"No caigas bajo las alas de seducción de los ángeles de la muerte", se murmuraba por las frías calles de un pequeño pueblo en Rusia.
"No te acerques a los ángeles de la muerte, no si quieres seguir respirando", susurros, tras susurros, todos llenos...
Me cuestionó mentalmente si esto es una buena idea cuando me veo de pie frente al club nocturno, la luces led en rojo y azules hacen que la palabra «Infierno» sea acaparadora de la mayoría de la atención, todo en la infraestructura grita poderío y dominio, la fachada tan siniestra y sofisticada a la vez, tan atrayente, tan llena de seducción y certezas de que una vez entres allí; no harás más que pecar.
Suelto un largo suspiro y me doy ánimos intentando que la la sensación de estar siendo observada se esfume de mi, trago grueso cuando miro hacia el guardia de seguridad que no ha dejado de observarme de manera sospechosa desde que me paré aquí hace ya media hora, juego con mis manos tratando de distraer mi mente en algo más que no sean esas punzantes miradas taladrando mi espalda, volteo una última vez creyendo que encontrare a alguien observándome pero como las veces anteriores no veo a nadie.
Creo que me estoy volviendo loca.
Guardia: ¿Se le ofrece algo, señorita?
Me sobresalto cuando escucho su voz de forma tan repentina, me acerco a él luego de respirar hondo, llegó hasta donde está y no puedo evitar pensar que ese hombre parece un orangután mutado.
Artemisa: Yo...— carraspeo para que mi voz salga más segura— vine por el anuncio en el periódico.
Frunce el ceño y me observa como a un bicho raro, mis mejillas se tiñen de un leve color rosa y creo que sudo frío.
Guardia: ¿Anunció? Creo que esta equivoca...— un teléfono suena interrumpiendo sus palabras, el guardia se pone tenso cuando escucha el tono, saca el teléfono de uno de sus bolsillos traseros y luego de leer algo en él me mira a los ojos con algo que no logro descifrar, su manzana de Adán se mueve al tragar en seco, mira nuevamente su teléfono— Si, el anuncio. Entre, señorita Andersson, la están esperando.
¿Qué?
Artemisa: Disculpe, yo nunca les dije mi nombre.
Ni siquiera sabían que vendría.
El guardia se queda en silencio por varios segundos, mira a los lados y se queda observando un punto fijo por varios segundos que se me hacen eternos, volteo para ver qué es lo que está mirando pero no encuentro nada, miro nuevamente al guardia con una ceja arqueada y este parece haber recompuesto su postura.
Guardia: El pueblo es pequeño, los rumores corren rápido y no es como que un nuevo habitante pase desapercibido— su expresión se torna aún más seria que en un principio— entre, la están esperando.
Me despido del guardia e ingreso al lugar, llegó hasta la barra encontrándome con un chico de apariencia amable detrás de la misma.
Bartender: Buenos días, hermosa.
Me regala una sonrisa antes de acercarse más a la barra, imitó su acción regalándole una pequeña sonrisa amable.
Artemisa: Buenos días, vine por la vacante.
Él asiente con su cabeza, se inclina sobre la barra y me mira detalladamente.
Bartender: ¿Tienes alguna experiencia con el servicio al cliente?— niego con mi cabeza no queriendo mentir, él arquea una de sus cejas y me repara de arriba hacia abajo— me caes bien, el trabajo es tuyo— mi boca se abre ligeramente, mi ceño se frunce y lo miró con una de mis cejas arqueadas— no me mires así, eres hermosa y eso aquí te ayudara bastante.
¿Qué mierda?
[*🩸*]
Apago mi teléfono luego de ver que ya anocheció, en realidad deben ser alrededor de la una de la mañana; Owen, el Bartender, quiso que me quedara para que me familiarizará con el ambiente, lo ayude a servir algunos tragos simples mientras él me explicaba todo con detalle.
Camino por las calles del pueblo no queriendo llegar a la universidad, miro el bosque y algo me dice que entre, mis piernas le hacen caso a la voz en mi cabeza que me pide entrar, caminó por la inmensidad del bosque iluminado únicamente por la luz de la luna, escuchó las hojas siendo azotadas por la fría brisa, los pájaros saliendo de sus nidos cuando escuchan mis pasos sobre las hojas secas, los minutos pasan y cuando me doy cuenta me encuentro perdida en algún punto del bosque, trato de orientarme para salir, sigo caminando buscando la salida pero mis pasos se detienen de forma abrupta cuando escuchó quejidos, mis ojos se abren como platos mientras mi piel se eriza cuando mis oídos logran captar gritos agónicos, a mi nariz llega un horrible olor a carne quemada y guiada por la curiosidad persigo esa pequeña llama de fuego a la distancia.
Mis pasos son sigilosos, trato de hacer el menor ruido posible mientras me acerco a donde provienen los gritos y el fuego, el olor se hace aún más insoportable mientras más me acerco, arrugo mi nariz conteniendo las arcadas, me escondo detrás de un árbol y miró al frente topándome con una escena que me deja estupefacta.
Seis hombres se encuentran calcinando a alguien.
Clavo mis uñas en el árbol cuando enfoco mi vista en las llamas que abrazan el cuerpo de una persona que al parecer sigue con vida, siento que el mundo cae a mis pies cuando logro divisar la cabeza de dicha persona salir de entre las llamas gritando por ayuda.
Es el profesor calvo que me echó de su clase esta mañana.
Contengo la respiración cuando veo como uno de ellos barre su mirada muy cerca de donde estoy, me quedo inmóvil en mi lugar cuando divisó como los demás lo observan con confusión.
Desconocido 1: ¿Qué ocurre? ¿Acaso ya enloqueciste?
Pregunta en un tono divertido pero quien busca algo con su mirada no comparte la misma energía, saca el cigarro de su boca y con un gesto despreocupado expulsa el humo sobre el rostro del desconocido 1.
Desconocido 2: La pregunta está de más— suelta con aburrimiento antes de mirarlo fijamente, lleva el cigarro nuevamente a sus labios antes de decir— escuche algo moviéndose por allá.
Señala en mi dirección y no sé si correr o quedarme quieta aquí a esperar a que vengan por mí y me maten.
Desconocido 3: Ha de ser sólo un conejo, tranquilo— su tono de voz es sombrío y autoritario, su mirada se posa en el árbol en el que estoy escondida y dejó de respirar cuando siento sus ojos traspasar el tronco del árbol para estamparse sobre mi, sus fríos ojos grises no se apartan de mi posición mientras dice de forma lenta y oscura— lo cazaremos y será nuestra mascota, siempre quise un conejo.
Respirar se me hace difícil aún cuando sus miradas ya no están puestas en mi posición, las sonrisas que cubren los rostros de esos hombres causan que mi piel se erice, las llamas se encargan de volver cenizas el cuerpo del profesor calvo y una rara satisfacción me golpea cuando divisó que ya no se mueve, que ya su cuerpo se redujo a nada más que cenizas.
Justo como Viggo.
Nota de la autora:
Inserten aquí sus gritos de perra loca: AHAHHAHAHAHHAHAHHAH.
Vuelvo y pregunto, ¿Teorías?
Admito que me está encantando esto.
Voten y comenten para más, (pronto les dejaré un spoiler en insta)
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