Capítulo 17: El Comienzo de Algo Más

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La tienda estaba en completo silencio, salvo por las respiraciones entrecortadas de Marta y Fina. Las luces tenues de la cocina iluminaban sus rostros mientras permanecían juntas, envueltas en la burbuja de intimidad que había ido creciendo a lo largo de las últimas horas. Ambas habían cruzado una línea que jamás imaginaron, y la atmósfera estaba cargada de emociones que iban mucho más allá del deseo. 

Lo que había comenzado con un beso robado, se transformó en algo mucho más profundo e inesperado. Fina había recorrido con sus manos cada rincón del cuerpo de Marta, la subió sobre la mesa, acariciando sus piernas con delicadeza, mientras bajaba sus besos lentamente, recorriendo cada rincón, hasta que hacer que Marta sintiera cosas que jamás había experimentado.  Para Marta, ese momento no se trataba únicamente de una atracción física; estaba aprendiendo algo fundamental sobre sí misma, sobre su propia sexualidad. Fina le mostró un mundo de sensaciones nuevas, y Marta, lejos de sentirse fuera de lugar o incómoda, se entregó por completo, confiando plenamente en Fina.

Fina, por su parte, había sido consciente desde el principio de que Marta no solo era especial, sino que había algo en ella que la hacía diferente a todas las mujeres con las que había estado. Durante ese tiempo juntas, Fina confirmó lo que había estado buscando durante años: alguien que la entendiera, que conectara con ella no solo de manera física, sino emocional. Marta la había sorprendido, no solo por la intensidad de su pasión, sino por la vulnerabilidad y ternura que mostraba en cada caricia, en cada mirada.

A medida que el tiempo pasaba y la mañana comenzaba a despuntar, ambas yacían juntas, sin prisa por moverse, pero sabiendo que eventualmente tendrían que volver al mundo real. Marta, aun con el corazón latiendo rápidamente, no podía evitar sonreír. Se sentía plena, satisfecha en todos los sentidos posibles. Había aprendido mucho más de lo que jamás imaginó, sobre lo que significaba estar con una mujer, sobre lo que significaba sentirse deseada y, sobre todo, amada de una forma tan intensa y completa.

Fina, observando el rostro de Marta, sabía que lo que acababa de ocurrir entre ellas era más que un simple desliz. Marta era, sin duda, todo lo que ella había estado buscando durante mucho tiempo. Aunque no lo había planeado, ahora que lo había vivido, sabía que no podría volver atrás. Sin embargo, Fina también entendía la complejidad de la situación. Marta seguía siendo su jefa, y había un delicado equilibrio que no podían ignorar.

Mientras ambas comenzaban a vestirse, Marta fue la primera en romper el silencio, con una mezcla de risa nerviosa y seriedad.

—Fina… lo que pasó entre nosotras hoy… —dijo, mientras se abrochaba los últimos botones de su camisa—, me ha hecho sentir más de lo que jamás pensé que sentiría. —Marta hizo una pausa, respirando profundamente—. Pero… quiero pedirte que lo que ha sucedido quede entre nosotras, que no se mezcle con el ámbito profesional.

Fina la miró, un tanto sorprendida, pero entendiendo la situación. Aunque había esperado algo más, sabía que Marta, por ahora, necesitaba tiempo para procesar lo que sentía. Iba a decir algo, pero justo cuando estaba a punto de reprocharle esa distinción entre lo personal y lo profesional, Marta la interrumpió con una sonrisa traviesa.

—Podrías acompañarme a cenar a casa un día, ¿no? —Marta la miró a los ojos, ese brillo cómplice presente—. Y bueno, claro, trae a tu padre también. Ya sabes, al fin y al cabo somos como familia. Mi padre estará encantado de verte, y… también estarán Amelia y Luisita.

Fina, que al principio había sentido algo de incomodidad por la petición de mantener todo en secreto, no pudo evitar reír ante la invitación. Sabía que Marta lo decía con la mejor de las intenciones, pero el simple hecho de pensar en ver al padre de Marta nuevamente la ponía un tanto nerviosa. No sabía bien cómo reaccionaría él, y aunque no temía una mala reacción, siempre había tenido una relación algo formal con él.

—¿Tú crees que estará bien? —preguntó Fina, aún insegura—. Ver a tu padre después de tanto tiempo…

Marta rio suavemente y le dio un leve empujón en el brazo.

—Vamos, Fina. Mi padre te adora, te considera una hija. Será como en los viejos tiempos. Además, ya sabes cómo son Amelia y Luisita. Harán todo lo posible para que te sientas como en casa.

Fina finalmente asintió. No había mucho que objetar cuando Marta lo decía de esa forma. Sabía que Amelia sería una presencia reconfortante en esa cena, y aunque el encuentro con el padre de Marta la ponía un tanto tensa, confiaba en que todo saldría bien.

—De acuerdo, iré a la cena. Aunque solo porque estará Amelia eh —dijo con una sonrisa divertida.

Marta soltó una carcajada y le guiñó un ojo con picardía.

—Y Fina… —añadió Marta con una expresión aún más traviesa—. Has pasado la prueba.

Fina la miró, un tanto confundida al principio, pero luego entendió el doble sentido en las palabras de Marta. No solo hablaba del trabajo, sino de todo lo que acababa de suceder entre ellas. Soltando una risa, Fina le dio una palmada juguetona en el trasero a Marta antes de inclinarse y robarle otro beso, cargado de significado.

—Bueno, supongo que puedo relajarme sabiendo que soy la empleada del mes, ¿no? —respondió Fina, divertida, mientras ambas terminaban de vestirse.

Las mejillas de Marta seguían ruborizadas, pero esta vez no era por la timidez, sino por la intensidad de lo que habían compartido. Ambas sabían que lo que acababa de suceder no era solo un momento pasajero; era el inicio de algo más profundo, algo que aún no podían definir del todo, pero que sin duda cambiaría sus vidas.

Cuando las primeras luces del día empezaron a iluminar la pastelería y llegó la hora de abrir el local, Marta y Fina, aunque aún llenas de emociones y con las mejillas enrojecidas, se miraron una última vez antes de abrir la puerta. Sabían que el día apenas comenzaba, pero lo que había ocurrido entre ellas ya había marcado un antes y un después en sus vidas.

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