15

145 30 2
                                    

Parte 1

—La prueba de ADN ha confirmado que el niño encontrado la noche del tres de noviembre es su hijo, señores Keerati.

Kewalin comenzó a sollozar sin control alguno en ese momento, sintiendo mil emociones que no podía explicar bien. Alivio. Dolor. Alegría. Sufrimiento.

Plai también se puso a llorar en silencio, abrazando a su esposa, que se apoyó en su marido para poder sostenerse.

—La policía insiste en hablar con él —prosiguió el doctor—, pero Kuea... Debemos hacerle exámenes, su hijo no da señales de hablar o escuchar lo que le decimos.

Ambos se congelaron por lo que dijo el doctor, mirándose en shock porque lo que estaba diciendo el doctor, eso último...

—Pero... pero Kuea... —balbuceó Plai—, él podía hablar...

El doctor hizo una pequeña pausa, arrugando sus cejas. Podía observar la confusión en su mirada, y ambos padres no sabían cómo reaccionar ante la noticia que escuchaban.

—Cuando terminen de ver al muchacho, hablaremos sobre ello —dijo con voz profunda.

Los padres asintieron, sus estómagos apretándose en el momento en que el hombre abrió la puerta donde estaba el niño que encontraron.

El cuarto era blanco, limpio, impecable, la ventana dando hacia el patio interior de la clínica donde estaba interno el niño. Una enfermera los recibió con una sonrisa suave, haciéndose a un lado, y sobre la cama...

Kewalin rompió a llorar una vez más, en tanto Plai sentía su garganta apretada.

El niño estaba delgado, casi desnutrido, podía notarse en los brazos que se asomaban por el camisón. Por otro lado, su cabello caía largo y desordenado alrededor de su cara, enmarcando una carita infantil de mejillas huesudas y labios resecos. Su piel se veía pálida y enfermiza, sin vida alguna. Pero sus ojos...

Sus ojos estaban vacíos, sin demostrar expresión en su rostro, posados en la pared y ajeno a todo el mundo. Su boca permanecía fuertemente cerrada.

—Ha comido —susurró la enfermera—, no ha cambiado su mirada, pero cuando le di el postre, pareció animarse un poquito más.

—Kuea... —susurró Kewalin, dando un paso—. Kuku, soy yo, soy mami...

Kuea no reaccionó, pero cuando la mujer lo agarró del brazo, pareció actuar: tembló sin control, sobresaltándose, y salió de la cama con rapidez, con sus ojos abiertos y llenos de terror. Antes de que alguien pudiera decir algo, el niño se metió bajo la cama.

Kewalin estaba congelada, sorprendida, y Plai se movió a sostenerla al ver que se pondría a llorar otra vez.

—No le gusta que desconocidos lo toquen —explicó el doctor con rapidez.

—¡No soy una desconocida! —gritó Kewalin, destrozada—. ¡Soy su... su mamá! ¡Es mi bebé!

Kewalin se arrodilló para sacar a Kuea de debajo de la cama, quedándose quieta cuando lo vio hecho una bolita, apegado en la esquina, con un charco de orina a su alrededor. Estaba llorando sin hacer ruido alguno, sus manos moviéndose sin control, como si... como si...

Plai tuvo que sacarla de allí a la fuerza, el doctor diciéndoles que era lo mejor, pero Kewalin nunca pudo sacarse esa imagen de la cabeza: su pequeño Kuea parecía estar pidiendo perdón.

Perdón como si hubiera cometido un terrible, horrible crimen que merecía un castigo.

💙🧡

MUÑEQUITO DE PORCELANA [LIANKUEA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora