Capítulo 56: Declaraciones y Desafíos

405 31 0
                                    

SOFÍA

Llegamos a la casa de Sebastián, y mi mente ya estaba llena de ideas para lo que iba a cocinarle. Quería demostrarle que, aunque estaba acostumbrado al lujo y a la perfección de todo lo que lo rodeaba, yo también podía sorprenderlo con algo especial.

—Voy a la cocina, voy a prepararte algo delicioso —dije mientras caminaba hacia allí con determinación.

Pero apenas había dado unos pasos cuando sentí su mano en mi brazo, deteniéndome.

—Ni lo pienses, Sofía —dijo, con una sonrisa ladeada que solo aumentó mi frustración.

—¿Qué? —pregunté, girándome para mirarlo.

—No te quiero ver cocinando. Para eso tengo trabajadoras que se encargan de todo.

—Pero quiero hacerlo yo —insistí, cruzándome de brazos.

—No, no y no. Ni se te ocurra —respondió, poniéndose directamente en mi camino.

Intenté esquivarlo, pero cada vez que lo hacía, él simplemente se movía para bloquearme, como si fuera un muro humano.

—Sebastián, te dije que iba a cocinarte. ¿Por qué no puedes simplemente aceptarlo?

—Porque no quiero que cocines, Sofía. Eres mi invitada, y no voy a permitirlo.

Mi frustración creció al ver su sonrisa triunfante. Intenté pasar de nuevo, pero esta vez, antes de que pudiera dar un paso más, me levantó en el aire como si no pesara nada.

—¡Sebastián! ¡Bájame ahora mismo! —protesté, golpeando ligeramente su pecho.

—Ni lo sueñes, pequeña. Te voy a mantener lejos de esa cocina.

Con esas palabras, me llevó lejos de la cocina, ignorando mis protestas y risas frustradas. Finalmente, me dejó sobre uno de los asientos del bar, asegurándose de que no tuviera oportunidad de escaparme.

—Aquí estás mucho mejor —dijo mientras se movía detrás de la barra para prepararse una bebida.

Lo observé en silencio, todavía molesta pero también un poco divertida por lo determinado que estaba en mantenerme lejos de la cocina. Cuando terminó de prepararse su trago, me ofreció un vaso con una sonrisa.

—¿Quieres uno?

Sacudí la cabeza rápidamente.

—No puedo tomar. Me pongo mal.

Él levantó una ceja, claramente intrigado por mi respuesta.

—¿Cómo que te pones mal? Vamos, Sofía, solo es un trago.

—No, Sebastián, en serio. Cuando bebo, no me reconozco. Puedo amanecer desnuda... o peor.

Él se rió, esa risa profunda que siempre lograba ponerme nerviosa.

—Eso de amanecer desnuda me gusta mucho —dijo, pasándome el vaso.

Lo miré fijamente, intentando mantener mi expresión seria, pero finalmente cedí y tomé el vaso. ¿Qué tan mal podía salir un solo trago?

Mientras bebía lentamente, Sebastián se disculpó.

—Tengo que avisarle a mi asistente que estaré fuera estos días. No me tardo.

Asentí, observándolo mientras salía de la sala. Pero apenas desapareció por la puerta, otra figura apareció. Era Javier, y su expresión estaba cargada de furia y frustración.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, su tono ya lleno de reproches.

Rodé los ojos, dejando el vaso sobre el bar antes de cruzarme de brazos.

—¿Qué parece que estoy haciendo, Javier? Estoy pasando tiempo con tu padre.

—Esto tiene que terminar, Sofía. No sé qué crees que vas a ganar con esto, pero no lo voy a permitir.

—¿Permitir qué? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia él con una sonrisa irónica—. ¿Qué esté con tu padre? Porque te aviso que eso no es algo que puedas controlar.

—Mi padre nunca se casará contigo. Jamás.

Sonreí con calma, disfrutando de la oportunidad de devolverle parte del dolor que me había causado.

—¿No? Pues prepárate, porque lo hará. Y cuando lo haga, voy a asegurarme de quitarte todo. Empezando con esta casa.

Su rostro se llenó de incredulidad y enojo.

—¿Esto es alguna clase de venganza? —preguntó, dando un paso más cerca de mí.

—¿Qué crees tú? —respondí, mi tono frío y calculador—. ¿De verdad pensabas que iba a quedarme tranquila después de que me humillaste frente a toda la universidad? Claro que no, Javier. Esto es mi venganza, y voy a asegurarme de que lo sientas en cada parte de tu vida.

Su expresión cambió, y por un momento, parecía perdido, como si apenas empezara a entender la magnitud de lo que estaba pasando.

—Sofía, esto no es un juego.

—No, no lo es. Pero lo que sí es seguro, Javier, es que tú ya perdiste.

Justo cuando terminé de hablar, la puerta se abrió, y Sebastián volvió a entrar. Su mirada pasó de Javier a mí, claramente sintiendo la tensión en la sala.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, su tono autoritario.

Sonreí ligeramente, recogiendo mi vaso mientras miraba a Javier.

—Nada importante, cariño. Solo poniéndome al día con tu hijo.

Javier soltó un bufido antes de girarse hacia Sebastián.

—Esto no va a terminar bien, papá. Acuérdate de mis palabras.

Sin esperar respuesta, salió de la sala, dejando a Sebastián y a mí en silencio.

Él me miró, levantando una ceja.

—¿Qué fue eso?

—Nada que no pueda manejar —respondí con una sonrisa, tomando un sorbo de mi bebida.

Javier podía intentar todo lo que quisiera, pero esta vez, yo tenía el control.

Llámame DaddyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora