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Parte 1

Kuea llevaba un mes en su hogar cuando lo llevaron con Tul.

Al niño no le gustaba mucho salir, prefería quedarse dentro de la gran casa y jugar solo, ver televisión o simplemente colorear sus libros de dibujos. Además, cada tarde, le iba a ver una profesora de educación primaria particular junto a una psicopedagoga que le enseñaban a leer, escribir, sumar y restar. Ellas hacían pocas preguntas, pero le eran de gran ayuda para enseñarle lo que tuvo que aprender años atrás.

Sin embargo, sus padres sabían que iba siendo momento de que Kuea comenzara a salir de a poco; si bien querían cuidarle, no deseaban tampoco tenerle encerrado todo el tiempo, pues a fin de cuentas, eso no sería tener una vida normal, que era lo que tanto deseaban para su hijo.

Al inicio estuvo reacio a salir con ellos, escondiéndose en los armarios o bajo las camas para que no lo sacaran de casa. Sin embargo, ambos fueron pacientes, diciéndole que irían en el auto, que estaría con ellos en todo momento, que no le iban a dejar solo.

Eso era lo más importante: no le dejarían sin compañía alguna en ningún instante.

Luego de varios días, lograron convencerlo de acompañarlo al exterior: prácticamente corrió hacia el interior del auto, haciendo que su mamá se sentara a su lado, y se abrazó a ella, enterrando su rostro contra su costado, negándose a soltarla. Fue así también cuando caminaron hacia la oficina de Tul, apenas despegándose de la mujer, y cuando el psicólogo apareció, se ocultó detrás de ella a cada segundo.

—Hola —se presentó Tul en lenguaje de señas, sonriéndole al niño con suavidad—, me llamo Tul y soy un doctor.

Kuea no se asomó, con sus manos aferrándose al suéter de su mamá.

Pero todos fueron pacientes allí, dejando que el chico se tomara su tiempo.

—¿Te gustan los caramelos? —preguntó Tul—. Tu papá me ha dicho que te encantan. Tengo una paletita para ti —agregó Tul, sentándose en un puff y sacando el dulce—. ¿Lo quieres?

Entonces, Kuea asomó su cabeza, con sus ojos nerviosos moviéndose por el rostro de Tul hasta detenerse en el caramelo. Mordió su labio inferior, soltando su agarre de Kewalin, pero sin alejarse. La mujer dio un paso en dirección al psicólogo, lo que impulsó a Kuea a seguirla, y se sentó en las piernas de la mujer cuando recibió la paleta, con su cuerpo en tensión y su mirada negándose a posarse en Tul.

Pero ya era un gran avance. Ya era un enorme paso.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Tul pausadamente.

Kuea se llevó el caramelo a la boca, mirando unos segundos a Tul, antes de hablar de forma recelosa:

—Muñequito —dijo—, pero papá y mamá me llaman Kuea.

Kewalin le agarró la mano a Plai, sintiendo su garganta apretada, en tanto su esposo bajaba la vista con dolor.

Sin embargo, Tul mantuvo su rostro tranquilo y la sonrisa dulce no desapareció.

—Pero ¿cuál te gusta más a ti? —preguntó—. ¡Kuea suena mucho mejor, ¿no lo crees?!

El niño se quedó pensativo otro momento, su expresión relajándose al ver que seguía en los brazos de esa bonita mujer que le iba a arropar todas las noches, le leía un cuento y le besaba la frente sin dobles intenciones, llenándole de abrazos y cariño. Ella decía ser mamá, y Muñequito estaba feliz de eso, aunque no entendía bien qué significa eso. O qué significaba papá.

MUÑEQUITO DE PORCELANA [LIANKUEA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora