Capítulo 41: La Jugada Maestra

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La mañana siguiente comenzó con una quietud inusual en la pastelería. Marta y Fina habían llegado temprano, listas para otro día de trabajo, pero en el fondo sentían que algo importante estaba por suceder. Desde la visita de Alejandro y el aviso de Begoña, Marta había estado meditando sobre los próximos pasos a seguir y sabía que necesitaba algo más para consolidar su defensa contra Jaime y Jesús.

—Marta, he estado pensando —dijo Fina, rompiendo el silencio mientras acomodaba las bandejas de pasteles—. Quizás sea momento de buscar apoyo fuera de nuestra pequeña red. Alejandro fue un gran apoyo, pero, si queremos un giro a nuestro favor, tal vez necesitemos a alguien más con poder en el pueblo.

Marta asintió, dándose cuenta de que Fina tenía razón. Quizás necesitaban una estrategia más amplia, alguien que pudiera aportar peso y respeto a su causa. Fue entonces cuando Marta recordó a un viejo amigo de su padre: Don Pedro, un hombre influyente y respetado en la comunidad. Él y su padre habían trabajado juntos en proyectos importantes, y aunque era un hombre de pocas palabras, su lealtad era incuestionable.

Sin dudarlo, Marta se dirigió al teléfono de la tienda y llamó a Don Pedro, explicándole brevemente la situación y el tipo de ayuda que necesitaban. Después de una breve conversación, Don Pedro accedió a reunirse con ellas en la pastelería esa misma tarde.

—No perdamos tiempo —dijo Marta a Fina mientras colgaba el teléfono—. Si logramos que Don Pedro esté de nuestro lado, Jaime y Jesús lo tendrán mucho más difícil.

Apenas unas horas después, Don Pedro llegó a la pastelería, con su porte sobrio y serio que imponía respeto a cualquiera. Marta y Fina lo saludaron, agradecidas por su presencia.

—Marta, he escuchado sobre la situación con tu hermano y Jaime —dijo Don Pedro mientras se sentaba en una de las mesas de la pastelería—. Tu padre me habló siempre con gran orgullo de ti y de cómo manejas este negocio. Si alguien merece mantenerlo, eres tú. Cuéntame exactamente qué necesitas de mí.

Marta y Fina se miraron, emocionadas y aliviadas de tenerlo allí. Entonces Marta le explicó con detalle lo que había estado ocurriendo: las amenazas de Jaime, la influencia de Jesús, y cómo habían intentado poner en riesgo no solo la pastelería, sino también su bienestar.

Don Pedro escuchó cada palabra con atención y, cuando Marta terminó de hablar, él asintió pensativo.

—Tengo contactos que pueden ayudar a que tu negocio esté más protegido —dijo finalmente—. Conozco a algunas personas que pueden facilitarte un tipo de seguro especial. Además, también puedo recomendar la pastelería a ciertas familias influyentes que estoy seguro apreciarían tus productos. Eso, sumado al fideicomiso, pondrá una barrera mucho más difícil de superar para Jaime y Jesús.

Marta y Fina se sintieron como si una ola de alivio las envolviera. Tener el apoyo de Don Pedro significaba que estaban en una posición más fuerte, rodeadas por aliados que las protegían. Marta no pudo evitar darle un abrazo, emocionada y agradecida.

—No sabes cuánto significa esto para mí —dijo Marta.

Don Pedro le dio una sonrisa tranquilizadora.

—Este pueblo necesita más personas valientes como vosotras. No olvidéis que siempre podéis contar conmigo.

Al final del día, el clima en la pastelería era de celebración. Amelia y Luisita habían llegado para ayudar a cerrar, y Begoña y Luz también se unieron, todas reunidas en el cálido ambiente de la cocina mientras compartían sus planes y sus esperanzas para el negocio.

—¿Así que Don Pedro va a ayudarnos? —preguntó Luisita con una sonrisa satisfecha—. Sabía que ese hombre tenía buen ojo para las personas valiosas.

Marta asintió, más relajada de lo que había estado en semanas. El apoyo de Don Pedro era como un peso que se quitaba de sus hombros, y al mirarse con Fina, ambas compartieron una mirada de triunfo.

—Si Jaime y Jesús quieren pelear, nos van a encontrar bien preparadas —añadió Fina, levantando una taza de café como si fuera un brindis improvisado.

Las demás levantaron sus tazas en un gesto cómplice. La unidad que habían construido era lo suficientemente fuerte como para enfrentar cualquier desafío.

Sin embargo, mientras la noche avanzaba, el teléfono de la pastelería sonó inesperadamente. Marta atendió y se quedó en silencio al escuchar la voz al otro lado de la línea. Era Jaime.

—Marta, querida esposa —dijo Jaime con su tono irónico característico—. He escuchado que estás haciendo movimientos para protegerte. Inteligente, pero también inútil. Sabes que no puedes esconderte de mí. Volveré al pueblo pronto, y hablaremos en persona.

Jaime colgó antes de que Marta pudiera responder, y el frío que recorrió su cuerpo no pasó desapercibido para las demás. Todas la miraron, ansiosas por saber qué había ocurrido.

—Era Jaime —murmuró Marta, apretando el teléfono en su mano—. Dijo que va a regresar al pueblo pronto.

La habitación se quedó en silencio, y las sonrisas se transformaron en miradas de preocupación y determinación. Sabían que el regreso de Jaime significaba una nueva fase de la batalla, pero también sabían que estaban mejor preparadas que nunca.

—Si él regresa, estaremos listas —dijo Fina, poniéndose de pie con determinación—. Marta, no estás sola en esto. Todas estaremos aquí para enfrentarlo juntas, recuérdalo.

Marta sintió que una nueva fuerza crecía en ella al ver la determinación en los rostros de sus amigas. Si Jaime creía que podía intimidarla, estaba muy equivocado.

—Si él quiere jugar sucio, entonces tendrá que enfrentarse a algo mucho más fuerte de lo que imagina —añadió Amelia con una sonrisa desafiante—. Y no podrá con nosotras.

Las mujeres intercambiaron miradas de complicidad y rieron, encontrando en su unidad el valor necesario para lo que vendría. Sabían que la verdadera batalla apenas estaba por comenzar, pero con cada aliado, cada plan y cada amistad, estaban un paso más cerca de la victoria.

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