Capítulo 31: Secretos Revelados

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La noche se había asentado en el pequeño pueblo y, después de un día largo en la pastelería, Marta y Fina se dirigieron juntas a casa, caminando bajo las estrellas. Estaban sumergidas en una conversación animada sobre nuevas ideas para el negocio cuando, de repente, la figura de alguien en la distancia les llamó la atención. A medida que se acercaban, la silueta de un hombre se hizo más nítida.

Al llegar a la entrada de la casa, ambas reconocieron con asombro que el hombre era Jaime, el esposo de Marta, de regreso inesperadamente después de meses. Jaime les lanzó una mirada cargada de tensión, y Marta, sorprendida, soltó la mano de Fina al instante.

—Jaime... No te esperábamos —dijo Marta, tratando de ocultar su sorpresa.

Él la miró intensamente y luego saludó a Fina con un movimiento seco de cabeza.

—¿Te importa dejarnos solos un momento, Fina? Marta y yo tenemos mucho de qué hablar.

Fina miró a Marta, claramente incómoda, pero decidió asentir y hacerle caso. Caminó lentamente hacia la entrada de la casa, sin saber muy bien cómo dejar la situación.

Dentro de la casa, el aire estaba cargado de una tensión espesa. Jaime se sentó en la sala y miró a Marta, esperando respuestas.

—¿Por qué no me dijiste que regresarías? —preguntó Marta, tratando de mantener la calma.

—Recibí tus cartas, pero algo en ellas sonaba... diferente. Decidí regresar para entender qué está pasando realmente aquí —dijo Jaime, mirándola con seriedad—. Y no me tomes por ingenuo, Marta. Me doy cuenta de que hay algo entre tú y esa chica, Fina.

Las palabras cayeron como una piedra en el silencio. Marta intentó mantenerse firme, pero el nerviosismo la invadía.

—No sé de qué estás hablando, Jaime —respondió, desviando la mirada.

—Claro que sabes de qué hablo —respondió él, con un tono más bajo—. Y no es solo lo que veo; la gente habla, Marta. No tienes idea de lo que me han contado sobre ti y esa pastelería.

En ese momento, Fina entró con una bandeja de té, percibiendo la tensión. Jaime la observó de arriba abajo antes de sonreír sarcásticamente.

—No hay necesidad de mantener apariencias, Fina. Ya sé que tienes una relación con Marta. ¿Qué piensas hacer, entonces? ¿Apartarme como si nunca hubiera existido?

Fina, que nunca había visto a Jaime tan de cerca, percibió en sus ojos una mezcla de celos e inseguridad. Por primera vez, sintió que lo que compartía con Marta estaba a punto de salir a la luz de una forma abrupta.

—Jaime, no quiero que esta conversación se convierta en una escena —interrumpió Marta, intentando calmar la situación—. Podemos hablar en privado y llegar a un acuerdo.

Jaime rio en un tono frío.

—¿Un acuerdo? Eso suena como un negocio, no como un matrimonio. Entonces es cierto: entre tú y Fina hay algo más de lo que quieres reconocer.

Fina intentó intervenir, sintiéndose más incómoda que nunca.

—No creo que este sea el mejor momento para hablar de todo esto, Jaime. Tal vez deberías descansar un poco. Marta y yo podemos arreglar las cosas en la pastelería mañana, y tú y Marta podríais hablar con calma después.

Jaime ignoró su sugerencia y miró fijamente a Marta, esperando que dijera algo. Marta sintió que el peso de todas sus decisiones caía sobre ella. Estaba cansada de esconder sus sentimientos, y en el fondo sabía que no quería vivir una mentira.

Con una firmeza inesperada, Marta finalmente habló.

—Es cierto, Jaime. Lo que ves entre Fina y yo es real. Es algo que no puedo seguir ocultando ni ignorando. Lo siento, pero creo que es momento de aceptar que las cosas han cambiado.

Jaime la miró con los ojos llenos de rabia y dolor.

—Entonces... esto es todo. ¿Me reemplazas por alguien como ella? —preguntó, señalando a Fina con desdén—. Estás dispuesta a arriesgar tu posición y tu familia solo por una aventura.

—No es una aventura, Jaime. Es algo más profundo que eso, y lo sabes —respondió Marta con voz temblorosa—. Pero no quiero hacerte daño. Podemos encontrar una forma de manejar esto sin perjudicar a nadie.

La conversación quedó en un silencio aplastante. Jaime se levantó con resignación y miró a Marta una última vez antes de dirigirse hacia la puerta.

—No sé quién eres, Marta. Pero parece que yo ya no soy parte de tu vida.

Y con esa frase, Jaime se marchó. Fina, que había presenciado todo con el corazón en un puño, se acercó a Marta para ofrecerle su apoyo. Sin decir una palabra, Marta se volvió hacia Fina y la abrazó, encontrando en ella el consuelo y la fuerza que tanto necesitaba.

Esa noche, ambas comprendieron que el camino hacia su amor no sería fácil, pero, por primera vez, sintieron que habían dado el paso correcto. A pesar del dolor de la ruptura, Marta sintió una paz renovada, como si al fin se hubiera liberado de una carga que llevaba demasiado tiempo sobre sus hombros.

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