Capítulo 12: Al Borde del Deseo

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Luisita y Amelia caminaban por las calles desiertas del pueblo en dirección a sus casas. La noche se cernía sobre ellas, pero la calidez del día y los pensamientos que las acompañaban llenaban el aire de emoción. La conversación giraba, inevitablemente, en torno a Marta y Fina, ambas incapaces de evitar especular sobre lo que podría estar sucediendo en la pastelería a esas horas.

—¿Tú crees que Marta y Fina... bueno, ya sabes...? —preguntó Luisita con una sonrisa traviesa, intentando no soltar una carcajada, pero claramente intrigada por la situación.

Amelia, siempre la más observadora y directa, soltó una pequeña risa mientras meneaba la cabeza. Sabía que algo importante estaba ocurriendo entre Marta y Fina, aunque aún no podían ponerle nombre.

—No sé si se habrán dado cuenta de lo que sienten, pero lo que es evidente es que hay algo ahí. Lo vi en la manera en que se miraban —respondió Amelia, mientras sus pensamientos volvían a la pastelería, imaginando a las dos mujeres compartiendo momentos que ni ellas mismas habrían podido prever.

Luisita suspiró, un tanto emocionada, y asintió. Mientras ambas amigas se perdían en su charla, cada una imaginaba escenarios donde Marta y Fina dejaban atrás todas las barreras que les impedían ser honestas consigo mismas y con lo que sentían.

—Seguro que algo está pasando ahora mismo —añadió Luisita—. Lo sé, lo siento... Lo noté en Marta, estaba más inquieta que de costumbre.

Amelia sonrió. Sabía que Luisita siempre tenía una intuición certera para esas cosas. Pero lo que ambas no podían saber era que, en ese mismo instante, algo más profundo y significativo estaba ocurriendo dentro de la pastelería, donde Marta y Fina compartían un momento que cambiaría el curso de sus vidas.

Dentro de la tienda, el ambiente se sentía cargado, pero no de incomodidad, sino de una tensión cálida que envolvía a Marta y Fina. La luz tenue del local creaba una atmósfera íntima, donde los gestos y miradas parecían adquirir un significado mayor.

Marta y Fina se habían quedado frente a frente después de ese abrazo espontáneo que habían compartido. Ninguna de las dos quería dar el siguiente paso, pero a la vez no podían evitar que sus miradas se buscaran constantemente. Había miedo, sí, pero también una certeza que las envolvía en ese espacio seguro que solo ellas compartían.

Los ojos de Marta brillaban bajo la luz suave del local mientras observaba a Fina con una mezcla de emociones que la abrumaban: confusión, deseo, pero también una paz que no había sentido en mucho tiempo. Con Jaime nunca había experimentado algo así. Aunque estaba casada, jamás había sentido esa conexión tan intensa, ese deseo incontrolable que empezaba a arder en su interior cada vez que estaba cerca de Fina.

Fina, por su parte, intentaba mantener la calma, aunque sabía que algo estaba a punto de suceder. Podía sentirlo en el aire, en la manera en que Marta la miraba, en cómo sus cuerpos parecían magnetizados, incapaces de separarse. Sus ojos siguieron cada movimiento de Marta, observando cómo la distancia entre ellas se acortaba de manera inevitable.

Marta, en un gesto tan inesperado como íntimo, dejó caer suavemente sus dedos sobre la piel de Fina, deslizándolos desde su mejilla hasta sus labios, casi como si temiera romper ese momento tan delicado. Los dedos de Marta temblaban levemente al sentir el calor de la piel de Fina bajo su toque, pero no se detuvo. Avanzó lentamente, disfrutando del suave roce mientras Fina observaba el recorrido con una mirada que se tornaba cada vez más profunda, cada vez más cargada de una emoción contenida.

Fina no apartó la vista de Marta ni por un segundo. Se quedó inmóvil, dejando que esa caricia la envolviera. Marta bajaba sus dedos con una suavidad exquisita hasta que finalmente tocaron los labios de Fina. Un suave temblor recorrió a Fina en ese instante, pero no era de miedo, sino de anticipación, de algo que sabía que estaba a punto de desatarse entre ellas. La forma en que Marta tocaba sus labios era delicada, como si temiera romper el encanto del momento, pero al mismo tiempo, ese contacto encendió algo profundo en el corazón de Fina.

La respiración de Fina se aceleró, pero no apartó la vista de Marta. Su mirada se volvió intensa, decidida, y en un impulso que no podía ni quería controlar, deslizó sus manos hacia la cintura de Marta. Su tacto fue firme, decidido, pero a la vez lleno de esa dulzura que caracterizaba a Fina. Lentamente, fue acercando a Marta hacia sí, hasta que sus cuerpos quedaron tan cerca que apenas unos centímetros las separaban. Podían sentir el calor que emanaba de la otra, la respiración entrecortada y la energía que parecía envolverlas.

Marta contuvo la respiración, sin estar completamente segura de lo que estaba pasando. ¿Cómo habían llegado a este punto? Nunca había imaginado que podría sentir algo así por otra mujer, pero ahí estaba, sus cuerpos casi fundiéndose en uno solo, con las emociones a flor de piel. Y en ese momento, todo lo demás pareció desvanecerse: su matrimonio, sus dudas, sus miedos. Solo existían ellas dos.

Fina observó con detenimiento cada reacción de Marta, cada parpadeo, cada suspiro. Sabía que estaba traspasando un límite que quizás nunca imaginó cruzar, pero también sabía que era inevitable. Marta no se resistía, y esa sensación de vulnerabilidad que ambas compartían hacía que el momento se sintiera más real que cualquier otra cosa.

—Marta... —susurró Fina, apenas audible, mientras sus labios se quedaban a centímetros de los de Marta, esperando, conteniendo el aliento.

Pero en lugar de avanzar, ambas se quedaron quietas, congeladas en ese instante. No era necesario moverse más; todo estaba dicho en la forma en que se miraban, en cómo sus cuerpos se habían acercado sin pensarlo dos veces. En esa proximidad, en esos susurros y caricias no pronunciadas, habían encontrado una conexión que ni ellas mismas sabían que estaban buscando.

Marta dejó escapar un suave suspiro, bajando la mirada por un segundo, aún abrumada por la intensidad de lo que sentía. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban un poco mientras se aferraba a la cintura de Fina, temerosa de soltarla y perder ese momento. No obstante, se atrevió a sonreír, una sonrisa tímida, pero llena de ternura, como si por fin hubiera aceptado lo que estaba sucediendo.

Fina, al ver esa sonrisa, no pudo evitar devolverle otra, llena de cariño y admiración. Acarició suavemente la mejilla de Marta con su pulgar, sosteniendo ese momento en el que el tiempo parecía haberse detenido. No necesitaban nada más, ni siquiera palabras, porque lo que estaban viviendo era mucho más poderoso que cualquier cosa que pudieran decir.

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