Capítulo 28: La Compañía de las Confidencia

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La mañana avanzaba lentamente, y el jardín parecía estar envuelto en una paz que, aunque frágil, era reconfortante. Marta, Fina, Begoña y Luz seguían compartiendo recuerdos y risas en la mesa, entre sorbos de café y bocados de pan casero que Marta había preparado. Sin embargo, entre las palabras compartidas, había un trasfondo de emociones y secretos, como si cada una de ellas llevara consigo un peso que solo podía aliviarse en compañía.

De repente, unas voces familiares llegaron desde la entrada. Marta miró hacia la puerta y vio a Amelia y Luisita entrar al jardín, sonriendo y charlando entre ellas. Las recién llegadas se sorprendieron al ver a Begoña y a Luz, pero rápidamente se unieron al grupo con entusiasmo, compartiendo abrazos y saludos efusivos.

—¡Pero qué sorpresa encontraros aquí tan temprano! —exclamó Luisita, tomando asiento junto a Amelia, quien saludó a Begoña y Luz con una sonrisa cómplice.

Amelia, con su habitual energía, fue la primera en percatarse de la atmósfera íntima que envolvía a las mujeres en la mesa.

—¿Interrumpimos algo? —preguntó con picardía, lanzando una mirada de complicidad a Marta y Fina, quienes se sonrojaron ligeramente.

Marta negó rápidamente con una sonrisa, aunque en el fondo sabía que había algo de verdad en las palabras de Amelia. Durante esos instantes de confesiones, las barreras se habían derrumbado, y cada una de ellas había compartido sus pensamientos y sentimientos con total franqueza.

Luisita, siempre observadora, notó la cercanía entre Marta y Fina, pero decidió no mencionar nada al respecto, al menos por el momento. Sin embargo, sus ojos se iluminaron cuando se dio cuenta de que Begoña y Luz también parecían compartir una conexión especial. No pudo evitar lanzar una mirada significativa a Amelia, quien la entendió al instante.

—Bueno, ya que estamos todas aquí… —dijo Begoña, intentando desviar el foco de atención—. ¿Por qué no seguimos compartiendo historias? Hoy parece un día perfecto para las confidencias.

Luisita, con su risa contagiosa, se acomodó en su silla y comenzó a hablar de una anécdota divertida de su infancia junto a Marta. La historia arrancó risas y sonrisas de todas, relajando la atmósfera. Sin embargo, Luz, quien había estado observando a Marta y Fina con una mirada de comprensión, decidió hacer una pregunta que ninguna esperaba.

—Marta, Fina, ¿os habéis planteado alguna vez lo que significa estar juntas en una época como esta? —preguntó con suavidad, pero con un tono directo que hizo que ambas se miraran sorprendidas.

La pregunta cayó como una piedra en el agua, causando pequeñas ondas de reflexión entre las mujeres. Marta y Fina intercambiaron una mirada, sabiendo que, aunque compartían un lazo especial, su relación desafiaba las normas de la época y, por ende, estaba llena de desafíos.

Marta, buscando las palabras adecuadas, respondió:

—La verdad es que… es difícil. —Suspiró, entrelazando sus dedos con los de Fina por debajo de la mesa—. Pero creo que estamos dispuestas a enfrentarlo, juntas. Lo que siento por Fina es algo que no puedo, ni quiero ignorar. Aunque sepa que no será fácil.

Fina sonrió tímidamente y apretó la mano de Marta, mientras las demás mujeres las observaban con miradas de aprobación y admiración. Era evidente que, a pesar de las dificultades, ambas estaban dispuestas a luchar por lo que tenían.

Amelia y Luisita, inspiradas por la valentía de Marta y Fina, intercambiaron miradas cómplices. Amelia, siempre segura de sí misma, se adelantó y dijo:

—Creo que, en el fondo, todas aquí compartimos algo en común. No estamos dispuestas a seguir las reglas de una sociedad que nos impone cómo amar o a quién. —Y, tomando la mano de Luisita, continuó—. Nosotras también sabemos lo que significa amar en secreto, y aunque no siempre es fácil, el amor lo compensa todo.

Luisita asintió, mirándola con ternura. En ese instante, el grupo de mujeres pareció formar una conexión más profunda, como si cada una comprendiera la lucha y el sacrificio que las demás habían experimentado en nombre del amor.

Begoña, quien hasta entonces había estado escuchando en silencio, decidió compartir algo que había mantenido en secreto durante mucho tiempo.

—Luz y yo… también tenemos algo que llevamos escondido. No ha sido fácil, pero hemos encontrado maneras de vernos, de estar juntas, aunque sea en silencio. Pero veros a vosotras aquí, compartiendo y siendo sinceras, nos da esperanza —dijo, mirando a Luz con una sonrisa de complicidad.

La revelación de Begoña provocó murmullos de sorpresa y sonrisas de apoyo. Luz, por su parte, agradeció el momento con un suave apretón de manos a Begoña, dejando claro que no estaban solas en su camino. Era como si, por un instante, los secretos y los temores que habían guardado durante tanto tiempo se disolvieran bajo la luz del sol, iluminando el jardín con una energía de libertad y autenticidad.

Amelia, quien siempre era la primera en romper el hielo, propuso un brindis:

—Por nosotras, por el amor que desafiamos todos los días y por la valentía de ser quienes somos, sin importar el qué dirán.

Todas levantaron sus tazas y brindaron con entusiasmo, compartiendo una risa que resonó en el jardín como un eco de liberación. En ese instante, cada una de ellas se sintió más fuerte, más decidida a enfrentar las adversidades que la vida les pudiera presentar.

Luisita, con su característica dulzura, se dirigió a Fina y Marta:

—Estamos aquí para apoyaros, no importa lo que pase. Y creo que hablo por todas cuando digo que no estáis solas. A veces, los caminos más difíciles son los que nos llevan a los momentos más bonitos.

Marta y Fina se miraron emocionadas, sintiendo el peso de la promesa de sus amigas. Aunque el futuro seguía siendo incierto, ese momento les brindó la certeza de que, pase lo que pase, tenían un círculo de apoyo y comprensión.

Cuando el día comenzó a declinar y el sol empezó a caer, Amelia y Luisita se despidieron, dejando a las otras en el jardín. Begoña y Luz también se levantaron poco después, lanzándoles a Marta y Fina miradas de complicidad y esperanza antes de partir. Al final, solo quedaron Marta y Fina en el jardín, bajo la luz suave de la tarde que comenzaba a teñir el cielo de tonos dorados y rosados.

—¿Te das cuenta de lo afortunadas que somos? —preguntó Marta, mirando a Fina con una mezcla de ternura y gratitud—. No importa lo que pase en el futuro. Hoy me siento libre de ser quien soy, y eso es gracias a ti.

Fina le sonrió, tomando su mano y acercándose a sus labios.

—Te prometo que siempre estaré a tu lado, pase lo que pase —susurró, y en ese instante, supo que lo decía de corazón.

Marta la besó dulcemente y ambas se quedaron en el jardín, abrazadas, compartiendo el silencio y la serenidad de un día que había cambiado sus vidas para siempre. Aunque sabían que el futuro era incierto, en ese momento se sentían invencibles, sabiendo que el amor que compartían era suficiente para enfrentar cualquier obstáculo.

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