Capítulo 41: Confusión y Deseos

520 41 0
                                    

SOFÍA

Desperté con la luz del amanecer entrando tímidamente por las cortinas. Por un momento, no supe dónde estaba. Luego, sentí el calor reconfortante de las sábanas de seda y el aroma a madera y whisky que llenaba la habitación. Sebastián.

Todo volvió a mí de golpe: la intensidad de la noche pasada, las emociones desenfrenadas, y cómo había cruzado una línea que jamás pensé que cruzaría.

Me giré lentamente en la cama, esperando verlo, pero la otra mitad estaba vacía. Las sábanas todavía estaban tibias, lo que significaba que no hacía mucho que se había levantado. Me incorporé, sintiendo un leve dolor en mi cuerpo que me recordó lo que habíamos compartido. Aunque era extraño, no me arrepentía. Lo quería a él. Lo quería todo.

Alcancé mi ropa dispersa por el suelo y comencé a vestirme con movimientos lentos. Mi mente estaba llena de pensamientos contradictorios. ¿Qué significaba esto para nosotros? ¿Había cambiado algo realmente o simplemente había sido un momento pasajero para él?

Mientras abotonaba mi blusa, la puerta se abrió y apareció Sebastián. Llevaba una camisa blanca ligeramente desabotonada y su cabello estaba desordenado, como si tampoco hubiera dormido bien. En su mano sostenía una taza de café, que me ofreció mientras se acercaba.

—Buenos días —dijo, con una leve sonrisa que parecía ocultar más de lo que mostraba.

—Buenos días —respondí, tomando la taza con cuidado. El aroma fuerte del café llenó mis sentidos mientras lo miraba, intentando descifrar sus pensamientos.

Sebastián se sentó al borde de la cama, mirándome en silencio por un momento antes de hablar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, su tono bajo y cargado de preocupación.

—Bien —respondí, aunque mi voz sonó más suave de lo que esperaba. Aclaré mi garganta y continué—. Estoy bien.

Él asintió lentamente, pero podía ver que todavía había algo rondando en su mente.

—Sofía... sobre anoche... —comenzó, pero lo interrumpí antes de que pudiera continuar.

—No me arrepiento, Sebastián. No lo hago.

Mis palabras parecieron sorprenderlo, pero también lo relajaron un poco.

—Me alegra escuchar eso —dijo, sus ojos oscuros encontrándose con los míos—. Pero eso no significa que no me preocupe por ti, por cómo te sientes después de todo.

—Ya me dijiste lo que piensas, y entiendo tus dudas. Pero no quiero que sigas sintiéndote culpable. Yo tomé esta decisión, Sebastián. Yo te elegí.

Su mirada se suavizó, y por un momento, el peso en sus hombros pareció aligerarse.

—Eres increíblemente valiente, ¿lo sabías? —dijo, dejando escapar una leve risa mientras pasaba una mano por su cabello.

—No soy valiente. Solo sé lo que quiero.

Su sonrisa se desvaneció un poco, y pude ver el conflicto todavía presente en sus ojos. Había algo más que no estaba diciendo, algo que lo retenía. Antes de que pudiera preguntarle, habló.

—Santi te llevará a casa temprano. Así tendrás tiempo para prepararte para tus clases.

Asentí, aunque una parte de mí deseaba quedarme más tiempo, entender lo que realmente estaba pasando por su mente.

El viaje de regreso

Santi estaba esperándome en la entrada, como Sebastián había prometido. Cuando me subí al auto, el silencio era cómodo, pero mi mente seguía trabajando. Pensaba en cómo el día anterior había comenzado como cualquier otro y había terminado en algo que cambiaría mi vida para siempre.

—¿Todo bien, señorita Mendoza? —preguntó Santi, rompiendo el silencio.

—Sí, estoy bien. Solo... pensando —respondí, sin mirarlo directamente.

—Es natural después de una noche como la que tuvo.

Sus palabras me tomaron por sorpresa, y lo miré de reojo, tratando de descifrar si sabía más de lo que debería. Pero su expresión era neutral, como siempre.

—¿Sebastián te dijo algo? —pregunté finalmente, no pudiendo evitarlo.

—El señor Salazar rara vez necesita decirme algo. Es evidente cuando algo importante está pasando en su vida.

Me quedé en silencio después de eso, mirando por la ventana mientras el paisaje pasaba rápidamente. ¿Qué tan importante era yo para él? Esa era la pregunta que seguía rondando en mi mente.

En casa

Cuando finalmente llegué a mi apartamento, me sentí extrañamente vacía. La calidez de la casa de Sebastián contrastaba con el silencio frío de mi hogar. Dejé mis cosas en la mesa y me dejé caer en el sofá, dejando que los pensamientos me inundaran.

Sabía que lo que sentía por Sebastián no era pasajero. Lo había elegido porque lo quería, porque me hacía sentir viva de una manera que nadie más había hecho antes. Pero también sabía que esto no sería fácil.

Él estaba lleno de dudas, y yo tendría que demostrarle que lo nuestro podía funcionar.

Encendí la cafetera y me preparé una taza, recordando el café que él me había dado esa mañana. Mientras sorbía el líquido caliente, mi mente comenzó a trazar un plan. Tenía que encontrar una manera de acercarme más a Sebastián, de romper esas barreras que todavía lo retenían.

Porque, pase lo que pase, no estaba dispuesta a dejarlo ir.

Llámame DaddyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora