Capítulo 37: Un Respiro entre Risas

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La celebración en la pastelería había sido un éxito rotundo y, a la mañana siguiente, Marta y Fina despertaron con una mezcla de agotamiento y satisfacción. Al llegar a la pastelería, el lugar estaba en relativo desorden: copas vacías, platos de pastel a medio terminar, y decoraciones que habían caído al suelo durante la fiesta. En lugar de preocuparse por el caos, se miraron y no pudieron evitar reírse.

—Vaya, no sé si limpiar o abrir otra pastelería al lado para vender todo lo que sobró —bromeó Fina mientras recogía unos platos y colocaba las sillas en su sitio.

Marta, divertida, le siguió el juego.

—Yo voto por abrir un negocio de limpieza después de esto. Mira esto, parece que una tarta explotó aquí… —dijo, señalando una mesa pegajosa.

Mientras recogían, apareció Luisita con cara de sueño, despeinada y con ojeras. Al verlas, saludó con voz somnolienta:

—¡Buenos días, sobrevivientes! ¿Necesitáis una mano? Aunque... aviso que funciono a media máquina sin café.

Marta y Fina rieron y le hicieron sitio junto al mostrador, donde quedaba una cafetera con suficiente café para todo el pueblo.

—Ve al fondo, Luisita, y sirve el café. ¡Eso también es ayudar! —exclamó Marta divertida.

En ese momento, Amelia entró, con el cabello enredado y con una expresión de pocas ganas de trabajar.

—No pensé que diría esto, pero… ¡Me siento como si hubiese corrido una maratón! ¿Quién iba a decir que armar una fiesta podía ser tan agotador? —dijo, levantando las manos al cielo dramáticamente.

Luisita, todavía tomando su primera taza de café, bromeó:

—Cierto, ¿y si ahora montamos un negocio de fiestas? Somos expertas ya… aunque tal vez necesitemos uno que incluya un equipo de recuperación al día siguiente.

Todas rieron a carcajadas, aliviadas, de que, después de tanto esfuerzo y tensión, la celebración hubiese salido tan bien. Fina y Marta, que se miraban de vez en cuando, compartían una complicidad evidente. Entre bromas y chistes, las cuatro trabajaban en equipo, organizando la pastelería hasta que el lugar comenzó a verse más presentable.

Ya a media mañana, cuando la pastelería había vuelto a su estado habitual, Marta les propuso un descanso. Sacó algunos de los pasteles sobrantes y sirvió una ronda de café para todas. Sentadas alrededor de la mesa, comenzaron a recordar momentos divertidos de la fiesta, compartiendo las anécdotas que cada una había presenciado.

—¿Os acordáis del momento en que don Vicente, el boticario, intentó bailar el vals con la abuela Pilar? —preguntó Amelia, conteniendo la risa.

Luisita, a carcajadas, contestó:

—¡Cómo olvidarlo! Casi terminan los dos en el suelo… pero lo mejor fue cuando él la soltó y empezó a hacer esos pasos como si fuera torero.

Fina se sumó al jolgorio:

—Y lo peor fue cuando doña Pilar se unió y lo imitó. No sé si intentaban bailar o hacer una coreografía de toros, pero... ¡Me dolía la cara de tanto reírme!

Marta, que no podía contener la risa al recordar, se animó a contar otro momento.

—¿Y cuándo el padre Ignacio empezó a repartir consejos de cocina a media fiesta? Me dijo que el secreto de los pasteles es “rezarle a San Panadero antes de meterlos en el horno”. Quizá deberíamos intentar su método la próxima vez, quién sabe.

Las carcajadas se hicieron aún más fuertes al imaginar a Marta y Fina rezando en la pastelería. Entre risas, Fina añadió:

—Voy a rezarle también al santo del chocolate. ¡Con todo lo que estamos pasando, necesitamos toda la ayuda divina que podamos!

Entre bromas y risas, la tensión de los últimos días se fue disipando poco a poco. Sin embargo, Amelia, que observaba a Marta y a Fina con una mirada de complicidad, se acercó y lanzó una de sus típicas preguntas indiscretas.

—Entonces, Marta… ¿Qué pensaste cuando Jaime apareció con ese abogado? Porque entre nosotros, todos vimos que te cambió la cara.

Marta, un poco avergonzada y buscando alguna respuesta rápida, titubeó:

—Bueno… fue inesperado. Pero creo que lo manejamos bastante bien, ¿no?

Luisita, que adoraba presionar a Marta con humor, la miró de reojo.

—¡Vamos, Marta! Nosotras vimos lo bien que te tomó de sorpresa, sobre todo cuando intentaste abrir el champán y casi sale disparado a la cara de Jaime.

La carcajada general se hizo incontrolable. Marta, sin poder defenderse, terminó riendo también.

—Está bien, ¡lo admito! Fue un pequeño… desliz. Pero al final, lo importante es que la pastelería sigue en nuestras manos. Y que tenemos el apoyo de todos.

Fina miró a Marta con orgullo y sonrió.

—Sí, Marta. Y eso es lo que nos hace más fuertes que cualquier Jaime o abogado astuto.

En medio del buen humor, apareció Isidro, el padre de Fina, con una gran sonrisa y una cesta llena de manzanas frescas.

—¡Mirad lo que os traigo! —dijo, dejando la cesta sobre el mostrador—. Son de nuestro huerto, y están tan frescas que podríais usarlas para hacer esas tartas que tanto gustan.

Marta, encantada, tomó una de las manzanas y la observó con curiosidad.

—¡Perfecto, Isidro! Justo ayer estábamos hablando de nuevas recetas para la carta. ¿Qué os parece si probamos a hacer una tarta especial? Algo que sea solo nuestro.

Luisita, que estaba sentada con los pies en la silla y mordisqueando un pastel, hizo una sugerencia en tono de broma:

—¿Qué tal una “Tarta de la Venganza”? Una con capas ocultas y sorpresas, como las que hemos tenido últimamente. La venderíamos con una nota de advertencia… ¡Solo para valientes!

La ocurrencia hizo reír a todas, y hasta Isidro, que pocas veces soltaba carcajadas, se unió al chiste.

Con la pastelería limpia, los amigos y la familia cerca, y la risa en el ambiente, el grupo se sintió revitalizado. Amelia se acercó a Marta y le susurró:

—Oye, si necesitas más ayuda con los temas de Jaime, ya sabes dónde encontrarnos. Y mientras tanto… podríamos intentar inventar esa famosa “Tarta de la Venganza”.

Marta sonrió, agradecida, de tenerlas a todas a su lado en esos momentos tan importantes.

Así, entre risas, complicidad y planes para nuevas tartas, el grupo se despidió, conscientes de que la pastelería no era solo un negocio, sino el corazón de su comunidad y el símbolo de la vida que querían llevar, libre de presiones y llena de buenos momentos.

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