Intenta confiar

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—Intenta confiar

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*_LEVI_*

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Como siempre, mi casa pretendía hacerme sentir como la persona más solitaria habida y por haber en el mundo. No me estaba quejando, claro que no. Es solo que por alguna —estúpida—  y extraña razón ver el panorama tan frío del que por años fue mi casa, ya no era lo mismo. Ya no se sentía igual.

Y me enojaba el simple hecho de pensarlo y sentirlo.

Por favor, no podía ser que en menos de un chasquido de dedos ya estuviera extrañando el ir y venir de ese mocoso sonriente. No tenía sentido, sonaba tan patético y…y muy cursi. Joder. Alguien, quien sea deme una bofetada para hacerme entrar en razón. Por Dios.

Me dirigí a la salita de estar mientras me sacaba el abrigo que cierto niño inmaduro me obligó a ponerme; puede que haya puesto suficiente resistencia por unos cuantos minutos—por no decir segundos— pero al final ya harto de su parloteo, accedí. Bueno, aunque muy en el fondo la verdadera razón estaba detallado en cuatro malditas palabras: No podía decirle no. Al menos no a esa expresión de “Póntelo o te enfermarás y eso me preocupará más de lo que crees”, que niño tan problemático.

Solté una risita fuera de toda gracia y me dejé caer pesadamente sobre el sofá. No entendía nada, mucho menos a ese idiota, ni siquiera a mí mismo y a mis nuevos y bien estrenados sentimientos; prácticamente para mi toda esta mierda era un misterio.

Un misterio ridículo, caótico y lindo de alguna forma. No lo negaba, al menos no en el interior de mi mente porque dejar salir algo así frente a alguien, en especial frente a ese mocoso, terminaría como uno de los tipos más tdundere en la faz de la tierra….y no. Nadie debía saberlo por esa misma razón y por muchas otras. Punto.

No supe cuánto tiempo estuve sentado mirando a la nada, pero cuando por fin terminé de hablar con mi yo interno— sí, ese yo interno que me hizo desear matar a alguien en más de una ocasión—, me topé con la pantalla de mi celular brillando tras la tela del bolsillo de mi pantalón. Suspiré exasperado y —aunque lo quería negar— con una especie de ansiedad-nerviosa-atontada-perturbadora-fuerte-estúpida… ¡Estúpida, patética, absurda! Mierda, mierda, mierda ¡Contesta Levi Ackerman, por el amor de Dios!

Agarré el aparato y mi mirada enseguida se posó en los numeritos brillantes de quien llamaba. Ah, qué bien. No era Eren, que bien. ¡Oh, pero que bien¡

— ¡¿Diga?! —el grito salió casi sin intención. Bueno, casi.

—Hola Levi—me saludó una voz femenina al otro lado de la línea, no le faltó la alegría, claro— ¿Cómo has estado?

—Bien, como siempre—el número en un principio había sido de un desconocido, así que supuse que usó el celular  de Henry, pero si hubiera sabido que era mi madre, lo más probable es que no la hubiera contestado. No por malo, solo por la única razón de así poder evadir el fin de toda conversación con ella. Nunca terminaba bien.

—Lamento no haber podido llamar últimamente, pero se me ha complicado un poco las cosas por aquí.

—No importa. Entiendo.

Escuché como soltaba una risita apesadumbrada— ¿Y…como llevas las cosas por allá? ¿Nada nuevo que quieras contarme?

—Hum…No, no creo.

Amigos con DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora