veintiocho

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Harry se tambaleó al dar un saltito a su izquierda e intentar esquivar otra mariposa muerta. El terreno estaba cubierto de ellas. Encontraron la primera junto a un banco en el Tonbridge Castle. Intentaron ignorarla pero fue imposible, pues a medida que avanzaban entre hiedra húmeda y ramas caídas los diminutos cadáveres se hicieron más presentes. Era una masacre. Al mirar hacia abajo les picaban los ojos. Harry no quería mirar pero tampoco quería ser cruel con ellas y pisarlas, ni siquiera cuando ya no podían sentir nada. Ahora ese era su lecho de muerte. Debía dejarlas restar en paz. Ellas le habían ofrecido libertad. Ellas eran libres ahora.

Echó un vistazo por encima del hombro. Louis andaba con desdén y lloraba. El corazón de Harry se quebró. No existía imagen más dolorosa. Mejillas de porcelana cubiertas de cristales. Louis tenía la mirada perdida. Miraba a su alrededor pero no comprendía lo que sus ojos veían, y aun así, un dolor abrasador crecía en su interior y lo hacía débil, cada vez más débil. La tensión emocional que había en su mente lo estaba destruyendo. Las dudas sobre si sería capaz de superarse a sí mismo, a su pasado y a su vida, eran un peso muerto sobre los hombros.

A su lado, sin estar demasiado cerca, un ciervo avanzaba a su mismo ritmo, y alrededor de éste volaban tres hadas. Una de ellas le brindó una sonrisa amiga.

Louis avanzó con la presencia de Harry frente a él. No quería acercarse demasiado. En la muñeca llevaba la pulsera de Kenya. No recordaba que pesara tanto. Se pasó una mano sudorosa por la cara y sorbió por la nariz. Hadas, centauros y cíclopes lo rodearon. A sus pies conejos gigantes saltaban, sílfides se desplazaban a través del aire en grupos numerosos y sátiros comenzaron a tocar sus instrumentos musicales, llenando la atmósfera de canciones lentas y delicadas que apenas podían escucharse si no prestabas atención, e irónicamente fue entonces cuando sintió que ya no le rodeaban cuatro paredes asfixiantes, fue entonces cuando se sintió protegido y de algún modo libre. Ese era el mundo real. Ese era su mundo. Ahora estaba en casa.

―Cada vez están más cerca, Mis Majestades. Deberíais apresuraros. ―les advirtió con suma calma uno de los centauros.

Para cuando llegaron a la cabaña, el círculo de flores volvió a convertirse en una cúpula de seres fantásticos.

Louis miró a su alrededor y suspiró. No estaba preparado para una guerra y mucho menos para luchar. Estaba cansado. Harry le hizo un gesto para que entrara en casa. Él cuidaría de él.

Le preparó una taza de té verde y con desgana Louis la tomó. Subió al ático y se sentó en el colchón para tener unos momentos a solas y volver a encontrarse. Regresar al momento en el que perdió el control de todo lo que le rodeaba le perturbaba hasta llevarle a querer lanzarse al mar y nadar contra corriente. No recordaba su vida antes de sentir por primera vez que no encajaba en ese mundo. ¿Cómo era levantarse una mañana y darse cuenta de lo que tenía por delante no era más que felicidad, y como mucho algún obstáculo para alcanzar la luz que al final del día lo llenaría de vida?

A sus veintitrés años su vida era una rutina contra la que nunca antes había podido luchar. No importaba que saliera el sol por las mañanas; las suyas estaban tintadas de colores oscuros y nubes grises. Las clases en la universidad no eran más que una farsa, un cúmulo de horas perdidas junto a gente hipócrita. Alguna vez, en algún momento, alguien le dijo que cuando las cosas se torcieran, antes de continuar como una alma perdida, se tomara unos momentos para tenderse en el suelo húmedo de la noche y buscara a la estrella más pequeña en el cielo. Ella le mostraría el camino, lo devolvería a la salida y lo guiaría a través de zonas pantanosas y parajes marcados por la tragedia hasta llevarlo a casa.

No lo había hecho y por eso había pasado los dos últimos años intentando no ahogarse en un mar de corrientes turbulentas y tiburones con odio en los ojos y veneno en la boca.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora