Capítulo 7: Reflexiones y Nuevas Oportunidades

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Después de atender a las tres clientas, mujeres reconocidas en el pueblo por su constante presencia en los eventos más importantes, Marta se quedó detrás del mostrador, organizando las bandejas vacías. Sin embargo, su mente estaba lejos de allí. Las palabras de Luisita seguían resonando en su cabeza: “Tú y Fina hacéis buen equipo”, y lo que más le había impactado, “no te había visto sonreír tanto en años”.

Marta se encontró en un mar de pensamientos. Sabía que Luisita era de naturaleza observadora y, aunque siempre la había considerado una amiga sincera, ahora se sentía incómoda. El nerviosismo que había sentido más temprano la invadía otra vez, así que decidió enfrentarlo. Tomando aire profundamente, se giró hacia Luisita, quien seguía revisando el pedido de la siguiente tanda de pasteles, y con una mezcla de inseguridad y firmeza, le dijo:

—Luisita... —comenzó Marta, con la mirada baja mientras limpiaba el mostrador—. Yo soy una mujer casada, ¿vale? Si lo que insinuabas con tu pregunta era que me gustan las mujeres... no sé qué pensar, pero no es así.

Luisita, quien no esperaba que Marta volviera al tema de forma tan directa, levantó la mirada y la observó con cuidado. No había duda de que Marta estaba incómoda, pero algo en su actitud le sugería que había más debajo de la superficie. Luisita decidió no presionarla, pero tampoco iba a dejar pasar el tema sin más.

—No quería insinuar nada, Marta —respondió con tono calmado—. Solo te vi... diferente, eso es todo. Pero está claro que esto te está haciendo pensar. Y es normal, ya sabes. A veces, ciertas personas sacan a la luz partes de nosotros que no sabíamos que estaban ahí.

Marta frunció el ceño, queriendo cerrar esa línea de conversación, pero antes de que pudiera decir algo más, Luisita cambió el tema, como si leyera su mente.

—Por cierto, estaba pensando —continuó Luisita, como si su comentario anterior no hubiese causado ningún impacto—, deberíamos contratar a alguien para que te ayude con la pastelería. No puedes hacer todo tú sola, y está claro que con el éxito de la inauguración, vas a necesitar manos extra. Pero eso sí, tendrás que enseñarle todo, serás la maestra.

Marta, agradecida por el cambio de tema, se relajó un poco, pero aún sentía que Luisita seguía observándola. Entonces, recordó una conversación que había tenido unos días atrás.

—Pues, ahora que lo mencionas... Isidro, un amigo de la familia, me pidió un favor —dijo Marta, intentando mantener el tono profesional—. Me dijo que su hija había regresado de París hace unos días y que buscaba trabajo urgentemente. Y a lo mejor le gustaría trabajar aquí, podría ser una oportunidad para ella. Isidro me dijo que hablara con ella o con él para organizar una entrevista. Podría venir mañana mismo, ¿qué te parece?

Luisita la miró con una expresión que combinaba sorpresa y una pizca de satisfacción, como si todo estuviera cayendo en su lugar.

—¿Y cómo se llama su hija? —alzando una ceja—. Bueno, creo que no podrías tener una mejor opción, sabiendo que es amigo de tu familia de toda la vida. Pero tú decides, Marta. Solo asegúrate de que sea lo que realmente quieres.

Marta asintió, aunque no podía evitar sentir que, de alguna forma, esta conversación no había terminado del todo. Al menos, no en la mente de Luisita.

Mientras tanto, en una acogedora terraza, Amelia y Fina seguían poniéndose al día. Las horas habían pasado volando, y entre anécdotas y risas, habían vuelto a conectar como si no hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron. Pero, como era habitual en Amelia, la conversación pronto tomó un giro más personal.

—Sabes… —dijo Amelia, con esa sonrisa juguetona que Fina conocía tan bien—, te vi diferente ayer cuando estabas trabajando con Marta. No sé... parecía que fuerais amigas de toda la vida, pero había algo más, una complicidad que no se ve todos los días.

Fina soltó una carcajada, interrumpiendo a su amiga antes de que siguiera por ese camino que ya anticipaba.

—¿Complicidad? Vamos, Amelia... —dijo con una sonrisa, levantando las manos como en señal de rendición—. Sabes a dónde vas con esto, y no es lo que piensas. Sí, trabajamos bien juntas, pero también podría ser solo eso, ¿no crees?

Amelia se inclinó hacia ella, apoyando los codos sobre la mesa, con esa expresión que dejaba claro que no se iba a dejar convencer tan fácilmente.

—No digo que no puedan ser amigas, Fina. Pero algo en ti cambió cuando estabas con ella. Lo noté. Esa complicidad no la tiene cualquiera, y lo sabes.

Fina se rió de nuevo, aunque esta vez un poco más nerviosa.

—Marta es una mujer casada, Amelia. Felizmente casada, por lo que parece. Y aunque Jaime no estuviera siempre presente, es su marido, y eso es lo que importa. Lo último que necesito es complicarme la vida con algo así. Además, tú misma sabes que esas complicidades también las pueden tener dos amigas, como tú y yo, por ejemplo.

Amelia se quedó en silencio por un momento, aunque con una mirada aún intrigada. Sabía que Fina estaba siendo sincera en parte, pero también intuía que su amiga podía estar protegiéndose de algo más profundo. Al final, decidió no presionar más.

—Tienes razón —respondió Amelia, con un pequeño suspiro—. Las amigas también pueden tener ese tipo de conexión. Pero... bueno, ya veremos cómo van las cosas. Al menos, me alegra saber que vas a quedarte por aquí más tiempo. Estaba empezando a cansarme de no tener a nadie con quien hablar de cosas serias.

Fina sonrió, agradecida por la tregua en la conversación, y ambas siguieron charlando sobre cosas más ligeras. Sin embargo, en el fondo, Fina no pudo evitar pensar en lo que Amelia había dicho. Y aunque quisiera ignorarlo, algo en su interior sabía que lo sucedido con Marta el día anterior había dejado una huella, por pequeña que fuera.

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