SOFÍA
Me encantaba verlo así, perderse completamente en lo que éramos, en lo que sentíamos. En esos momentos, Sebastián no era el hombre calculador y siempre bajo control que todos conocían. Era mío, completamente mío, y esa idea me volvía loca.
Su ritmo seguía, profundo, constante, y con cada movimiento me arrancaba un gemido que resonaba en el salón. Ni siquiera intenté contenerme; no podía, no quería.
—Daddy... más fuerte... —jadeé, inclinándome hacia él mientras sus manos se aferraban a mi cintura.
—Pequeña... —gruñó contra mi cuello—. Sabes lo que me haces cada vez que me llamas así, ¿verdad?
—Claro que sí... —respondí con una sonrisa entrecortada, mientras mis uñas arañaban su espalda a través de su camisa abierta—. Y me encanta.
Sebastián rio suavemente, pero su risa pronto se transformó en un gemido profundo cuando moví mis caderas, encontrando el ángulo perfecto para sentirlo más.
—Eres un peligro, Sofía. Un maldito peligro... —murmuró, inclinándose para besarme con hambre, como si nunca fuera suficiente.
El ritmo se intensificó, y sentí la mesa debajo de nosotros crujir, como si protestara por el peso de nuestra pasión.
—Sebastián... —gemí, aferrándome a sus hombros mientras el placer construía una presión insoportable dentro de mí—. Estoy... estoy a punto de venirme.
Él levantó la cabeza, sus ojos ardientes encontrándose con los míos.
—Hazlo, Sofía. Córrete para mí... quiero sentir cómo me aprietas. Me vuelves loco cuando lo haces.
Sus palabras fueron el empujón final. Con un grito desgarrado, me rendí completamente a la sensación, mi cuerpo temblando mientras el placer explotaba en oleadas intensas.
—Joder... —murmuró Sebastián, acelerando aún más mientras buscaba su propio alivio.
Lo sentí tensarse, y luego un gemido profundo escapó de sus labios cuando se derramó dentro de mí, aferrándose a mi cuerpo como si no quisiera soltarme nunca.
Quedamos allí, jadeando, enredados y cubiertos de sudor. Sus manos acariciaron mi espalda suavemente mientras recuperábamos el aliento.
—Eres increíble... —murmuró finalmente, dejando un beso en mi frente.
Sonreí, todavía tratando de estabilizar mi respiración.
—Y tú me vuelves loca... —susurré, recostándome contra su pecho.
Con cuidado, Sebastián me ayudó a bajar de la mesa, asegurándose de que mis piernas no flaquearan. Me arreglé el vestido mientras él recogía su chaqueta y revisaba su camisa antes de sacar una libreta y una pluma de su bolsillo.
—¿Qué haces? —pregunté, mirándolo escribir algo rápidamente.
—Pagar los daños. Esto no fue barato, Sofía. —Se giró hacia mí con una sonrisa traviesa—. Pero valió cada centavo.
Sonreí, observando cómo doblaba el cheque y lo guardaba en su chaqueta antes de tomar mi mano. Caminamos hacia la puerta del salón, y cuando pasamos junto al camarero, este evitó nuestra mirada como si no quisiera que notáramos su incomodidad.
Sebastián le entregó el cheque con calma.
—Esto cubrirá la comida y los daños. Lo que sobre, es para ti. Y aquí no pasó nada, ¿entendido?
El camarero miró el cheque, y sus ojos se abrieron de par en par antes de asentir rápidamente.
—Entendido, señor. Gracias.
Sebastián me guió hacia el auto en silencio, pero podía sentir su tensión. No dijo una palabra mientras subíamos, y cuando nos acomodamos en el asiento trasero, mantuvo la vista hacia adelante.
—¿Estás enojado conmigo? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
—¿Qué crees tú? —respondió, su tono neutral pero con un destello de reproche.
—Creo que sí... porque no me has dicho nada. Hice algo mal, Sebastián. Lo siento si te molesté.
Él suspiró y finalmente giró su rostro hacia mí.
—Siempre haces cosas malas, Sofía —dijo, aunque había un rastro de diversión en su tono.
Bajé la mirada, sintiendo que tal vez había llevado las cosas demasiado lejos.
—Lamento lo que hice, Sebastián. Y lamento que tuvieras que pagar por todo eso...
Su mano se movió hacia mi barbilla, levantando mi rostro hasta que nuestros ojos se encontraron.
—Pequeña, nunca te disculpes por lo que hacemos juntos. No conmigo. No por algo que ambos quisimos.
—Pero... —comencé a decir, pero él negó con la cabeza.
—No estoy enojado contigo, Sofía. Nunca podría estarlo. Solo me tienes loco... completamente loco por ti. Tanto que no me importaría gastar cada centavo que tengo si eso significa tener momentos así contigo.
Mi sonrisa volvió lentamente, iluminando mi rostro.
—¿De verdad? Porque... quiero repetirlo.
—Maldición, Sofía... respeta a Santi, ¿quieres? O vas a destruir la buena impresión que tiene de ti como la "niña buena".
Ambos reímos, y supe que, al final, todo estaba bien entre nosotros. Él me amaba, y yo lo amaba. Y en ese momento, nada más importaba.

ESTÁS LEYENDO
Llámame Daddy
RomansaDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...