inclinó hacia ella y, con un gesto cómplice, preguntó:
—Entonces, ¿me acompañas a la pastelería?
Fina, sin mucho que decir, asintió con la cabeza. Pagaron el desayuno y salieron del café rumbo a la pastelería.
Cuando llegaron a Cielos de Azúcar, el pequeño campanilleo de la puerta anunció su entrada. Marta estaba detrás del mostrador, completamente sola, rodeada de bandejas y cajas con pedidos por encargo. A pesar de la presión del trabajo, su concentración era absoluta, y apenas levantó la cabeza para ver quién había entrado.
—¡Marta! —la saludó Amelia, sacándola de su enfoque.
Marta alzó la mirada y les dedicó una sonrisa cansada pero amable.
—Hola, chicas. Me pilláis en plena vorágine de pedidos, pero decidme, ¿qué os trae por aquí tan temprano?
Amelia lanzó una rápida mirada a Fina, quien parecía un poco incómoda pero a la vez emocionada. Sabía que esto era importante para ella, aunque aún no lo admitiera.
—En realidad, veníamos a verte... —dijo Amelia, jugueteando con su pañuelo—. Y también porque queríamos saber si ya has tomado una decisión sobre esa nueva trabajadora de la que hablaste con Luisita.
Marta frunció el ceño, sin entender del todo a qué se refería, hasta que algo en la forma en la que Amelia la miraba le hizo darse cuenta de la situación. Bajó la mirada y luego la volvió a subir hasta encontrarse con los ojos de Fina. La sorpresa se reflejó en su rostro.
—¿Fina...? —preguntó Marta, incrédula—. ¿Tú eres... la hija de Isidro?
Fina, con una mezcla de vergüenza y diversión, asintió lentamente.
—Parece que sí —respondió, rascándose la nuca—. Mi padre me habló de ti, pero no mencionó tu nombre... supongo que por eso no lo sabías.
Marta se quedó en silencio por un momento, asimilando la información. Luego, su expresión cambió y una sonrisa apareció en su rostro. Era una sonrisa genuina, llena de alivio y de cierta curiosidad.
—Bueno, esto es una coincidencia interesante, ¿verdad? —dijo Marta, cruzando los brazos y mirando a ambas—. Fina, si realmente estás buscando trabajo... podríamos hacer una prueba. Con lo ocupada que está la pastelería, vendría bien tener ayuda extra.
Fina intentó mantenerse calmada, pero no pudo evitar que una pequeña chispa de emoción pasara por sus ojos. Se acercó al mostrador, aun sintiendo los ojos de Amelia sobre ella, y asintió.
—Me encantaría. Estoy dispuesta a aprender todo lo que pueda —dijo Fina, tratando de sonar neutral, aunque por dentro se sentía como si una nueva puerta se abriera frente a ella.
Marta sonrió y extendió la mano hacia Fina, en un gesto formal, pero que contenía un dejo de complicidad que ninguna de las dos podía ignorar.
—Entonces, bienvenida a Cielos de Azúcar, Fina —dijo Marta con una mirada que revelaba más de lo que las palabras podían decir.
Amelia, observando la escena desde un lado, no pudo evitar sonreír para sí misma. Las cosas, al parecer, estaban empezando a tomar un rumbo inesperado, y ella no podía estar más emocionada por ver hacia dónde las llevaría el destino.
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Dulces Secretos 🧁🌙
FanficEn Cielos de Azúcar, Marta inaugura la pastelería que siempre soñó abrir junto a su madre, enfrentando sola los desafíos tras su muerte. Con la ayuda de sus amigas Luisita y Amelia, Marta intenta sobrellevar la decepción de la ausencia de su marido...