SOFÍA
Cada minuto que pasaba sin él era un recordatorio constante de lo equivocada que estaba. Pero no podía volver atrás, o al menos eso intentaba decirme.
Justo cuando me senté para tomar un vaso de agua, escuché un golpe en la puerta. Al principio pensé que era el servicio de limpieza, pero el sonido fue más firme, más insistente. Me levanté, ajusté mi ropa y abrí la puerta.
Ahí estaba él, Sebastián, con el rostro marcado por una mezcla de desesperación y determinación.
—Sebastián... ¿qué haces aquí? —pregunté, tratando de sonar firme, pero mi voz salió débil, temblorosa.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso hacia mí, su mirada fija en mis ojos.
—¿Qué crees que hago aquí, Sofía? Estoy aquí porque no voy a permitir que te alejes de mí así, sin más.
Intenté responder, pero no me dejó.
—No quiero excusas, Sofía. No quiero razones sin sentido. Estoy aquí porque te amo, porque no puedo imaginar mi vida sin ti, y porque no voy a dejar que te lleves a mi hijo lejos de mí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escucharlo, pero me negué a dejarlas caer.
—Sebastián, yo...
—No, Sofía. Escúchame. Dijiste que no querías desilusionarme, que no querías que te pusiera en una posición en la que tuvieras que elegir entre nuestro hijo o yo. Pero ¿cómo pudiste pensar que te pediría algo así? ¿En qué momento creíste que no iba a querer ser parte de esto, parte de ustedes?
—Tuve miedo...
—¿Miedo de qué? —preguntó, su voz llena de incredulidad y dolor.
—De que no quisieras. De que me dejaras sola en esto.
Él respiró hondo, cerrando los ojos por un momento antes de volver a mirarme.
—Pequeña, no solo quiero ser parte de esto, quiero ser el padre que mi hijo necesita. Quiero estar contigo en cada paso del camino, en cada consulta, en cada noche sin dormir cuando nazca. Quiero todo eso, Sofía, contigo.
Mis lágrimas finalmente cayeron, y esta vez no intenté detenerlas.
—¿De verdad? —pregunté, mi voz rota.
Él asintió, acercándose más a mí.
—Te amo, Sofía. Y ya amo a nuestro hijo. Por favor, no me apartes de ustedes.
Me lancé a sus brazos, aferrándome a él como si mi vida dependiera de ello. Sentí cómo sus brazos me envolvían, fuertes y protectores, y supe que no había lugar más seguro en el mundo.
—Lo siento tanto, Sebastián. Debería habértelo dicho desde el principio.
—Ya no importa, pequeña. Solo importa que estás aquí conmigo ahora.
Nos quedamos así por lo que pareció una eternidad, hasta que él se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos.
—¿Nos vamos a casa? —preguntó, con una pequeña sonrisa en los labios.
Asentí, sintiendo cómo mi corazón se llenaba de esperanza por primera vez en semanas.
—Sí, vamos a casa.
————
Cuando llegamos, todo estaba en silencio. Santi nos dio un pequeño gesto antes de retirarse también. Entramos y Sebastián me llevó directamente a la sala. Me senté en el sofá mientras él iba a buscar algo de beber.
—Toma —dijo, entregándome un vaso de agua.
—Gracias.
Se sentó a mi lado, tomando mi mano en la suya.
—Quiero que sepas que voy a estar aquí para ti en cada paso. Si necesitas algo, cualquier cosa, solo dilo.
—Sebastián...
—No, pequeña. Quiero que lo escuches. Quiero que entiendas que esto no es solo tuyo. Es nuestro. Este bebé es nuestra responsabilidad, nuestro regalo.
Sonreí, sintiendo cómo la calidez de sus palabras me envolvía.
—Lo entiendo, Sebastián. Y prometo que no voy a alejarme otra vez.
—Mejor no lo hagas, porque no voy a dejarte ir de nuevo.
Nos quedamos así, hablando del futuro, de cómo sería nuestra vida con el bebé. Por primera vez en semanas, me sentí verdaderamente en paz.
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Llámame Daddy
RomansaDespués de ser humillada públicamente por Javier, el chico más popular de la universidad, quien divulga una foto comprometida de ella, Sofía decide desquitarse de la manera más atrevida posible. Atrapada entre la burla y el desprecio, transforma su...