Capítulo 14: El sabor del deseo

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El intenso beso entre Marta y Fina no se rompía, a pesar de que el primer rayo de sol ya anunciaba el comienzo de un nuevo día, y la apertura de la tienda estaba a solo minutos. Sin embargo, en ese instante, ni el reloj ni el mundo exterior importaban. El deseo que las consumía superaba cualquier responsabilidad o norma. Marta, siempre tan contenida, finalmente se permitió liberarse de las expectativas que otros habían colocado sobre ella y simplemente sentir.

Sus manos, que al principio habían permanecido en un toque tímido, ahora se movían con una seguridad que ni ella misma reconocía. Recorrían la cintura de Fina, delineando cada curva con una mezcla de admiración y deseo. Sus dedos se deslizaron lentamente hacia la espalda de Fina, aferrándose a ella con fuerza, como si su cuerpo la llamara a estar más cerca, como si en ese abrazo encontrara el refugio que tanto había anhelado.

Fina, por su parte, no estaba dispuesta a dejar que ese momento se escapara. Sus brazos envolvieron a Marta con una intensidad casi desesperada, empujándola suavemente contra la pared de la cocina. Los cuerpos de ambas se encontraban, piel con piel, respiraciones entrecortadas, mezclándose en el aire cargado de tensión. El contacto entre ellas era magnético, como si en ese espacio reducido no hubiera suficiente lugar para contener toda la energía que las envolvía.

Marta, sintiendo cómo el cuerpo de Fina la dominaba, dejó escapar un leve suspiro cuando los labios de Fina abandonaron su boca para deslizarse por su cuello. Los besos suaves y ardientes, que se extendían lentamente por su piel, encendieron una chispa en su interior. Marta arqueó la espalda, empujando involuntariamente su cuerpo hacia el de Fina, entregándose completamente al momento. La intensidad de esos besos en su cuello, de la lengua de Fina deslizándose por su piel, la hacía sentir como si se derritiera, como si su cuerpo fuera de chocolate caliente a punto de desbordarse.

Cada caricia, cada roce de sus labios, hacía que Marta perdiera la noción del tiempo. Su respiración se volvía más rápida, más entrecortada. Sus dedos comenzaron a moverse con una determinación creciente, deslizándose por el cuerpo de Fina, explorando cada centímetro de su piel. Marta, que siempre había controlado cada aspecto de su vida, se sorprendió a sí misma tomando la iniciativa. Sus manos se deslizaron por la tela de la camisa de Fina, y sin dudarlo, comenzó a desabrochar los botones, uno a uno.

Cada botón que se abría dejaba al descubierto más piel, y cada centímetro de esa piel la llamaba a ser tocada, acariciada, explorada. Marta sabía que quería más, que deseaba ir más allá, pero en el fondo de su mente aún existía un resquicio de duda. No quería decepcionar a Fina, no quería apresurar nada. Pero Fina, como si leyera los pensamientos de Marta, la miró con esos ojos felinos, llenos de seguridad y deseo. Le transmitió con esa mirada que todo estaba bien, que en ese instante no había miedos ni límites.

Con la camisa de Fina completamente desabrochada, Marta no pudo resistir la tentación de deslizar sus manos por su espalda desnuda, recorriendo cada línea de músculo con la delicadeza con la que uno acaricia una muñeca de porcelana, sabiendo que podría romperse si no era lo suficientemente cuidadosa. Sin embargo, el calor que emanaba del cuerpo de Fina era adictivo, y sus manos pronto se movieron más abajo, trazando el contorno de su cintura y abdomen, donde la piel se sentía suave y firme al mismo tiempo.

Fina, notando el titubeo de Marta, pero también su deseo creciente, decidió tomar el control de nuevo. Sus labios regresaron al cuello de Marta, esta vez con más intensidad, dejando pequeños rastros de humedad por donde pasaban. Cada beso hacía que Marta soltara pequeños gemidos que no podía contener, completamente perdida en el placer del momento. Fina, satisfecha con la reacción de Marta, deslizó una mano por su cintura, empujando su cadera hacia la suya, y haciendo que el contacto entre ambas fuera casi insoportable de lo intenso que se sentía.

Marta dejó caer su cabeza hacia atrás, apoyándola contra la pared, y cerró los ojos, dejándose llevar completamente por las sensaciones. El cuerpo de Fina estaba pegado al suyo, el calor de ambas mezclándose en una danza que ninguna de las dos quería interrumpir. La fuerza con la que se aferraban la una a la otra era un reflejo de todo lo que habían contenido hasta ese momento, de todas las emociones que habían negado, pero que ahora las consumían con una pasión arrolladora.

El amanecer había llegado, pero para Marta y Fina, el tiempo parecía haberse detenido en ese instante. Mientras sus cuerpos seguían entrelazados, ambas sabían que lo que había comenzado esa noche no tenía vuelta atrás. La intensidad de ese momento marcaba el inicio de algo nuevo, algo que las conectaba de una manera que ninguna de las dos podría haber anticipado.

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