cap 39. Stanley descubre que los juguetes cobran vida. parte 2.

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Soy Dominica, y mientras los rayos del sol entraban por la ventana, iluminando suavemente la habitación, me encontraba en un estado de desesperación. Escuché el llanto desesperado de mi pequeña dueña, Molly. Era un sonido desgarrador que atravesaba mi ser de muñeca. “Por favor, que esto sea una pesadilla”, pensé, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de mí.

Sin perder tiempo, me apresuré hacia su cuna. La habitación estaba llena de luz, pero el llanto de Molly hacía que todo se sintiera sombrío. “me has de estar buscando”, me dije a mí misma mientras subía con rapidez. Estaba decidida a consolarla.

Al llegar a su lado, me acomodé con cuidado en sus brazos. “Tranquila, mi amor”, le decía mientras la sostenía firmemente. “Aquí estoy, aquí estoy. No me he ido, mírame”. Sus ojos, llenos de lágrimas, buscaban los míos con ansiedad.

Molly, con solo cuatro meses, comenzó a calmarse al sentirme cerca. Su risa tímida era como música para mí; un sonido que llenaba mis fibras con alegría. La abracé fuerte contra mi pecho de tela y le repetí: “Tranquila, mi amor. No te va a pasar nada”.

En ese instante mágico, su pequeña manita rozó mi rostro y empezó a reír. Fue entonces cuando escuchamos juntas una de las canciones de cuna que solía sonar en su habitación. La melodía suave llenó el aire y rápidamente hizo que sus párpados se volvieran pesados.

Mientras Molly se iba quedando dormida en mis brazos, sentí una profunda satisfacción. La luz del día seguía brillando fuera de la cuna, pero aquí dentro todo era paz y amor. Prometí en silencio que siempre estaría a su lado para protegerla y consolarla.

Yo seguía nadando en mi mundo de sueños, acunada por la calidez del abrazo de mi pequeña dueña, Molly. La canción de cuna que sonaba en el aire se desvaneció cuando yo, con un toque suave, desactivè el pequeño dispositivo que la reproducía. “Es mejor que no te moleste mientras duerme”, pensé con ternura, sintiendo cómo la paz reinaba en la habitación.

Sin embargo, esa tranquilidad se vio interrumpida por una voz burlona. Sofía entró a la cuna con una sonrisa traviesa. “Vaya, vaya, no creas que te has librado de mi, muñeca boba”, dijo con un tono desafiante. “Me parece que eres muy inteligente, pero te voy a quitar de tu puesto. No creas que esto se ha acabado”.

Sentí cómo el aire se volvía tenso al escuchar sus palabras. Mi corazón se aceleró al ver cómo Sofía se acercaba a Molly y decía: “Mira lo que haré con tu dueña”, mientras pellizcaba el delicado piecito de Molly. Contuve el aliento al ver que, sorprendentemente, Molly no lloraba. La frustración de Sofía creció aún más. “¿Por qué demonios no chilla?”

“Porque no llora, mi niña”, le respondí con firmeza. “Ella tiene un problema motor. No tiene sensibilidad ni movilidad en sus piernas. Y ni te atrevas a pellizcarla, porque si lo haces, me veré obligada a decirle a los demás juguetes y a Stanley, su padre”.

Sofía frunció el ceño, llena de rabia. “Pues vamos a ver si es eso”, contestó mientras me levantaba del brazo. Grité: “¡Por favor, suéltame!” Pero ella sólo se reía mientras decía: “No te voy a soltar. Es más, fuera de la cuna”.

Con un movimiento brusco, Sofía me aventó fuera de la cuna. Caí al suelo con un golpe sordo y sentí un dolor agudo recorrer mi cuerpo. A pesar del impacto fuerte y del posible daño interno que pude haber sufrido, lo único que me importaba era Molly.

Los otros juguetes se acercaron preocupados tras escuchar el estruendo. Levanté la mano para tranquilizarlos: “No se preocupen, estoy bien”. Pero en mi interior sabía que no era cierto; un sonido extraño resonó dentro de mí.

Sofía miró despectivamente a los juguetes y me dijo: “Es demasiado tarde para ti. Además, ya me coloqué con ella”, mientras se acomodaba al lado de mi dueña.

El oficial Stanley. Y el criminal de Canterville.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora