Importancia

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Cuando tenía nueve años.

Cuando apenas comenzaba ese transcurso nuevo de la verdadera tragedia que aún estaba en los cimientos del recuerdo de una familia unida y feliz. Aunque bueno en ese entonces no me importaba del todo el hecho de esperar algo bueno, tan solo me mantenía alerta cada vez que escuchaba el crujir de una grieta que me costó volver a unir la primera vez. Mis padres discutiendo.

Intentaba unirlos, daba todo de mí para que esa fisura no se hiciera más grande y terminara por disolverse por completo. No me di cuenta de que lo único que estaba provocando era la descomposición absoluta de una familia que dejó de amarse desde hace mucho tiempo.

Para cuando caí en la cuenta de aquello, mi mamá ya nos había abandonado y papá estaba sumido en sus propios pensamientos deprimentes y pesimistas. No lo entendía.

Nunca me ha gustado esa sensación de rencor hacia una persona, odiaba el simple hecho de sentir un terrible remordimiento al no poder hablarle, y como parte extra, el sentir tristeza al evocar recuerdos vividos. Me hacía sentir presionado. Esa fue una de las razones por las que una tarde fría decidí abrir y rememorar un recuerdo bonito con mi madre. Lo logré, sonreí al recordarlo, incluso sentí esos pequeños pinchacitos en los ojos a causa de las lágrimas reprimidas, pero sonreí y lo guarde con mucho amor. Para que cada vez que me sintiera caer en la detestable red del odio; recordara y resista.

Mi mamá solía entrar a mi habitación de vez en cuando, no es como si aún mantuviera una imagen viva de su rostro, pero si podía revivir la leve sonrisa que lograba ofrecerme aquellas noches de fuerte lluvia y estruendosos relámpagos a cada minuto. Incluso se puede decir que aun recordaba como su trenza mediana con aspecto de simpleza —en realidad era una trenza muy compleja—, caía por sobre su hombro con delicadeza. Aun podía sentir como sus manos tibias con aroma a menta rozaban mis mejillas para luego dirigirse al edredón y subirla hasta tapar por completo mi cuello. Yo sonreía, a pesar de sentir que en cualquier momento desaparecería, lo hacía, y ella me abrazaba.

Ahora que lo pienso, era extraño.

No había noche en que no lo hiciera, era como si de alguna forma, al ofrecerme esos pequeños gestos se sintiera en paz consigo misma. Tal vez pensaba que al hacerme saber que me amaba podría aligerar su absurda partida. Pero créanme, no lo hizo en absoluto.

Amaba a mi madre.

Incluso cuando papá me grito que ella nos había abandonado, la seguía amando. Aunque bueno, ya no podía decir que sentía lo mismo ahora, puede que algún tipo de afecto a cada uno de los recuerdos provenientes de ella. Pero tan solo eso, ya no la extrañaba.

O al menos de eso quería convencerme.

El problema se derivaba en el hecho de haberme sentido tan abandonado aquellos años viviendo bajo la tutela única de mi padre. No terminé de odiarla, pero esos sentimientos de soledad parecieron quedarse conmigo. No fueron capaces de soltarme aunque tampoco es como si yo hubiera puesto alguna especie de defensa contra ellos.

Se afianzaron tanto a mí como para olvidar las sensaciones que traía el verdadero cariño y también como para olvidar como se entregaba amor. Olvidé por completo sentirme dependiente de alguien —aunque por una parte eso era bueno—, lo que me molestaba era que a pesar de todo aun mantuve esa dolorosa manía de aferrar a las personas a mí. De alguna forma hacerlas dependientes de mi persona.

Amigos con DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora