cap 37. un día en la rutina de Stanley como padre.

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Era una mañana lluviosa, las gotas de agua caían suavemente sobre el cristal de la ventana, creando un suave murmullo que llenaba el aire. Sin embargo, el silencio pronto se interrumpió por el llanto del pequeñín y la pequeña. A las 6:00 a.m., Aurora y yo aún dormíamos, pero el sonido de los pequeños despertó mi atención.

Con un leve suspiro, me di cuenta de que Aurora había estado inquieta durante la noche, despertándose varias veces para atender a los bebés. La miré a su lado, todavía dormida, agotada después de una larga noche. Decidí levantarme para hacerme cargo de los pequeños.

—Shhh, mis amores —murmuré mientras me acercaba a la cuna donde estaban mi niño y mi pequeña, que lloraban con hambre—. Vamos a ver qué podemos hacer.

Tomé primero a mi niño en brazos, acunándolo con ternura. Luego me dirigí hacia mi pequeña, que aún aferraba su muñeca que le encantaba, un pequeño reflejo de ella misma con cabellos rizados y un vestido colorido. Aunque no tenía fuerza en sus manos, no podía dejarla.

Preparé dos biberones con leche tibia y les di uno a cada uno mientras los acunaba suavemente.

—Aquí tienen —dije con una sonrisa—. Un poco de leche para calmar esos estómagos hambrientos.

Mientras los pequeños comenzaban a beber, sentí una oleada de amor y responsabilidad. Miré a mi pequeña, que me miraba con sus grandes ojos curiosos y brillantes, mientras sostenía su muñeca como si fuera su tesoro más preciado.

Afuera, la lluvia seguía cayendo, pero dentro del hogar, el calor del amor familiar envolvía todo. Con cada bocado que tomaban los bebés, el ambiente se llenaba de tranquilidad y ternura.

Sonreí al ver cómo mis hijos se calmaban poco a poco en mis brazos. Era un momento simple pero lleno de significado; esos instantes eran los que hacían que todo valiera la pena.

La lluvia todavía continuaba y las gotas aún golpeaban en los cristales de las ventanas. Me aseguré de dejar a mi pequeño niño y a mi pequeñita cómodamente envueltos en sus mantas, y coloqué la muñeca que tanto le daba seguridad a la pequeña a su lado. Era un gesto simple, pero sabía que eso la reconfortaba.

Con una sonrisa en el rostro, salí de la habitación sintiendo una mezcla de alegría y responsabilidad. El hogar estaba tranquilo, y el suave sonido de la lluvia aún se escuchaba desde las ventanas. Decidí que era el momento perfecto para preparar un desayuno delicioso para Aurora.

Mientras el aroma del café recién hecho llenaba la cocina, me puse a hacer tostadas y un par de huevos revueltos. El sonido del chisporroteo en la sartén era música para mis oídos; amaba esos momentos sencillos en los que podía dedicarme a cuidar de mi familia.

Una vez que todo estuvo listo, subí nuevamente a nuestra habitación. Coloqué el desayuno sobre la mesa con cuidado, asegurándome de que todo estuviera perfecto. Luego me acerqué a Aurora, quien todavía dormía plácidamente.

—Aurora, mi amor —susurré suavemente mientras la acariciaba—. Es hora de despertar.

Ella abrió los ojos lentamente, y al verme sonrió con alegría.

—¡Buenos días, cariño! —exclamó ella, aún un poco adormilada—. ¿Ya has hecho todo esto?

—¡Buenos días, hermosa! —respondí con entusiasmo—. Sí, pensé que sería una buena manera de comenzar el día.

La vi sentarse en la cama mientras le ofrecía una mano para ayudarla a levantarse. Nos abrazamos suavemente, sintiendo el calor del otro mientras los pequeños dormían al fondo.

—Eres increíble —dijo ella con una sonrisa—. No sé qué haría sin ti.

—Solo trato de ayudar, mi vida —respondí modestamente—. El desayuno está listo en la mesa.

El oficial Stanley. Y el criminal de Canterville.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora